jueves, 27 de septiembre de 2007

El pulpo


Él siempre había hecho lo correcto. Se graduó con honores y en el tiempo necesario. Luego comenzó a trabajar. En el medio consiguió a la chica de sus sueños y era tan, pero tan inteligente que su mayor ambición era formar una familia y ser feliz.
Siempre había hecho lo correcto. Su padre lo adoraba, sus hermanos lo respetaban y sus amigos lo querían. Con sus ojos saltones, su baja estatura y su cuerpo macizo desde la secundaria se había ganado el mote de “gordo”. Aunque, y aquí viene la reverencia, sus amigos también lo llamaban “cerebro”, simplemente porque cuando Carlos te decía algo, lo hacía con una fuerte convicción y sólidos argumentos. Y vos, en silencio, pensabas: “¡cómo sabe este tipo!”.
Pero hasta el más perfecto de los seres humanos tiene su momento de debilidad, aquél que nos hace recordar a todos que ese ser al que admiramos tanto también puede caer en excesos, errores y confusiones.
El momento de Carlos llegó en unas aisladas vacaciones en Santa Rosa de Calamuchita, allá en los comienzos del siglo que aún está naciendo. En principio, nada salía de lo normal: una carpa, cuatro amigos, un poco de carne, alcohol a raudales, un jeep para los traslados y la idea fundamental de despejar las mentes en ese paraíso lleno de gente joven… y mujeres.
El primer día no me di cuenta, pero ya en el segundo pude observar como a Carlos se le entrecerraba levemente su ojo izquierdo cada vez que íbamos a la playa. Algunas horas después, las pulsiones ya eran claramente visibles: un bikini, y el Gordo se estremecía de pies a cabeza, mas aún conservaba la cordura acaso porque dentro de su mente primaba la imagen de su amada. Pasó la playa, abundó el alcohol y la noche nos encontró con una amiga que, a su vez, tenía muchas amigas a su alrededor. El asado de presentación no pudo ser mejor, nosotros revoloteábamos como vampiros sedientos alrededor de aquellas jóvenes doncellas, que preferían mostrarse como presas cuando en realidad eran ellas las cazadoras. Pero así estaba bien.
Él, el Hombre que nunca se había equivocado, se dedicó a cocer la carne y, por todos los medios, se abstrajo de esa danza de hormonas que pululaban a su alrededor. Más tarde, ya con la confianza a pleno entre los dos grupos que tenían el destino de una noche en sus manos, Carlos comenzó a perder la compostura. Llegaron los concursos de fondos blanco, pero Carlos se mantenía al margen, aunque ya se reía con el resto. Luego comenzó la ronda de bar en bar, y Cerebro ya era definitivamente uno más del grupo. Su testosterona podía palparse. Con esos ojazos enormes seguía en detalle a cada niña que se cruzaba frente nuestro, y sólo algunos minutos más tarde ya nos comentaba en voz baja las características de las bellezas que tenía ante sí. A este ritmo, no pasó mucho para que esos comentarios se hicieran directamente sobre el destinatario. Es decir, sobre esas chicas que caminaban alegremente por la noche serrana.
La Vaca Echada, el célebre boliche de Santa Rosa, fue el destino del grupo de amigos, porque ya era uno solo. Nos tomamos unos minutos para reconocer la arquitectura del lugar y nos mezclamos con la jauría, como quienes necesitan un instante para sumarse a un banquete infernal.
A esas horas, Carlos ya estaba totalmente desbocado. Entre el deseo que nacía ferviente de sus entrañas y la peligrosa mezcla de alcohol con energizante no pudo contener las toneladas de libido acumuladas en una vida entera y se abalanzó como un predador sobre absolutamente todas las mujeres de la discoteca.
Empezó con un tímido “¿querés bailar?”, continuó con piropos de baja calidad poética: “¿qué pasa, hay huelga en el cielo que los ángeles están en la tierra?”; para finalizar ya con un lamentable “adiós corazón de arroz… ¡esta que me cuelga es para vos!”. En todas esas instancias, Carlos lo intentó todo. Fue simpático, sagaz, mentiroso, prepotente y hasta un hábil bailarín, pero no pudo obtener el favor de ninguna de las mujeres que habitaban aquel antro.
Quizás porque no tuvo suerte, quizás porque su deseo sólo era pasar una noche de desenfreno pero mantenerse fiel a su amada. Lo cierto es que, esa noche, Carlos dejó la perfección de lado. O, más bien, se comportó como lo que era: un joven brillante que cada tanto se toma la licencia de comportarse como uno más en la multitud.

