jueves, 17 de diciembre de 2009

Los múltiples significados de la seguridad jurídica


Las informaciones brindadas por los medios de comunicación tienen sus claves y sus secretos. Uno de ellos es la fuente, es decir, de dónde proviene la noticia, quién la dio a conocer, qué intereses tiene.
Un ejemplo clarificador: una universidad alemana o francesa publica un estudio según el cual el país más seguro de latinoamérica para “hacer negocios” es, por ejemplo, Colombia. Algunos medios colombianos, en especial aquellos que defienden teorías liberales como el librecomercio y la eliminación de los impuestos aduaneros, saltarán de alegría al constatar que su país es excelente para hacer negocios, según una prestigiosa universidad europea.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Disculpe, ¿tiene cambio?


Normalmente, las personas calificamos a los días como buenos o malos. Sin mayores explicaciones lógicas, cuando sufrimos una cadena de hechos indeseados nos conformamos con pensar que el pie izquierdo fue el primero en tocar la tierra para ratificar esa noción de que el mundo está en contra nuestro, una expresión que guarda bien escondida una enorme soberbia, pues el mundo es demasiado grande como para ocuparse especialmente de un pequeño individualismo.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Turbiedad Internacional


Muchas veces llegan a nuestros hogares los estudios formulados por prestigiosas organizaciones con el poder de sentenciar o premiar a países de acuerdo a determinados parámetros. Estas respetadas entidades se ufanan de su independencia y seriedad para soltar su brazo ejecutor contra gobiernos, Estados y, por lo tanto, sociedades enteras.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Eran muchos, pero no tantos


La estimación de concurrentes a una protesta siempre fue materia de polémica. Mediante distintos cálculos, más o menos caprichosos, según el caso, el número de personas que asisten a una manifestación varía sustancialmente. La policía dice una cosa, los que están en contra de la marcha otra y los que la organizaron otra diferente.

viernes, 30 de octubre de 2009

Comentaristas de la web, o vengadores anónimos


El comentario de los usuarios es el éxtasis para los medios de comunicación que necesitan de la participación de sus lectores para medir su éxito en esto de formar opinión. A su vez, el usuario, el comentarista compulsivo, el editorialista oculto, tiene en el comentario en los sitios de Internet el mecanismo ideal para expresar todas sus opiniones sin ningún tipo de censura ni miedo al qué dirán: el anonimato.

jueves, 22 de octubre de 2009

De culos y fellatios


Diego Armando Maradona cometió una barbaridad. Una animalada digna de un bestia peludo como él. Es indignante que el director técnico de una de las selecciones más prestigiosas de todo el deporte mundial, ya no el fútbol, actúe de esa manera.

martes, 13 de octubre de 2009

Larga vida a la educación paga


A veces, el ejercicio de comunicar en un medio, cualquiera sea, sitúa a quien escribe o habla en una posición demasiado ventajosa porque las posibilidades de rebatir un argumento son reducidas para quién ejerce como oyente, lector o telespectador.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Mesa redonda, pero para cinco

La comparación histórica ofrece contradicciones difíciles de justificar. Si programas como TVR, que tienen un archivo limitado, certifican aquél postulado de que nadie resiste al archivo, cuando la búsqueda trasciende las décadas o, incluso, los siglos, la paradoja se torna en aberración. Esclavistas que claman libertad, censores en defensa de la libertad de prensa (ejemplo bastante actual, por cierto), asesinos pacifistas, víctimas transformadas súbitamente en victimarios, débiles devenidos a poderosos o poderosos devenidos en débiles. En fin, los ejemplos y los adjetivos serían eternos. Pero más allá de la vacía enumeración, el postulado inicial tiene una vigencia imborrable e ineludible, incluso para una campaña de prensa.
En Nueva York sucedió el caso que explica toda la introducción. El Consejo de Seguridad de la ONU desarrolló una histórica reunión de presidentes y jefes de Estado. Los mandatarios de los 15 integrantes del máximo organismo ejecutivo de la ONU se reunían en una sala para decir verdades.
Para desburrar un poco, vale la pena explicar que el Consejo de Seguridad es un ente, dentro de Naciones Unidas (ONU) que se encarga de los temas más delicados. Si fuese un sistema de gobierno presidencialista, la Asamblea General sería el Parlamento, a cargo de las cuestiones de fondo y estructurales, y el Consejo el Poder Ejecutivo, llamado a resolver lo urgente, lo que no da tiempo a debate. A modo de ejemplo, la Asamblea nos dice que el bloqueo a Cuba es incorrecto, y el Consejo ordena el envío de tropas a África o le da permiso a Estados Unidos para invadir Afganistán.
Sin embargo, es preciso aclarar, el sistema presidencialista de la ONU funciona defectuosamente. O, mejor, desastrosamente. En principio, por su génesis: en el Consejo hay 15 miembros. Diez de ellos lo integran por un lapso determinado y luego son reemplazados por otro países. Y los otros cinco son miembros permanentes que, entre otras potestades, tienen el derecho de vetar cualquier resolución que adopte el Consejo. Así Estados Unidos anuló sistemáticamente todas las sanciones a Israel, o Rusia demoró las penas contra Irán. Además de los dos mencionados, China, el Reino Unido y Francia son los restantes mosqueteros en esta particular mesa redonda.
Otra de las potestades de los miembros permanentes es el derecho a poseer armas nucleares. Es decir, el derecho legal a poseer armas nucleares. El resto, como India, Pakistán y, se sabe pero no hay pruebas concluyentes, Israel, tienen armas atómicas pero en una especie de limbo legal.
Realizada la rápida y seguramente incompleta explicación, volvemos a lo que nos trae. Decíamos que en un hito histórico, los jefes de Estado de los países que integran el Consejo se reunieron para decir sus verdades y sacarse la foto. Entre esas verdades, y gracias al magnético líder estadounidense Barack Obama, suscribieron un compromiso de reducir los arsenales nucleares.
La medida implica una observación severa a Irán, hoy por hoy uno de los países más malos de esta película porque posee un programa nuclear de dudosa finalidad. Algunos creen que es para tener energía alternativa y otros porque son tan, pero tan malos que quieren construir su propia bomba atómica.
Lo curioso del caso es que dentro de ese Consejo que votó un compromiso tan emblemático se encuentran los únicos cinco países que legalmente poseen armas nucleares. Y entre esos cinco está el que inventó la bomba atómica y el único que la usó, y dos veces, Estados Unidos.
Entonces, la proclama de “liberar al mundo de armas nucleares” debería controlar especialmente a los países que la hicieron posible, Francia, Estados Unidos, el Reino Unido, Rusia y China.
Para establecer una comparación, es como si la Argentina le pidiese a todos los países del mundo que borren el solcito de su bandera, cayendo en la cuenta que quizá la única que tiene una bandera con solcito es la Argentina.
Toda una curiosidad. O, más bien, una aberración, que si nos agarra con las defensas bajas capaz que vamos al Patio Olmos para aplaudirla.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Arbolitos


