miércoles, 15 de julio de 2009

Entierros ajenos

El Caminante es un personaje extraño. Recorre las calles en silencio y en soledad, y sólo se dedica a observar la realidad de una tórrida ciudad repleta de detalles imperceptibles para el peatón desprevenido.
El Caminante escudriña cada milímetro de esa orgía de almas, esa mole impávida de cemento llamada Córdoba. No habla, no juzga, no sentencia, no opina. Simplemente mira y procesa internamente cada observación, cada dato que absorbe de la realidad.
Un día como tantos otros, el Caminante cruzaba la calle Santiago del Estero por avenida Olmos, con cuidado, porque en esa bendita esquina siempre hay agua quién sabe de qué manantial y los automovilistas doblan sin mirar bien porque están hablando por teléfono, bien porque se están hurgando la nariz, bien porque están sintonizando la radio o cambiando el CD.
Luego de dejar pasar a un par de choferes atolondrados, el Caminante cruzó cuidadosamente por Santiago del Estero y a la altura de la parada de ómnibus, allí donde alguna vez hubo un cine llamado Luxor, que más tarde se transformó en una iglesia y hoy es la ruina de lo que fue, una bella mujer esperaba su colectivo cuando una Traffic pasaba cerca de ella.
El conductor, un hombre de mediana edad, se abalanzó hacia donde estaba su copiloto, evidentemente un compañero de trabajo, e intentó seducir a la mujer por todos los medios, teniendo en cuenta que estaba en un vehículo en marcha. El Caminante observó la situación con un dejo de simpatía, y luego concentró su atención en el hecho.
Primero miró a la joven, para ver si estaba buena. Y efectivamente, lo estaba, pero no hacía caso a las obscenas invitaciones del conductor desesperado. Evidentemente acostumbrada a este tipo de casos, sólo se dedicaba a mirar, con paciencia, hacia el horizonte de cemento para esperar su colectivo.
La altivez de ella no amedrentó al buen hombre, que seguía con su poética cordobesa del tipo “¡dale mi vida, subite acá atrás u nratito y haceme feliz, no seas odiosa bombonazo!”, y epítetos peores que no vale la pena transcribir. No cedía, no negociaba, no perdía de vista su objetivo: subir a la mina, echar a su amigo y todo con la Traffic en marcha. Pero no hubo caso, la joven siguió mirando al horizonte y ni siquiera se despeinó ante semejante demostración de caballerosidad precaria.
Él, quizá cabizbajo, aceleró a toda marcha y continuó con su vida, con una derrota a cuestas.
El Caminante miraba con simpatía aquél usual suceso en la Córdoba de la Nueva Andalucía, pero no pudo evitar detenerse en la Traffic, cuando ésta aceleraba hacia lo desconocido. Detrás, en las puertas laterales de la caja, el vehículo tenía una leyenda que decía: “Punilla, Servicios Fúnebres”.
Una mueca surgió de la boca del caminante, quien pudo al fin comprender paradoja del pobre hombre.
¡Cuántos entierros ajenos y tristes!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es decir, el conductor estaba empeñado en seguir haciendo su laburo: la queria enterrar... jajajaja