Pasó la noche. Nosotros, sus amigos, que también habíamos acabado solos, debimos ayudarle a regresar al camping pues Carlos apenas si podía caminar. Al día siguiente, nos comportamos como cualquiera se comportaría cuando su amigo pasa una noche alocada, prohibida: con crueldad. Y Carlos lo aceptó con hidalguía. Sabía que él sería el centro de todas las bromas cuando el grupo se sentara a repasar las anécdotas de una noche increíble.
Sabía, sí, pero no contaba con nuestra particular manera de hacernos burla. “¡Si no nos pagás un asado le contamos a tu novia lo que hiciste!”, vociferábamos entre risas. “La próxima vez que nos juntemos, tratá de que tu novia no entienda ninguna indirecta… ¡pulpo! ¡No nos dejaste avanzar a ninguna mina!”, decía otro. Y así se sucedían las gastadas, una tras otra, hora tras hora. Carlos, que se supone un tipo inteligente, cayó en la trampa, pues en un momento hasta pensó que sus amigos de toda la vida podrían traicionarlo en serio. Temió en un momento de poca lucidez que quienes más quería podrían revelar su secreto: se había portado mal. En realidad no se había portado mal, pero lo había intentado con todas sus energías.

Terminaron las vacaciones y el regreso de Carlos fue en el más absoluto de los silencios, mientras sus amigos continuaban con las burlas de rigor. A Carlos cada palabra le entraba por sus oídos como una aguja caliente. Le dolían.
De pronto, a poco de regresar a Córdoba, un miedo indescriptible invadió su alma con la misma violencia con la que el mar golpea las rocas en algún acantilado perdido en el universo. “Mi novia no se puede enterar”, pensó. Pero tras un pequeño trabajo de deducción, entendió que se había portado bien, que no tenía nada que esconder porque fue fiel a su amada.
Ante la posibilidad de que las bromas y los chistes hicieran referencia a cosas que no habían pasado, apenas llegó a la ciudad fue a ver a su novia, la miró fijo a los ojos y le dijo, con la voz entrecortada: “Amor de mi vida, que con tus ojos iluminas mi camino, el sábado en Santa Rosa me alcé un pedo de novela. Todo lo que te digan los chicos son mentiras. Te amo”.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Agendas prioritarias