La calle Rivadavia, entre 25 de Mayo y Rosario de Santa Fe, pertenece a lo que los cordobeses conocemos como “la City”, un concepto robado del norte que significaría algo así como el pulmón financiero de una ciudad. O, en criollo, la zona en donde están la mayoría de los bancos y los prestamistas (o financistas, para mencionar el nombre técnico).
El Caminante transita, con sus pies como tracción, a diario por esta zona que pinta un paisaje contradictorio con sus hombres de negro, trajeados ellos, y los linyeras que escogen las cómodas galerías de los bancos para pasar sus noches.
Pero esta zona también ofrece una de las situaciones más curiosas de la ciudad; uno de los secretos peores guardados y más singulares: los arbolitos.
Los arbolitos nacieron en épocas de bicicleta financiera y dólar escaso. Lisa y llanamente,vendían la panacea verde en el mercado negro explotando el enamoramiento argentino por la moneda norteamericana. De hecho, el color del dinero basta para explicar su nombre. Un tipo que estaba siempre parado en el mismo lugar y vendía dólares, no podía llamarse de otra forma que arbolito.
Estos particulares y pintorescos personajes también supieron superar las adversidades gracias a la aparición de unos papelitos que dábamos en llamar bonos Lecor o Lecop, depende la época y el gobernador. Los pagarés que entregó el gobierno provincial sirvieron para darle aire a los arbolitos, castigados en esa época de uno a uno y de crisis terminal.
Pero sobrevivieron, estoicos y aún hoy sobreviven con mayor fuerza quizá.
Uno los puede ver paraditos enfrente de una galería. En el lugar de siempre, un lugar que todos sabemos en donde está, diciendo en voz baja su grito de guerra: “cambio, cambio”. En voz tan baja, que el Caminante casi cree que nadie sabía de ellos, de su presencia, del secreto peor guardado de la ciudad.

sábado, 22 de agosto de 2009

Chile, el flaco más inteligente

Años después de fortalecer en diversos ámbitos su revolucionaria teoría de la geopolítica humana con los ensayos de la Argentina y Estados Unidos, el genial y tenaz profesor británico John Hardsword se animó a publicar su primer libro, bautizado con el nada original nombre de Teoría de la Geopolítica Humana.
Siempre con sus analogías humanas, fue capaz de caracterizar a la perfección a 75 naciones independientes y de obtener un merecido reconocimiento entre los pares de su último hogar: el hospital neuropsiquiátrico doctor León Morra.
La publicación contaba con algunas perlas de la geografía moderna como la descripción de Chile, que pasamos a detallar a continuación en las palabras del valeroso profesor Hardsword:
“Chile tuvo un nacimiento complejo. Podríamos decir que nació de casualidad y que todavía no tiene bien en claro quién fue su padre, sin San Martín o el general O'Higgins, o los dos al mismo tiempo.
Tampoco tuvo una adolescencia feliz. Era demasiado flaco y demasiado petiso como para seducir a cualquiera. Encima, para peor, tenía a semejante espécimen a su lado, la Argentina, una rubia preciosa pero bastante estúpida que lo tenía todo pero no sabía que hacer con tantos atributos.
Chile no. Chile era inteligente y había aprendido a sobrevivir con lo poco que la naturaleza le había dado pero no se contentaba con ello. Ambicionaba más porque creía merecerlo. Por lo menos por inteligente.
Con el correr del tiempo, sus avances fueron trascendentes. Primero, hacia finales del Siglo XIX, se sometió a un tratamiento especial de crecimiento llamado Guerra del Pacífico que le permitió estirarse unos centímetros. Varios centímetros. Sus vecinos, Perú y especialmente Bolivia, jamás lo perdonarán, pero a Chile no le importaba. Estaba demasiado ocupado mirándose el ombligo y tratando de crecer aún más.
Ya era alto, tan alto como la Argentina, pero quería engordar. Necesitaba más espacio porque tenía la sensación de que en cualquier momento se caería al mar.
Miraba el culo de la Argentina con deseo y en varias ocasiones planeó quedarse con él, mas nunca lo logró. Se alió con el gordo más poderoso de la aldea, Estados Unidos, y con la vieja Inglaterra, y logró progresar en su primera adultez. Fue alabado por sus empleadores y hasta se creyó la verdadera perla del Pacífico. Tuvo algunos problemas, pero los arregló sin muchos contratiempos de un golpe, un golpe de Estado.
Hoy, es alabado por sus patrones, quienes lo consideran un empleado ejemplar. Mira a sus vecinos con un relativo desdén, pero no superior al desdén con que el resto de los países sudamericanos lo miran a él. Admitámoslo, no es exactamente popular entre sus pares, pero así y todo logra sobrevivir. En definitiva, es el mejor alumno de la clase, aunque tal calificación no necesariamente sea un buen augurio, y se frota las manos y se relame porque sabe que, alguna vez, tendrá en sus manos el precioso culo de su vecina”.

