jueves, 23 de agosto de 2007

La odisea del Forastero


La noche de Córdoba recién empezaba y el forastero se sentía bendecido. Pensaba, para sí mismo, la suerte que había tenido en conocer a esos amigos cordobeses y la consiguiente invitación que había hecho posible su desembarco en tierras serranas. “Mi primera noche en Córdoba”, se decía insistentemente sin poder ocultar su alegría.
En pocos días el forastero se había enamorado perdidamente de la ciudad, porque, consideraba, mantenía las características típicas de una urbe, pero sin la violencia de su Buenos Aires natal, donde prácticamente no se podía salir a la calle. Aquí era distinto, ¡si hasta se podía cruzar una plaza de noche! Además, el itinerario era excelente. Viajes a las sierras, para conocer la provincia; mucho asado y guitarra, además de la posibilidad de hacer nuevos amigos; gente muy hospitalaria, pensaba.
Pero aún quedaba lo mejor, pues por las obligaciones laborales de sus hospedantes no había podido gozar de la noche cordobesa, famosa por su exceso de jóvenes dada su gran población universitaria. Y ese día había llegado. Era sábado, por la noche, y todo comenzó con un asado y altas dosis de alcohol, como es correcto. Posteriormente, comenzó con la típica discusión de los playboys: ¿a qué boliche ir en la única noche del porteño en Córdoba?
Finalmente, la mayoría se inclinó por Faraón, un tugurio de importante tamaño que cumplía con todos los requisitos. En otras palabras, el alcohol era barato, estaba separado por sectores que ofrecían diferentes tipos de música y, por sobre todo, presentaba una gran cantidad de mujeres. Nada podía salir mal allí.
Entonces, acordado el paso a seguir, el grupo rumbeó hacia Faraón, con todas las esperanzas puestas en conseguir algún amor pasajero. El boliche, obviamente plagado de referencias hacia su nombre, estaba emplazado en la Zona del Abasto, a menos de un kilómetro del centro de la ciudad. En su entrada tenía un pequeño lobby para luego pasar a la primera pista, generalmente con música nacional. En ese lugar también había una barra, en la cual nuestros héroes fueron a cambiar la consumición que le habían dado por el valor de la entrada por algún trago para matar la sed. Más atrás, se encontraba el sector principal del comercio, un enorme círculo plagado de gente bailando en el más absoluto frenesí. Hacia la izquierda, una escalera llevaba hacia el primer piso, en el que también había sectores para bailar y reservados, a dónde todos querían ir en algún momento, pues sus cómodos sillones estaban dispuestos para iniciar algún romance. Pero, primero, había que encontrar a aquella mujer que se prestase para tal fin y para ello no se podía perder tiempo, ya que el nido estaba repleto de buitres.
Así fue como el Forastero y sus amigos se insertaron rápidamente entre la masa y repasaron todo un repertorio de formas para atraer la atención de las bellas jóvenes presentes.
Mas no todo salió según lo planeado. Si algo saben aquellos que pululan por las noches es que no siempre se puede cumplir con los objetivos propuestos, principalmente en todo lo referido al sexo opuesto. A veces el éxito se hace presente y otras no. Sencillamente es así y todos lo entienden de esa manera.
Ya la noche se acababa y el grupo se disponía a retornar hacia sus hogares con su soledad a cuestas. La tropa estaba disminuida, pues eran menos, ya que no todos corren con la misma suerte, pero los que quedaban permanecían unidos, como un equipo que jamás podrá ser diezmado por las venturas del destino.

