viernes, 14 de agosto de 2009

Los extraños caminos de la felicidad

Un joven lleva la comida de un bar en una bolsa plástica quién sabe a dónde. Tiene un gorro similar al que usan los cocineros pero de color negro y un delantal haciendo juego con el logo del restaurante para el que trabaja en el extremo izquierdo.
Es alto, desgarbado y decidido, al menos en su andar.
El Caminante lo observa detenidamente porque algo le llama la atención, aunque a primera vista parece un tipo bastante corriente. Quizás ese joven desgarbado esté pensando en lo que le gustaría ser. Quizás entregar comidas rápidas en una zona comercial es lo que le gustaría ser. Quizá sea un tipo que oculta su tristeza bajo una actitud positiva; de esos vendedores de sí mismos que se muestran como leones pero no son más que corderos. Quizás en realidad esté pensando cómo llegar a fin de mes; cómo progresar en la vida; cómo solucionar sus problemas existenciales; su presente; su pasado.
O quizá no esté pensando en nada.
Pero ahí va el hombre, seguro de sí mismo y con una sonrisa dibujada en la cara.
El Caminante, impávido ante la particular postal con el museo Sobremonte de fondo, examina a su personaje con minuciosidad cuando por fin detecta la razón por la cual ese flaco desgarbado, con un gorro tipo cocinero color negro y un delantal haciendo juego le llamaba tanto la atención: avanza con un manos libres cuyo cable conduce a un teléfono celular que debe costar, por lo menos, dos sueldos de un repartidor de comida.
Quizás un teléfono celular compre la felicidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ahhhh, pense que habia encontrado mi medio limon: otro como yo que sonrie por la calle de pura felicidad y optimismo... otra vez sera