viernes, 14 de agosto de 2009

Los extraños caminos de la felicidad

Un joven lleva la comida de un bar en una bolsa plástica quién sabe a dónde. Tiene un gorro similar al que usan los cocineros pero de color negro y un delantal haciendo juego con el logo del restaurante para el que trabaja en el extremo izquierdo.
Es alto, desgarbado y decidido, al menos en su andar.
El Caminante lo observa detenidamente porque algo le llama la atención, aunque a primera vista parece un tipo bastante corriente. Quizás ese joven desgarbado esté pensando en lo que le gustaría ser. Quizás entregar comidas rápidas en una zona comercial es lo que le gustaría ser. Quizá sea un tipo que oculta su tristeza bajo una actitud positiva; de esos vendedores de sí mismos que se muestran como leones pero no son más que corderos. Quizás en realidad esté pensando cómo llegar a fin de mes; cómo progresar en la vida; cómo solucionar sus problemas existenciales; su presente; su pasado.
O quizá no esté pensando en nada.
Pero ahí va el hombre, seguro de sí mismo y con una sonrisa dibujada en la cara.
El Caminante, impávido ante la particular postal con el museo Sobremonte de fondo, examina a su personaje con minuciosidad cuando por fin detecta la razón por la cual ese flaco desgarbado, con un gorro tipo cocinero color negro y un delantal haciendo juego le llamaba tanto la atención: avanza con un manos libres cuyo cable conduce a un teléfono celular que debe costar, por lo menos, dos sueldos de un repartidor de comida.
Quizás un teléfono celular compre la felicidad.

viernes, 7 de agosto de 2009

Esclavos del camioncito

El joven espera ansioso la promesa. Le juraron, le perjuraron que esa mañana se cumpliría por fin su deseo consumista; el afán por tener algo nuevo; la esperanza de un sueño mejor.
Esa mañana, habían dicho, le llevarían el somier que compró con tanto esfuerzo. Había empeñado sus próximos nueve meses. Había explotado su atiborrada tarjeta de crédito para cumplir su sueño: dormir como la gente.
Pero los minutos pasaban y no recibía su regalo. El timbre, preludio del momento esperado, sonar cristalino de la dulce espera, siquiera amagaba con emitir su particular silbido.
La mañana se hacía mediodía y el mediodía se hacía tarde en apenas un segundo. Y el camioncito con los hombres de mameluco y su somier no asomaban en el horizonte.
El llamado se hacía lamento, súplica, rabia, dolor, pero la impasible telefonista repetía una y otra vez ante el joven desesperado: “disculpe las molestias, pero tuvimos un pequeño problema con los envíos. Pasaremos mañana”.
Y el joven, desesperado, volvía en sí para rearmar su humilde camastro. Su sufrido colchón con esas sábanas amarillentas que pedían un descanso a gritos. Debía dormir una vez más allí. En ese catre desvencijado que fielmente lo había acompañado desde la niñez. El destino lo decidió: la permanencia de una compañera eterna sobre la sorpresa de lo nuevo.
El joven, aturdido y abrumado, debía esperar como esperó el cable, la heladera, el Internet, la cocina. Como esperó cada compra descubriendo que no todo se terminaba con la firma del cupón de la tarjeta. Eso, la decisión, era apenas el comienzo.
El somier llegaría uno o dos días después. Y el joven, estoico y ya con dolores de columna, esperó paciente; con la certeza de que en el mundo en que vivimos no somos más que consumidores esclavizados por los envíos.