Una de las teorías más lúcidas sobre los medios de comunicación de masas es la del Establecimiento de la agenda, o la Agenda Setting (Donald Shaw). Básicamente, la Agenda Setting indica que la cantidad de información que nos brinda la realidad jamás podrá ser incluida en un diario o un informativo (radial o televisivo). Por lo tanto, normalmente se realiza una selección de los temas que serán mostrados al público, de acuerdo siempre al criterio del mass media, claro está, pues de acuerdo a esta teoría los medios masivos de comunicación no pueden decirnos cómo pensar, pero sí sobre qué pensar.Y esto es lo que nos importa, porque ya estamos acostumbrados a que los grandes medios nos impongan la agenda de acuerdo a su criterio, pues todo el mundo lo tiene. Además, esta frase nos aclara que desde el vamos la objetividad no existe, pues sólo con elegir cuál será la noticia de tapa, un medio o una persona ya está siendo subjetiva. Pero de todos modos, a conciencia de que es inevitable no opinar sobre algún tema, el quid de la cuestión pasa en saber cuál es el motivo para realizar esa selección. Y aquí ya entramos en el terreno de los intereses que manejan (a) los mass media y que los lleva a diagramar tal o cual Agenda Setting.¿Qué habría sido de la invasión a Irak de no existir ese poderoso sustento mediático que ayudó a los norteamericanos a convencerse de la amenaza nuclear que representaba Irak? Nada. Hubiese sido sencillamente imposible, pues efectivamente el único método que sostuvo aquella empresa fue la alianza con los medios de comunicación de masas más importantes del mundo. O mejor dicho la sumisión de los mass media a los intereses de la Casa Blanca, que a su vez está sumida a los intereses particulares de un grupo de personas. Hoy, cuando han pasado ya cuatro años de aquella brutal invasión, y ante la evidencia de los hechos (Irak jamás fue un peligro nuclear), el propio Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos de 1987 a 2006, admitió que la verdadera motivación de la acción armada fue el petróleo, y no la defensa de la humanidad. Tampoco tiene defensa la actualidad de las sufridas tropas norteamericanas, que vivieron en carne propia aquella mentira de "cuando derroquen a Saddam los van a tratar como a dioses". Todo lo contrario, la verdad fue "gracias por derrocar a Saddam, pero ahora vuelvan a casa o sufran las consecuencias", y sólo en algunos casos, pues en otros fue aún peor.Pero eso no es todo, y aquí va una severa advertencia: debemos estar atentos a la nueva agenda de los mass media. ¿O acaso algún lector desprevenido piensa que los reveladores informes sobre los planes norteamericanos para atacar a Irán salieron a la luz justo ahora, por coincidencia o sagacidad periodística?

martes, 18 de septiembre de 2007

Sólo una vez (por semana)