Normalmente, esos regresos suelen ser muy crueles y pueden llevar al más precavido a cometer la máxima de las locuras con tal de saciar su voracidad sexual. Porque las hormonas no saben de éxitos o fracasos, sólo exigen acción. Y allí es cuando aparece la última de las opciones posibles para todo ser decente: amor de alquiler.
Así pensaba al menos El Forastero, quien estaba totalmente decidido a regresar a sus tierras con olor a mujer, habiendo compartido la cama con alguien, sea como sea. Pero el resto de los soldados no estaba dispuesto de la misma forma, el día ya asomaba y todos querían simplemente regresar a sus hogares a saciar su deseo en soledad, o sólo a dormir.
Las opciones del Forastero se resumían pero él insistía en cumplir con su cometido; “tengo que tener sexo en Córdoba”, se decía. Con la conciencia plena de que en algunos casos es necesario tomar al toro por las astas, plantó bandera frente a sus amigos y rugió que buscaría algún sitio para compartir el lecho, y no le importaba el precio. Se separó del resto de la tropa y con mucha valentía se adentró hacia lo desconocido, la ciudad.
Pero no era un improvisado, pues en Capital Federal había incurrido en la misma actividad en innumerables ocasiones y sabía que nadie más que un taxista sabía de wisquerías a esas horas de la noche. Entonces, tomó un taxi y le dijo que lo llevara a uno de esos lugares en los que se puede satisfacer la necesidad de sexo urgente a cambio de una suma de dinero. Y hacia allí partieron; conductor y pasajero.
El lugar al que se refería el chofer estaba en la periferia de la ciudad; más precisamente camino a La Calera, una localidad aledaña a Córdoba Capital. El viaje duró poco, pues ya era domingo por la madrugada y la ruta estaba prácticamente vacía. La cantina estaba ubicada a la vera de la ruta y, pese a que su tamaño era bastante reducido podía divisarse claramente debido a su soledad. Se encontraba a medio camino entre Córdoba y La Calera y su aspecto no prometía demasiado. Pero El Forastero, entre su desesperación por encontrar una mujer y alto nivel de alcohol que tenía en su cuerpo, optó por confiar en el chofer y accedió rápidamente a bajarse del coche, pagar la elevada tarifa del taxi y encarar, decidido, hacia el prostíbulo disfrazado de bar.
Cual no sería su sorpresa cuando nuestro héroe se encontró con las puertas cerradas. El local ya había cerrado y desde adentro no parecían demasiado convencidos en contestar sus reclamos, a estas alturas convertidos en súplicas, para que lo dejen pasar.
Sin embargo, El Forastero no se dejaría vencer rápidamente; llamó, golpeó, gritó y pataleó hasta que la puerta se entreabrió. En ese momento la sorpresa fue mayor, pues quien atendió no era precisamente una bella prostituta, sino una mujer de importantes proporciones que había nacido en el cuerpo de un hombre. Con voz seca, y bastante ronca, la mujer le advirtió que el lugar ya no atendía y que si continuaba con ese escándalo se vería en la obligación de llamar a la fuerza pública para retirarlo de allí.
Luego de varios minutos, que hasta podrían haber sido horas, El Forastero tuvo ese segundo de coherencia que por el que todos pasamos en una situación límite y decidió, con suma tristeza, emprender su regreso.
Pero no sería tan fácil, pues a esas horas la ruta estaba desierta y luego de los insultos que había propiciado contra los empleados del local no podría regresar y pedirles que le presten un teléfono para llamar a un taxi.
Entonces, se acercó hacia la calle, vio para un lado, y nada, para el otro, tampoco, y no le quedó más remedio que regresar caminando.
Según contaría tiempo después, fueron los 15 kilómetros más largos de su vida. Su única compañía fue un perro, que lo siguió por un tiempo hasta que cayó en la cuenta de que no le daría comida. Ese verano fue particularmente cálido y el Forastero pudo dar fe de ello, pues hacia el mediodía aún se encontraba inmerso a mitad de su odisea y el sol parecía calarle en su cuero cabelludo.
Cuando regresó a la casa de sus amigos, quienes estaban preocupados por su demora y hasta habían llamado a la policía, no tuvo otra opción que contarles la verdad.
Por fin, cuando se pudo acostar a dormir, sentía un intenso dolor en sus piernas y recordaba, entre lamentos, que no eran los músculos que precisamente pensaba utilizar esa noche, pero por lo menos tenía el consuelo de haber vivido una verdadera aventura, digna de ser contada por generaciones.

2 comentarios:

Superman dijo...

Me encanto pato jajaja no lo habia leido,nunca me siento halagado y avergonzado a la vez,me parece que con esto revelo la identidad del forastero pero bueno!!!

Anónimo dijo...

¡jajajaj! te mandaste en cana. Pero quedate tranquilo, que no voy a decir tu nombre. Sos solamente "superman", jejeje.
Un abrazo grandotote y espero alguna vez volver a verte.
Pato