martes, 21 de julio de 2009

Sorpresa inesperada

El amplio comedor ofrecía un curioso escenario minimalista. Paredes blancas, apenas con unos cuadros; una pequeña cómoda utilizada seguramente para guardar la vajilla de lujo y la mesa, con sólo cuatro sillas, bien emplazada en el centro. En ella, Carlos, Jorge, Carla y Marcela, compartiendo una amena tertulia en un sábado cualquiera del barrio Juniors.
Carlos y Walter se habían conocido en el Bar Tac y rápidamente se hicieron amigos. Compartían gustos aunque tenían una personalidad bastante diferente. Carlos, mecánico, era extrovertido y ampuloso en sus gestos, mientras que Walter prefería el perfil bajo, con menos gritos y más mordacidad. Sus mujeres, Marcela y Beatriz, sencillamente dos ángeles que toleraban a un par de muchachos que se adecuaban perfectamente en la definición de lo que conocemos como atorrantes. En el buen sentido, claro.
La velada era amena, entre risas, anécdotas, burlas, gritos y mucho, pero mucho vino. A decir verdad, una velada jamás sería aburrida si Carlos participaba de ella. Su carácter lo hacía uno de los tipos más queridos del barrio. En el taller, todos confiaban en él; aunque no necesariamente cumpliera siempre al detalle con su trabajo. Sus clientes le eran fieles sólo para estar allí; escuchar sus anécdotas y sus chistes. Todo un personaje.
El vino corría a raudales, pero su complemento ideal, el hielo, comenzaba a escasear. Tanto, que se hizo necesario cumplir con la arriesgada misión de buscar más rolitos. En esa época, mediados de los años ochenta, Córdoba no era una ciudad precisamente funcional para los noctámbulos. Conseguir algo a altas horas de la noche, lo que sea, podía transformarse en una verdadera misión imposible, puesto que el panorama comercial no era precisamente variado, ni rico, ni barato. Con todo, los dos caballeros se ofrecieron al riesgo y salieron a la oscuridad de la noche para consumar su misión: obtener hielo, de cualquier forma. Y en el barrio General Paz de esa época, cualquier forma era el Bar Tac. Si algo había que conseguir en la noche, lo que sea, el Bar Tac era el lugar indicado.
Sin dudarlo, Carlos y Walter partieron decididos al local nocturno para pedir un poco de hielo. Tampoco hacía falta tanto, ya que eran las tres de la mañana y, con sus esposas, no podrían durar mucho más. Llegaron al bar, hablaron con la Chancha y le contaron su problema. Mientras el encargado del bar acudía amablemente a cumplir sus deseos, Carlos y Walter se pidieron un par de wiskies, para pasar el rato.
Una hora después, el hielo se deshacía en una bolsa de plástico junto a los dos caballeros, quienes se babeaban hablando bajo a dos señoritas desconocidas, sin nombre, sin pasado y casi que sin belleza.
Una hora después, Carlos y Walter seguían apoltronados a la barra y las dos señoritas se habían transformado en cuatro amigos, que los invitaban amablemente al cabaret. Casi sin pensarlo, en realidad, sin pensarlo, los protagonistas de esta historia tomaron sus abrigos, las llaves del auto, pidieron a la Chancha que les dejara llevarse los vasos pues el wisky importado no era nada barato, y salieron con el ímpetu de aquellos que no saben lo que hacen.
Una hora después, Walter se había ido a dormir, vencido por el etílico, pero Carlos se mantenía estoico ya en un boliche bailando, decidido a recibir los primeros rayos de sol cuando regresara a casa. Movía sus caderas, ensayaba alguna coreografía para una canción puntual, sonreía mostrando sus dientes blancos y encendía sus ojos celestes; todo un show único y gratuito ofrecido a cuanta mina le pasara cerca. Carlos estaba en su salsa. Para eso había nacido, para gustar a los demás. Y por esa sencilla razón era un excelente mecánico, como podría haber sido un excelente relaciones públicas de la multinacional más importante del mundo. Todo lo que tenga que ver con el trato humano y la simpatía pertenecía al dominio de Carlos.
Sin embargo, hasta los más talentosos sufren imprevistos. En medio de las sonrisas, las miradas centellantes y los bailes sugestivos, Carlos sintió que alguien golpeaba con fuerza su hombro. Como si lo llamaran, pero con desesperación y urgencia. Rápidamente, con sus dientes blancos brillando ante la luz negra como la luna cuando asoma por un horizonte oscuro y con su simpatía en flor, giró su cuerpo con dificultad y halló a su Bichi, a Marcela, a su amada esposa que lo había rastreado por todo Córdoba desde las tres de la mañana.
-¡Bichi! – gritó Carlos con una amable sorpresa- ¿Qué hacés por acá?

Hoy, veintipico de años después, Carlos y Bichi siguen juntos.