Hugo, Paco y Luis habían salido esa noche simplemente a matar el tiempo. No tenían un plan determinado, ni siquiera expectativas, sólo se sentían como aquellos que realizan alguna actividad más por costumbre o por miedo a quedarse solos entre sus pensamientos que por convicción. Era el último día de una extensa semana laboral y los tres tenían deseos de distraerse un poco. Tomar alguna cerveza, ver mujeres hermosas, hablar de la vida y luego volver a casa. Simplemente eso. Salieron al barrio estudiantil, aquél que acostumbraban visitar siempre que podían, pues contaba con una infinidad de bares que ofrecían una variada oferta, tanto de estilos como femenina. Eligieron uno de ellos, se sentaron en una mesa y se dispusieron a conversar y mirar, con la misma energía. Sin embargo, no contaban con que esa noche de verano ofrecía un intenso calor, con el inconveniente que trae consigo: cuando la temperatura es elevada uno tiende a transpirar mucho y, para recuperar ese líquido perdido, el cuerpo, esa máquina perfecta, nos lo demuestra a través de la sed. Si bien lo que acabo de explicar es lo más normal y acaso básico del mundo, en una noche de alcohol puede tornarse peligroso, pues esa demanda de líquido no se sacia con agua, sino con cerveza o fernet con coca. Así fue como pasaron algunas horas y Hugo, Paco y Luis comenzaron a sentir los primeros efectos del alcohol, esos que a uno le exaltan la felicidad y le quitan las ganas de volver a casa. Ya con las inhibiciones guardadas en algún arcón perdido, nuestros héroes comenzaron a rondar entre bar y bar como fieras hambrientas que pretenden saciar su deseo cueste lo que cueste. Bailaron, posaron para alguna cámara inexistente como si fuesen lindos, contaron chistes, recitaron poemas, mintieron en cuanto a su fortuna; en fin, intentaron toda clase de peripecias para lograr el favor de alguna bella muchacha, pero no lo lograron. A medida que pasaban las horas y el consumo de alcohol no mermaba, el concepto de belleza varió radicalmente, y para las cinco de la mañana todo aquello que se pareciese a una mujer era bello. Ya ni siquiera había un máximo entendible de kilogramos ni la más mínima pretensión de facciones o curvas. Lo que sea, literalmente, estaba bien. Tanto para Hugo, como para Paco y Luis. Pero todos los esfuerzos fueron infructuosos: nada, ni nadie quiso cuanto menos intercambiar unas palabras con ellos. El jueves hacía rato que se había hecho viernes, el sol amagaba con asomarse y ellos estaban solos. Y así tendrían que dormir. Aparentemente. Poco después, uno de ellos fue invadido por la cordura y propuso que la noche había terminado, por lo tanto, ya era hora de emprender la retirada. Estaban demasiado borrachos como para continuar en otro lado y tenían la plena certeza de que no podrían de ninguna manera conocer a una chica. Definitivamente, no era su noche. Los tres lo entendieron así, salieron del enésimo bar e iniciaron el regreso a casa. Recorrieron una cuadra, entre tropezones, para llegar al automóvil en el más absoluto silencio. Era el silencio de la derrota. Sin embargo, nunca sabremos si fue durante aquella eterna caminata o sobre el rodado que los trasladaría a casa que uno de ellos lanzó la idea a los demás: amor de alquiler. O, palabras más simples, ir de putas. Casi sin discutir, nuestros héroes pusieron manos a la obra y realizaron una rápida puesta en común para decidir, con el espíritu renovado, cuál sería el destino. Que yo conozco una wisquería con lindas chicas y buenos precios por allá, decía uno; pero la que está en aquél otro lado es mejor, retrucaba el otro. Luego de más de media hora de un debate encendido decidieron acudir al más cercano, pues, no olvidemos, estaban completamente borrachos, y no es fácil manejar en ese estado. El tugurio en cuestión estaba ubicado en calle 9 de Julio, a pocos metros de La Cañada. Quienes lo conocen, dicen que combina tres cuestiones básicas para este tipo de comercios: precio, calidad y poco tiempo de espera. A los pocos minutos, ya habían arribado al local, pero se encontraron con la sorpresa de que la disponibilidad no era la ideal; apenas una chica podría hacerles el favor y a todos juntos. Paco y Luis aceptaron inmediatamente, pero a Hugo lo remordió la conciencia, y el bolsillo, pues no era para nada accesible. Así fue como dos de nuestros héroes acudieron sin pensarlo a la habitación del amor, donde serían atendidos como lo que eran: dos borrachos absolutamente desesperados que terminarían aquella aventura más entre risas y eructos que extasiados de placer. Hugo, mientras tanto, esperó pacientemente en la sala de entradas, hasta que una de las prostitutas le pidió que fuese a otro lado porque esperaban más clientes. Entonces, Hugo, que era el encargado de sostener los bolsos de sus amigos, no tuvo más remedio que encerrarse en el baño, rodeado de bártulos, y reírse de sí mismo por la situación: estaba en sentado sobre el excusado de un prostíbulo, esperando a que Paco y Luis terminaran con aquella deliciosa prostituta. Pasada la anécdota, a la semana siguiente cuando regresaron al trabajo, los tres, entre risas, juraron que jamás volverían a hacer una cosa por el estilo. Hasta el jueves siguiente, claro.

