
Muchas veces llegan a nuestros hogares los estudios formulados por prestigiosas organizaciones con el poder de sentenciar o premiar a países de acuerdo a determinados parámetros. Estas respetadas entidades se ufanan de su independencia y seriedad para soltar su brazo ejecutor contra gobiernos, Estados y, por lo tanto, sociedades enteras.
Pero muchas veces los informes esconden otro tipo de análisis, surgidos de la percepción de un establishment (lo que comúnmente llaman comunidad internacional) implacable con los desobedientes. Y si bien no es la intención de esta nota elaborar juicios sobre países más o menos justos, sí tiene por objeto desvelar ciertos mecanismos espurios utilizados por organizaciones no gubernamentales cuya independencia transita por un delgado carril: entre la obediencia debida a ciertos poderes y una paupérrima doble moral cuando lanzan sus sentencias.
Transparencia Internacional es una organización prestigiosa que año a año emite una especie de ranking de corrupción. Su trabajo es fundamental en varios niveles. Primero, porque entrega algunas certezas a los habitantes de un país sobre los niveles de corrupción con respecto a otras naciones, y segundo porque sirve de guía para los inversionistas, aquellos que buscan seguridad jurídica para ubicar su dinero, es decir, la certeza de que se llevarán a casa más de lo que invirtieron.
La organización, conocida por sus iniciales, TI, publicó recientemente su último ranking con una curiosidad: los países con gobiernos no aceptados por el establishment ocuparon los últimos lugares, mientras que otros, quizá más corruptos que los anteriores, descansaban en las felicitaciones o al menos en posiciones decentes.
En primer lugar, el estudio cuenta con una pequeña trampita, bien oculta por algunos medios si es que así les conviene. Transparencia Internacional publica anualmente un trabajo en base a una encuesta que analiza la percepción de la corrupción. Gracias a la colaboración de organizaciones locales, apostadas en algunos de los países relevados, el índice elabora un sondeo sobre determinados sectores para brindar al mundo sus conclusiones. Por lo tanto, no se trata de un estudio empírico que pueda brindar datos fehacientes sobre la corrupción sino más bien de una sencilla encuesta, acotada por el punto de vista y las posibilidades de los encuestadores, que dirigen sus consultas hacia “empresarios y expertos” en la materia y financiada por el Banco Mundial, paladín del establishment si los hay.
Sin embargo, pese a estos detalles, los resultados del trabajo se toman como una verdad absoluta e incluso pueden perjudicar ciertas economías que dependen de la participación extranjera.
En su último trabajo, TI indicó que la Argentina se ubica en un triste 106º puesto sobre 180 países. A juzgar por la realidad que vivimos en nuestro país, la colocación parece acertada. Al menos porque nuestra percepción (que goza de certeza, vale aclararlo) nos indica que la Argentina es un país extremadamente corrupto.
Entre los latinoamericanos, detrás de la Argentina se ubican Bolivia, Guyana, Honduras, Nicaragua, Ecuador, Paraguay, Venezuela y Haití. Curiosidad del destino o simplemente capricho metodológico: todos los países de izquierda de la región son señalados como los más corruptos.
Ahora bien, aquí va otra curiosidad: Colombia, por ejemplo, ocupa un nada despreciable 70º lugar, es decir, en la mitad de la tabla. Colombia tiene la característica de poseer el gobierno más obediente a las políticas centrales, pero también guarda un récord de escándalos envidiable. Sólo durante la gestión de Álvaro Uribe, Colombia fue noticia por la parapolítica (el descubrimiento de nexos entre funcionarios, legisladores y líderes políticos con los movimientos paramilitares de ultraderecha); la revelación de una red de espionaje montada por el DAS (la SIDE colombiana) a jueces, periodistas críticos al gobierno de Uribe y dirigentes opositores, y la denuncia de una legisladora que admitió haber sido sobornada para votar a favor de la reforma que permitió la primera reelección de Uribe. Estos tres hechos de corrupción, gravísimos, serían la envidia incluso para nuestros brillantes políticos, pero evidentemente no fueron suficientes como para que Colombia se ubique en un lugar penoso de la lista.
Otro país aliado de las políticas centrales, México, se coloca en el 72º lugar. Una posición decorosa por cierto. Lamentablemente, los encuestados mexicanos obviaron que el Estado no tiene presencia en buena parte del país, en donde gobiernan organizaciones narcotraficantes. Que tiene una de las tasas de homicidios más altas del mundo. Que las elecciones presidenciales de 2006 terminaron en escándalo con fundadas dudas de fraude. Que posee una de las fuerzas policiales más corruptas jamás conocidas. Y que tiene un gobierno con la capacidad de militarizar y ocultar al mundo la represión aplicada sobre los manifestantes de Oaxaca...
Por último, el maravilloso ranking ubica a Estados Unidos en una expectante 18ª posición. Estados Unidos, un país cuyo gobierno inventó pruebas para ir a la guerra; o que sus “relajados controles financieros” provocaron la crisis económica más grave que el capitalismo haya conocido; o que tiene entre sus ciudadanos a un tal Maddof, responsable de una estafa de 50.000 millones de dólares que ningún organismo de control pudo (o quiso) ver; o que cuenta en su haber otros casos de corrupción como Enron, o las punto com, o Halliburton, etcétera, etcétera, etcétera.
En fin, estos tres humildes ejemplos sirven para demostrar que las Organizaciones no Gubernamentales no necesariamente son sinónimos de independencia y seriedad aunque muchas veces el poder de sus sentencias pueden ser devastadoras para un país, una ciudad o una familia, y que la vara con la que miden la vida no se ciñe a elementos científicos de rigor.
Y la idea, por supuesto, no es defender a los gobiernos de izquierda, o de derecha, o de centro, si no simplemente explicar que los tentáculos del establishment llegan hasta nuestras propias narices.
Alguna vez nos referiremos a la maravillosa Reporteros sin Fronteras, que alguna vez señaló que Venezuela coartaba más la libertad de prensa que el Irak pos invasión.
Pero ahora, la corrupción es el tema. Y si alguien quiere indagar de una manera más o menos seria los niveles de corrupción, que lea la letra chica de los estudios y su rigurosidad. Aquí va un botón de muestra: Un informe del Centro de Investigación y Prevención de la Criminalidad Económica (CIPCE) reveló que las 750 causas por corrupción en la Argentina de los últimos 25 años tienen un duración promedio de 14 años. Eso, mis amigos, es una muestra empírica y sustentable de un país corrupto, y no la percepción de un empresario sentado en su cómodo sillón de Puerto Madero.
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