miércoles, 15 de julio de 2009

Entierros ajenos

El Caminante es un personaje extraño. Recorre las calles en silencio y en soledad, y sólo se dedica a observar la realidad de una tórrida ciudad repleta de detalles imperceptibles para el peatón desprevenido.
El Caminante escudriña cada milímetro de esa orgía de almas, esa mole impávida de cemento llamada Córdoba. No habla, no juzga, no sentencia, no opina. Simplemente mira y procesa internamente cada observación, cada dato que absorbe de la realidad.
Un día como tantos otros, el Caminante cruzaba la calle Santiago del Estero por avenida Olmos, con cuidado, porque en esa bendita esquina siempre hay agua quién sabe de qué manantial y los automovilistas doblan sin mirar bien porque están hablando por teléfono, bien porque se están hurgando la nariz, bien porque están sintonizando la radio o cambiando el CD.
Luego de dejar pasar a un par de choferes atolondrados, el Caminante cruzó cuidadosamente por Santiago del Estero y a la altura de la parada de ómnibus, allí donde alguna vez hubo un cine llamado Luxor, que más tarde se transformó en una iglesia y hoy es la ruina de lo que fue, una bella mujer esperaba su colectivo cuando una Traffic pasaba cerca de ella.
El conductor, un hombre de mediana edad, se abalanzó hacia donde estaba su copiloto, evidentemente un compañero de trabajo, e intentó seducir a la mujer por todos los medios, teniendo en cuenta que estaba en un vehículo en marcha. El Caminante observó la situación con un dejo de simpatía, y luego concentró su atención en el hecho.
Primero miró a la joven, para ver si estaba buena. Y efectivamente, lo estaba, pero no hacía caso a las obscenas invitaciones del conductor desesperado. Evidentemente acostumbrada a este tipo de casos, sólo se dedicaba a mirar, con paciencia, hacia el horizonte de cemento para esperar su colectivo.
La altivez de ella no amedrentó al buen hombre, que seguía con su poética cordobesa del tipo “¡dale mi vida, subite acá atrás u nratito y haceme feliz, no seas odiosa bombonazo!”, y epítetos peores que no vale la pena transcribir. No cedía, no negociaba, no perdía de vista su objetivo: subir a la mina, echar a su amigo y todo con la Traffic en marcha. Pero no hubo caso, la joven siguió mirando al horizonte y ni siquiera se despeinó ante semejante demostración de caballerosidad precaria.
Él, quizá cabizbajo, aceleró a toda marcha y continuó con su vida, con una derrota a cuestas.
El Caminante miraba con simpatía aquél usual suceso en la Córdoba de la Nueva Andalucía, pero no pudo evitar detenerse en la Traffic, cuando ésta aceleraba hacia lo desconocido. Detrás, en las puertas laterales de la caja, el vehículo tenía una leyenda que decía: “Punilla, Servicios Fúnebres”.
Una mueca surgió de la boca del caminante, quien pudo al fin comprender paradoja del pobre hombre.
¡Cuántos entierros ajenos y tristes!

viernes, 10 de julio de 2009

Impuesto a la coima

El grupo californiano Marijuana Policy Project propuso una fórmula infalible para solucionar el déficit crónico de California: legalizar la marihuana.
La iniciativa se hizo pública a través de una publicidad televisiva que mostraba a una mujer, Nadene Herndon, que consume la droga luego de sufrir una serie de derrames hace tres años. En el spot ella decía: "En lugar de que nos traten como criminales (a los consumidores) por usar una sustancia menos dañina que el alcohol, queremos pagar lo que nos corresponde".
La idea, por extraña que parezca, no resulta tan irrisoria si se tiene en cuenta que un impuesto sobre la buena yerba permitiría a California recaudar la friolera de 1.000 millones de dólares anuales. Con ese monto, la provincia más poderosa del mundo resolvería su déficit en un santiamén.
Pero el concepto de cobrar impuestos no convencionales no es nuevo. El especialista en economía Miguel Ángel de los Santos Aires Martinetti propuso en la Argentina otro tipo de planteo, que por diferente no deja de ser similar.
En una carta enviada al Congreso, Martinetti ideó una serie de gravámenes sobre determinadas costumbres argentinas. A saber:
La coima: el primer párrafo del proyecto planteaba regular el cobro de coimas. Es decir, blanquearlo. Martinetti decía que el Estado debía aprovechar la inusual tendencia argentina a no respetar las leyes y crear una ley al respecto.
De acuerdo al texto, cada trabajador que se desempeñara en cargos de control de cualquier tipo debería adquirir por una módica suma un talonario especial, dedicado a las coimas. Al mismo tiempo, tendría que anotarse en un registro de coimeros discriminado por rango, tipo y ocupación.
Por ejemplo, si el ciudadano era un inspector municipal de espectáculos públicos, entonces debería inscribirse en el registro “coimeros espectaculares”, describir en su facturero cada vez que cobraba una coima y, una vez por año, declararlo ante la AFIP. Así, sostenía el especialista, el hombre blanquearía su irremediable tendencia a cobrar bajo la manga, no correría riesgos de ser castigado por ello y hasta podría competir, para fomentar la práctica en blanco, por un sorteo mensual de una moto scooter, de esas que hacen ruiditos cuando doblan, y un grabador MP3 portátil para registrar cada coima, en caso de que a alguien se una auditoría revise sus facturas.
La queja: otro aspecto del documento de Martinetti contemplaba la queja. La idea consistía en registrar legalmente una serie de frases quejosas típicamente argentinas y percibir un monto determinado previamente cada vez que una persona pronunciara cualquiera de ellas. Así, por ejemplo, podría registrarse la nunca bien ponderada “este es un país de mierda”, o “a los argentinos no les gusta trabajar”, o “estos negros de mierda sólo saben vivir de la teta del Estado” y cobrar por ellas.
El contralor se aplicaría a través de inspectores oyentes que saldrían a la calle y cada vez que escuchen alguna de estas frases percibirían de inmediato esta especie de multa al pobre desgraciado. Si el infractor decidiera no pagar, entonces arreglaría la correspondiente coima con el inspector, que estaría registrada debidamente, y todos felices.
El mecanismo tendría una doble ventaja, sostenía el especialista, porque obligaría a los puteadores a inventar nuevas frases para quejarse y así permitiría un aprendizaje más acabado del idioma y fomentaría el ingenio.
El proyecto de Martinetti contemplaba unas cuarenta posibilidades para ampliar la gama impositiva argentina, pero lamentablemente no fue tomado en cuenta. Poco después de presentar su iniciativa, un funcionario gubernamental le ofreció una buena cantidad de dinero que el economista aceptó y, tras pronunciar la frase “este es un país de mierda”, se fue a vivir a Europa, en donde comenzó a limpiar la mugre de los garages a los españoles y amasó una fortuna.