jueves, 13 de septiembre de 2007

El mismo conflicto


La victoria de Salvador Allende en las elecciones chilenas, en 1970, polarizaron a un país que poco después decidiría su destino sobre la base del terror. Entre esos extremos se encontraba una masa desprotegida que exigía igualdad o, al menos, mayores oportunidades para progresar, mientras que en el otro podía verse a las clases medias y altas, aterradas por la llegada de un socialista al poder, con el fantasma de Cuba siempre presente. El resultado ya es conocido: el 11 de septiembre de 1973, un general, Augusto Pinochet, traicionaría a sus comandantes (entre ellos un tal Alberto Bachelet, el padre de la actual presidenta Michelle Bachelet) y tomaría el poder con la vital ayuda de Henry Kissinger. Y la historia conocida continuó: Pinochet se encargó de imponer las medidas que abrirían paso al neoliberalismo, pero en 1988 el clamor popular por democracia y la falta de apoyo norteamericano lo llevaron a tomar la difícil decisión de hacerse a un costado y llamar a elecciones. Llegaron los comicios y ganó la Concertación Democrática, una alianza entre el socialismo y la Democracia Cristiana. Hasta allí, Chile no cambió un ápice de las recetas impuestas por el viejo general, hoy fallecido. Es más, se transformaría en el orgullo del poder central, pues fue el único país de la región que no sufrió una debacle social y económica a causa de ese sistema. Sin embargo, el paso del tiempo demostraría que la población, de a poco, ya se estaba cansando de celebrar los éxitos macroeconómicos sin palpar de manera tangible sus bondades. La deuda interna hacía estragos en un país que no escapa del factor común en toda América latina: la desigualdad social. Así llegó al poder Michelle Bachelet, con un fuerte discurso que apuntaba precisamente a limar esas diferencias aunque no se atrevía a dejar de lado un camino que ya superaba los 30 años -especialmente por la fuerte resistencia dentro de la misma Concertación-. Pero los años de gobierno demostraron que la presidenta aún no cumplió con su promesa. Presa de la imposibilidad de hacerlo por la fuerte estructura creada a su alrededor o bien por incapacidad, lo cierto es que Chile poco ha cambiado y ese reclamo ya se está transformando en acción. Desde el domingo, miles de chilenos salieron a las calles para hacer sentir su voz, con la bandera de Salvador Allende entre sus manos como el pretexto ideal para hacer valer su descontento. El resultado también es conocido: fuertes enfrentamientos con la policía y hasta un muerto. Los intelectuales sostienen que la historia no es circular, y tienen razón, pero la realidad nos demuestra que pese a la sangre que tiñe los suelos, en esencia, poco ha cambiado. El sueño de Allende y de tantos otros todavía no se ha cumplido, y nosotros no aprendimos la lección.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Solo en el mundo


