martes, 13 de octubre de 2009

Larga vida a la educación paga


A veces, el ejercicio de comunicar en un medio, cualquiera sea, sitúa a quien escribe o habla en una posición demasiado ventajosa porque las posibilidades de rebatir un argumento son reducidas para quién ejerce como oyente, lector o telespectador.
Al comentar una noticia, el periodista se encuentra ante la inevitable tentación de opinar sobre cuanto tema le aparezca enfrente. Y si bien puede ser dueño de una lógica admirable, admitamos que un periodista no puede colocarse a la altura de un constitucionalista para hablar de leyes, por ejemplo, pese a lo cual el común de los mortales tenemos más acceso a lo que nos dice nuestro ignorante pero simpático comunicador.
Por otra parte, en el periodismo hay una verdad irrefutable: no existen las verdades, todo depende del cristal con el que se la mire. La repetición de una nota realizada por una agencia no explica un hecho, sino que abarca una mirada sobre ese hecho. Y no estoy hablando solamente de cuestiones ideológicas o de defensa de intereses, sino de la manera en que cada uno mira la realidad que se le presenta ante sus narices.
Hecha la aclaración, me dispondré a refutar un estudio realizado por beneméritos doctores suecos y me importa tres carajos lo que esos rubios suicidas opinen. Y si alguien se atreve a escribir un comentario rebatiendo mis ideas, lo borro al cuerno porque este blog es mío y hago con él lo que quiero y digo lo que quiero. De repente, me agarró el síndrome Clarín. La verdad es mía y sólo mía, porque me conviene, por supuesto.
La enorme aclaración, desastrosa desde el punto de vista periodístico, dicho sea de paso, precede a un estudio efectuado por el Instituto Sueco para la Investigación Social de Estocolmo. En ese lugar, los especialistas, a quienes evidentemente se les paga para pensar boludeces -empieza la refutación de argumentos-, decretaron una máxima: “Los hombres que quieran disfrutar de una vida prolongada deberían contraer matrimonio con una mujer bien educada”.
La nota comienza así: “Expertos del Instituto Sueco para la Investigación Social en Estocolmo descubrieron que la educación de una mujer era un factor de riesgo de muerte más importante para su marido durante los siguientes 10 años o más, que el propio nivel educativo del hombre”. Traducción: podés ser un animal pero agarrate una mina educada para no morirte por lo menos en diez años, aunque esa mina sea insoportable y te deje las bolas a la altura de los tobillos.
"Las mujeres tradicionalmente toman más responsabilidades hogareñas que los hombres, en consecuencia, la educación de una mujer podría ser más importante para el estilo de vida de la familia, por ejemplo en términos de hábitos alimenticios, que la educación del varón", señalaron los investigadores. "Podemos asumir que las mujeres más educadas tienen mejores posibilidades de descubrir los importantes mensajes sanitarios que están a su alrededor (...) hay muchos mensajes sanitarios en los medios y creemos que algunos de ellos son importantes y otros simplemente son engañosos", explicaron.
Lo curioso es que cuando los especialistas prosiguen con sus declaraciones comienzan a nombrar el “estrato social” como el factor determinante. Es decir, la posición que esa pareja y esa mujer tan educada ocupan en la sociedad. Entonces, recapitulando, la hipótesis luego demostrada gracias a un censo a 1.500.000 de personas y a las causas de muerte, no se refiere tanto a la “educación”, un término bastante inexacto por cierto, sino más bien al “estrato social”, es decir, a la posición económica de una pareja, índice por excelencia en una sociedad capitalista.
Entonces, siguiendo con el razonamiento, la esperanza de vida de un hombre dependerá del dinero que tenga en el banco y de su salario o sus beneficios, en caso de que sea propietario. Pero todas esas ventajas serán insuficientes, por no decir soberanamente al pedo, si no tiene a una mujer “educada” a su lado porque el hombre es demasiado estúpido como para darse cuenta solo de ciertos factores de riesgo.
Con este combo, el hombre ahora sí podrá tener acceso a una vivienda portentosa, con los medios suficientes como para mantenerla limpia. Podrá adquirir los alimentos de mayor calidad y visitar a los profesionales más reputados en las mejores condiciones (pagando por un turno). Gracias al “estrato social”, su esposa podrá entender que la vida sana se traduce en una vida plena y prolongada. Y, por sobre todo, podrá pagar por el costo de una vida plena y prolongada. De qué serviría la “educación” o por lo menos la capacidad para comprender que el cumplimiento de las normas de higiene y alimentación básicas se traducen en una mayor esperanza de vida si una familia vive sobre un basural en una casa de chapa comiendo lo que puede cada vez que puede.
Claro que el estudio es realizado en base a casos de Suecia o, a lo sumo, de Europa, en donde las diferencias de clase no son tan abruptas en latinoamérica. Por lo tanto, es posible que el estudio tenga alguna razón de ser en el Viejo Continente, pero es obvio que no en nuestras tierras.
Por lo tanto, desde este blog se le aconseja, señor, que se busque a una mina que esté buena y luego trate de ganar mucha plata. Y si el minón que tiene al lado no es educada, entonces le compra una educación, que en este continente todo está a la venta, salvo la muerte.

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