miércoles, 24 de junio de 2009

El show de la impostura

El estadounidense Thomas Parkin fue acusado de cobrar durante seis años la jubilación de su madre, quien ya había fallecido, mediante un sencillo ardid: se disfrazaba de vieja, acudía al banco y recibía el cheque. Así de fácil. Claro que la mentira tiene patas cortas y este buen hombre se emocionó con su impostura y se presentó ante un juzgado, con su disfraz, convencido de que engañaría a cualquiera.
Sin embargo, la posibilidad de cometer semejante ardid, combinada con las magníficas caracterizaciones de Gran Cuñado (el programa es una porquería, pero los tipos son buenos imitadores, hay que admitirlo) y el recuerdo de una película, Misión Imposible, me llevaron a una deducción, que no por alocada o conspiracionista puede dejar de tener razón. ¿Qué si los políticos que votaremos el 28 son otros políticos disfrazados y las ideas repetidas que escuchamos son pronunciadas por los mismos dirigentes que se postularon en otras oportunidades sólo que ahora están tan desprestigiados que debieron acudir a un disfraz?
Todavía recuerdo a Tom Cruise con la cara de Jon Voight en el filme de Brian de Palma y me asusto al pensar que esta estrategia podría repetirse en la Argentina. Porque, tranquilamente, el Mauricio Macri que abogó por las privatizaciones en un programa político podría ser Carlos Menem, o peor, Domingo Cavallo. Pensemos que comparten ojos claros. Y si bien Cavallo está notablemente más pasado de peso que el atlético Macri, bien podría haberse puesto a un severo régimen al estilo Renée Zellwegger en El diario de Bridget Jones, pero al revés.
Tranquilamente, cuando De Narváez está sentado (porque de pie es demasiado alto), podría ser el propio Menem. Si el ex presidente nos hizo creer que un lifting era una avispa, bien nos puede hacer creer que una verruga es un tatuaje en el cuello.
Qué decir de Lilita Carrió, la impoluta dirigente que cuestionaba al poder hace unos años hoy aplaude al campo, está con Prat Gay y charla con Dios por las noches. Por qué no puede ser Graciela Fernández Meijide, me pregunto, que regresó a la política por una justa revancha.
En Córdoba, estoy casi convencido de que José Manuel de la Sota se quitó el quincho y se disfrazó de Eduardo Mondino. Dicen prácticamente lo mismo y hasta se pelean con Luis Juez, quien para mí es la imagen oculta detrás de Piñón Fijo.
En fin, la idea no es sumar confusión al quilombo general, sino tirar un poco la cadena en esta tormenta de bosta.
Y si nadie cree la teoría de los disfraces, mejor tomar la metáfora: si no se disfrazan, entonces la impostura se cierne sobre sus discursos, sus ideas y sus prácticas.

