martes, 17 de julio de 2007

El mal no es externo


Normalmente, los líderes intentan deslindar responsabilidades cuando sus gobiernos afrontan etapas dificultosas. Lejos del mea culpa, apuntan a poderes maléficos, intangibles, externos y hasta inexplicables para detallar las vicisitudes de una crisis. Sino, vale la pena preguntarse a modo de ejemplo: ¿qué es Al Qaeda? o ¿Quién apoyó durante 50 años a las FARC? Nadie lo sabe. Pero, de lo que se olvidan nuestros líderes, es que cualquier intento desestabilizador necesita indefectiblemente de un caldo de cultivo para prosperar. En otras palabras, no sólo importa quién esté detrás de tal o cual protesta, sino que esa expresión tiene una base sustentable en un descontento en particular. Para explicar mejor esta hipótesis, nos trasladaremos a Perú y México, dos países que actualmente enfrentan violentas movilizaciones por motivos puntuales. Unos, quieren echar del poder a un gobernador excesivamente corrupto y represor; los otros, pretenden evitar que el país se inserte aun más profundamente en un sistema, el neoliberal, que no les conviene para nada. Y en ambos casos, los presidentes de turno dirigen su retórica hacia la maléfica concepción de un socialismo implementado en Cuba o Venezuela. El punto no pasa solamente por preguntarse si efectivamente las protestas en Oaxaca y en todo Perú son azuzadas por terceros que pretenden desestabilizar a un gobierno legítimo, hecho que de por sí es gravísimo. Sino, en encontrar los motivos que generan semejante descontento. Porque en ambos casos estamos hablando de miles y miles de personas que arriesgan mucho más que unos días en prisión para realizar protestas; que enfrentan a las fuerzas del orden sin más que palos y gargantas a sabiendas que del otro lado los esperan balas de acero y gases lacrimógenos. Más allá de un malo de turno, más bien sería acorde preguntarse ¿por qué están tan enojados?, ¿no será realmente que algo anda mal con Ulises Ruiz en México o con las políticas económicas y sociales en Perú? No estamos hablando solamente de grupos que responden a una ideología determinada, sino a personas que en carne propia sufren aquello del privilegio para unos pocos. Algo similar ocurre con el Mundo Islámico. Nadie en su sano juicio podría felicitar a un grupo o corriente que incite a sus seguidores a volarse en mil pedazos en una plaza concurrida de inocentes. Pero sí es necesario preguntarse por qué esos grupos o corrientes tienen la capacidad de reclutar a personas capaces de realizar cualquier empresa debido al odio que han acumulado durante años, durante toda su existencia. En fin, aunque parezca ingenuo, no estaría mal exigir de vez en cuando que el poder de turno anteponga la justicia social al interés particular.

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