jueves, 9 de agosto de 2007

El padre falluto

La escenografía otoñal ofrece el marco perfecto para ese barrio residencial de alguna parte del mundo. Los árboles que tiñen sus copas de un marrón claro y que dejan caer sus lágrimas en forma de hojas hacia los pastizales ya amarillos por la cercanía del invierno permiten al curioso observador pensar que tal vez el paraíso no diste demasiado de aquella visión.
En una de las amplias aceras, el padre, rubio y fornido, lleva a su hija blanca como la nieve de la mano. Una mano protectora que para la nena de cabellos de oro puede cubrir el mundo entero y aislarla de cualquier peligro.
Él fue a buscarla a la escuela y la traía de nuevo a casa. Era un alto en su trabajo en el cual se daba el placer de acompañar a su hija, su sueño, más no sea por unos minutos. Ese momento, para ambos, era mágico, perfecto.
Mientras caminaban, uno al lado del otro, el padre la tomó entre sus brazos trabajados, la alzó y le dijo al oído:
-Hija, mientras yo esté cerca de ti, nada va a pasarte.
Continuaron caminando en una especie de recreo excelso cuando, de repente, al cruzar la calle, una camioneta negra, de miles de dólares, apareció de la nada y a gran velocidad embistió a la nena lanzándola a unos veinte metros de la mano de su padre. Murió al instante.
El padre falló.

1 comentario:

Anónimo dijo...

nadie se animó a opinar. yo me reí. Qué mala