miércoles, 10 de junio de 2009

Difusoras de boludez

A veces las mujeres se quejan, con razón, del machismo imperante en el mundo. Estudios reconocidos y serios confirman esta teoría, por ejemplo en relación a las posibilidades laborales. Está comprobado que las mujeres ganan menos dinero que los hombres y que, todavía, no tienen acceso a los puestos más importantes de las compañías pese a estar calificadas para ello.
Esta situación es permanentemente denunciada por movimientos feministas que buscan con fundamentos una reivindicación para la mujer. Sin embargo, en algunos casos comenten un error estratégico al individualizar al hombre como el único agente responsable de su situación y pierden de vista a ciertos elementos infiltrados que reducen el papel de la mujer. Estamos hablando de las boludas, pero no de las boludas comunes y corrientes, pues está claro que la boludez es una característica que no respeta razas, nacionalidades, credos y mucho menos sexo. Sabemos que la boludez está en todas partes, y desde este punto de vista las boludas no deberían ser peligrosas, salvo que estén en los medios de comunicación.
Y aquí está el quid de la cuestión. Porque estas boludas no sólo son boludas, sino que contagian de boludez a otras mujeres, generando un peligroso efecto dominó para el feminismo.
Programas de TV, páginas de Internet, suplementos gráficos, prácticamente todo sector mediático especializado en la mujer es una verdadera oda a la boludez. Les enseñan a hacer crochet, a cocinar, a lavar la ropa, a hacer elefantitos con corchos usados en la despedida de soltero de su marido, a planear su boda católica apostólica romana, a tejer mantitas para que su Golden retriever pueda dormir en paz. En fin, les enseñan a ser boludas. Y no porque las actividades mencionadas sean un canal directo a la boludez, sino porque las transmisoras de boludez pretenden resumir el mundo de la mujer a actividades de este tipo. Como si el intelecto fuese una cosa que no se encuentra en el cerebro femenino.
Sin ir más lejos, una nota de yahoo mujer publicada hoy aporta consejos a la mujer para que se “desconecte de la realidad”. La iluminada redactora explica que existen tres puntos de conexión, que impiden a la mujer resolver cuestiones como “estar más atentos a nuestros deseos, inquietudes, necesidades”, o “conocernos y respetarnos”. También alerta que la mujer debería fomentar “el contacto interpersonal”, para lo cual “un mail a la semana no alcanza”, sino que es necesario “estar presente en la vida de quienes queremos, escuchar su voz, ver sus sonrisas, prestar atención a lo que tienen para decirnos y abrirnos a lo que tengan para compartir con nosotros”. Por último, este verdadero canto a la boludez, esta perfecta semblanza de obviedades, sugiere a la mujer que revise su relación con Dios. “¿Crees que tu conexión con Dios es la mejor que puedes tener? ¿Ocupa en tu vida el lugar que debería? ¿Haces algo de lo posible para ser mejor persona y sentirte más cerca?”.
En fin, a aquellas mujeres que luchan por sus derechos, les digo: hagan una pira, bien alta y abundante, y tiren a todas las boludas que trabajan de difusoras de la boludez.
Si aceptan a un hombre entre ustedes, juro que las ayudo.

viernes, 20 de marzo de 2009

El bendito cartelito

Los comercios muestran imágenes tan maravillosas como contradictorias. Sólo basta observar con detenimiento y estar bien, pero bien al pedo, lo admito.
Estaba en Lima entrando a Starbucks para pedir un café negro, sí, aunque parezca increíble, tomé un café negro en ese lugar que te lo venden con moka, miel, canela y hasta una pizca de salsa parmesana si querés. Volviendo al tema, me dirigía hacia la barra para comprar mi bebida y observé con agradecimiento cómo una empresa se preocupa por el cliente: “en Starbucks nos preocupamos por tu seguridad”, decía sin más un cartel en la entrada al local, que seguía al lobbie desamparado de fumadores. Para completar la imagen, un guardia se encontraba parado justo al lado del cartelito. Ninguna casualidad.
Sin embargo, y ete aquí el dato curioso, cuando me senté en la mesa, con mi extraño café negro y regocijado porque me encontraba en una empresa del primer mundo, di con otro cartelito, en forma de triangulo y, por supuesto, muchísimo más pequeño, que sugería al estimado cliente: “cuida tus objetos personales”.
Lamentablemente, no pude comprender la paradoja. Me sentí engañado en mis foros más internos. Decepcionado. ¿Ahora resulta que las empresas del primer mundo protegen tu seguridad sólo si estás parado al lado del guardia leyendo el cartelito? ¿Qué, la seguridad tiene un metro a la redonda?
La verdad, no sé, pero por las dudas dejé mi bolso en la silla de enfrente con la certeza de que si algún despistado tenía la mala idea de robarlo se llevaría la inmensa decepción de hallar dentro un libro y dos lapiceras.
Mientras dibujaba una leve sonrisa, pensé: “al fin y al cabo, no tener un mango no está tan mal”.

domingo, 8 de marzo de 2009

Promesas sobre el bidet

El Día Internacional de la Mujer usualmente es entendido por el hombre como la oportunidad ideal para redimirse luego de un mal año. Un saludo, un beso, alguna promesa especial y, nosotros, pensamos que es suficiente, por lo menos hasta la próxima fecha de importancia (cumpleaños, aniversarios, etcétera). Sin embargo, existen las excepciones. Hay hombres que, en un admirable gesto de grandeza, prometen hasta lo imposible para recuperar la confianza de su amada. Hablo de profundos cambios de conducta e incluso de filosofías de vida. Hablo de literalmente transformarse en alguien más, en alguien distinto, simplemente para dibujar una sonrisa en el rostro de una mujer. De todos estos hombres, ninguno como el que escribió este graffiti, ¡esas son promesas!

lunes, 2 de marzo de 2009

Pena de muerte

El avispero farandulesco (que más bien es un nido de víboras) y periodístico se regocijó por el dolor de Susana Giménez, quien tras la pérdida de un íntimo amigo pidió a los gritos la pena de muerte para los asesinos. Inmediatamente, viejas con ruleros, hombres de traje y decentes trabajadores se sumaron a un reclamo masivo: muerte para los asesinos.
Sin embargo, no tuvieron en cuenta que ellos mismos, y todos nosotros, podríamos ir presos si se votara una ley de ese estilo. Hagamos de cuenta que la Argentina vota efectivamente la pena capital para los homicidas. La norma, imagino rápidamente, diría que si en un juicio se demuestra que una persona mató a otra, la primera deberá ser sometida a una inyección letal, por ejemplo.
La ley echaría andar y las viejas con ruleros, los hombres de traje y los decentes trabajadores saldrían a las calles a celebrar su victoria, puesto que las autoridades por fin escucharon el pedido del ciudadano decente. La gente como uno.
Pero supongamos que luego de ejecutar a una persona acusada de asesinato caemos en la cuenta de que era inocente. En este caso, entonces, el juez que falló en contra del desgraciado, el fiscal que realizó la acusación y el policía que estuvo a cargo de la investigación del hecho deberían ser acusados de homicidio y, por lo tanto, condenados a la pena capital.
Y como el juez, el fiscal y el policía son empleados estatales, es decir, es el Estado el que le paga el sueldo, entonces todos los integrantes del Estado deberían ser juzgados como partícipes necesarios del asesinato. Porque si el Estado no les pagase el sueldo a estos incompetentes, entonces no se habría asesinado a un inocente. Y, pregunta retórica, ¿quiénes componen el Estado? Todos los ciudadanos de un país. Por lo tanto, los 40 millones de argentinos deberían ser juzgados y condenados a cárcel como partícipes necesarios de un asesinato.
Complicado, ¿no?

miércoles, 4 de febrero de 2009

Linda por dentro

El sector para fumadores de Mc’Donalds en Lima es más humilde que el de Sturbucks, que se ubica apenas a unos metros. Sólo cuatro mesas echadas a su suerte en la intemperie y cada una de ellas abrigadas sólo por una sombrilla.
El sabor del café y su aspecto me hacen extrañar cada vez más a los bares de Córdoba, que no pertenecen a ninguna marca multinacional, sino que son míos. O al menos es lo que siento cuando estoy en ellos. Sin embargo, no estoy hablando tanto de una cuestión de principios como de comodidad. Sencillamente, los bares de Córdoba son más cómodos.
Detrás del vidrio que separa a los impíos fumadores del aire puro que respiran aquellos que no morirán de cáncer al pulmón, una mujer lee una especie de tríptico con poca pericia, pues mueve sus labios al compás de las palabras. Pese a ese pequeño detalle, su aspecto es el de una intelectual. Pelo castaño y ondulado sostenido por una vincha marrón; cara redonda y ojos tristes, escudados por unos lentes finos, y ropas amplias que pretenden ocultar algunos kilos de más.
Sus movimientos abruptos y la forma en que alza la vista cada vez que alguien pasa cerca suyo revelan un carácter ansioso y, por sobretodo, inseguro.
Aunque pretende leer con atención, no puede disimular la desazón que penetra su alma como la aguja de un bencetacil la piel por la opción que eligió para su vida: el conocimiento. El camino del saber supone cierta indiferencia sobre cuestiones más banales como el aspecto estrictamente exterior. Ella lo sabe, pero no puede evitar cierto remordimiento por la incongruencia de un mundo que premia a la belleza física por sobre la espiritual.
“No me importa el exterior”, repiten millones de personas que jamás estarían dispuestas a besar a una persona físicamente fea, al menos para los estándares de belleza.
Ella lo sabe. Y por eso, muy en su interior, saluda su valentía por tomar el camino más arduo pero más satisfactorio. Y respira con alivio, porque al fin y al cabo, su alma es bondadosa.

martes, 13 de enero de 2009

Sencillamente, suerte

La vida nos enseñó que la suerte definitivamente existe. Los refutadores de historias muchas veces pretendieron convencernos de lo contrario, pero jamás podrán con la cruda realidad. Sencillamente, algunos tipos tienen suerte y otros no.
Unos juegan a la quiniela una vez en su vida y la ganan, y otros se la pasan apostando al 48 y el maldito número sale el día que se engriparon y no pudieron ir a la agencia a comprar su ticket.
No se trata de destino. Tampoco de un Dios que nos juzga de acuerdo a nuestros actos y obra en consecuencia, siempre respetando el libre albedrío, claro está, pero con alguna ayudita mientras tanto para guiar nuestro camino. Señores, estamos hablando de suerte. Culo, tuje, upite, fortuna, ojete, okote, tarro, buena estrella y todas las formas imaginables de llamarla, muchas de ellas relacionadas con la parte trasera del cuerpo humano.
Es sencillo. Muchos podrían haber hecho la jugada de Maradona a los ingleses. Sólo que al resto, los que no son Maradona, les habrían tapado el tiro del final. Si cualquier hijo de vecino hubiese pintado la Gioconda, y no Da Vinci, estaríamos ante una bigotuda que jamás habría pasado a la historia.
Pero nadie, repito, nadie tiene tanta mala suerte como los ladrones de un cargamento de zapatillas en el Mercado Modelo de Huancayo, en Perú. Con sólo imaginarlo, se me ponen los pelos de punta.
Los tipos seguramente planearon el robo durante meses. Estudiaron cada detalle para no caer durante el atraco y se expusieron a muchos años de cárcel por robo a mano armada. El golpe indicaba que debían esperar a que los empleados de la empresa transportadora descarguen la mercadería: 600 pares de calzado valuados en unos 20.000 dólares. Y lo hicieron a la perfección. En cuestión de minutos, tenían todo el cargamento en su poder.
El único problema fue que se trataba de zapatillas para el pie izquierdo. Sí, aunque nadie lo crea, todos los calzados estaban viudos de sus compañeros. Es decir, los 600 del pie derecho.
Hay que admitirlo, como dice mi amigo Javier, hay tipos que se caen de espalda y se quiebran el pito.