La última década estuvo marcada por la unipolaridad mundial, la guerra contra el terrorismo y la aparición de movimientos alternativos a ese dominio exclusivo, especialmente en latinoamérica. En 1997, Estados Unidos todavía tenía dinero para comprar el mando mundial –sin recurrir exageradamente a las armas-, en Venezuela gobernaba Rafael Caldera, Rusia aún no se había recuperado y en el Reino Unido asumía el poder un político progresista llamado Tony Blair, el primer ministro más joven de la historia británica que diez años después dejaría el cargo hostigado por su partido y convertido en un conservador.
¡Cómo pasa el tiempo!
Cuando Hoy Día Córdoba recién daba sus primeros pasos el mundo estaba acomodándose al violento cambio que significó el hundimiento de la Unión Soviética y la asunción de Estados Unidos como potencia hegemónica. En otras palabras, por primera vez en mucho tiempo teníamos un mundo unipolar, con las consecuencias que, sabemos, acarrearía. Recién salíamos de la Guerra de los Balcanes y la realidad ya era clara: la unipolaridad socavaría irremediablemente las entidades supranacionales y, al mismo tiempo, reduciría la equidad mundial, hablando del trato entre estados, claro está. Y así fue, porque a partir de 1997 se notó cada vez con más fuerza la influencia estadounidense sobre todos los países del mundo, incluso Asia y Rusia, acaso las regiones que representaban –y representan- un peligro inminente para al imperio.
Pese al contexto, durante la presidencia de Bill Clinton la Casa Blanca no había experimentado la necesidad de desencadenar todo su arsenal –léase político y militar- sobre el resto de la humanidad, bien porque no era necesario ya que había una cierta estabilidad mundial y bien porque la gestión Clinton no era especialmente belicista, pese a que había participado en varias acciones armadas, tal vez algo imposible de evitar para un estadounidense.
Pero pronto todo cambiaría, pues luego de las polémicas elecciones de noviembre de 2000 (muchos aún denuncian un decisivo fraude electoral en Florida) el Partido Republicano retornó al poder luego de ocho años, representados nada menos que por George W. Bush, la cabeza visible de un grupo de neoconservadores, una palabra que en ese entonces ya sonaba fuerte.
Si bien los primeros meses de la gestión Bush estuvieron caracterizados por un quietismo alarmante, fue después de los atentados a las Torres Gemelas y el Pentágono que el nuevo gobierno encontró su razón de ser, y el resto del planeta sufrió las consecuencias, pues esa unipolaridad de la que hablábamos se llevó hasta un extremo casi intolerable y produjo secuelas sangrientas en sus aliados, como los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid o los del 7 de junio en Londres. A tal punto, que por su propia acción desarrolló la creación de movimientos de resistencia política y hasta un Foro Social Mundial.
Pero, volviendo a lo nuestro, el 11S marcaría un antes y un después fundamental en el contexto mundial porque Estados Unidos acentuaría más que nunca su vocación de potencia hegemónica. Por ello sufrieron estamentos supranacionales creados precisamente para evitar una situación de este tipo. Y en este caso, el ejemplo más sobresaliente es Naciones Unidas (ONU), que más que nunca se reveló como una organización pluralista sólo en su apariencia, pues los temas más delicados se deciden entre las cinco naciones más poderosas con derecho a vetar cualquier medida que tome el plenario, en una tendencia que se repetirá en estos últimos años.
Cada uno defendiendo su postura particular pero de alguna manera socavados por la influencia estadounidense, los miembros con derecho a veto del Consejo de Seguridad de la ONU apoyaron sin chistar, en 2001, la invasión a Afganistán, ya que ahí supuestamente se encontraba el nuevo enemigo público número uno del mundo: Osama ben Laden y su Al Qaeda, el villano que definitivamente reemplazó a la otrora maléfica Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como el rival a combatir.
Así las cosas, una coalición liderada por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), también bajo el yugo estadounidense, desbancó rápidamente del poder al gobierno talibán, que paradójicamente pocos años antes había recibido el decisivo apoyo de la Casa Blanca para expulsar a las fuerzas soviéticas de territorio afgano.
Corría diciembre de 2001 y aquella unipolaricidad mostraba acaso su costado más cruel: el de la guerra contra enemigos fantasmas y una población civil que sufriría –y sufre- en carne propia sus consecuencias.
Pero lo peor estaba por venir, pues un año después haría su aparición protagónica un culebrón que dejaría a la ONU por el suelo: la invasión a Irak.
A mediados de 2002 la inteligencia estadounidense comenzó a buscar justificativos para cumplir con el viejo anhelo de la derecha dura norteamericana: el derrocamiento de Saddam Hussein. Pero tan poco convincentes eran esos argumentos que ni siquiera la obediente ONU podría justificarlos, en especial por la resistencia de tres países con derecho a veto como Rusia, China y Francia, apoyados por la opinión pública mundial con Alemania en la vanguardia. Fue en ese preciso momento cuando la Casa Blanca dejó los formalismos de lado y demostró quién mandaba en el mundo, pues invadió Irak sin la venia de Naciones Unidas y con una coalición un tanto dudosa, que contaba con el apoyo del Reino Unido, España e Italia como actores secundarios, países que sufrirían luego el fracaso de la guerra.
En medio de todas estas discusiones belicistas quedaron otros procesos que cobran mayor importancia hoy en día, cuando Estados Unidos se halla enfrascado en el inexorable fracaso de su aventura iraquí y bajo una crisis política y económica preocupante, que para muchos hasta puede significar el ocaso del imperio.
Decimos en el medio porque también en este decenio es preciso destacar el regreso de Rusia como un actor que amenaza al liderazgo norteamericano, al igual que China, tal vez el país que más ha crecido en estos años. Y a un costado del camino aparecen otros actores como Irán, latinoamérica y los movimientos antiglobalización europeos, que también pretenden introducirse en la discusión de un movimiento alternativo en el mundo, que equilibre el dominio unilateral que hoy ejerce la Casa Blanca.
Europa, por su parte, sufrió las consecuencias de su propia inacción y se encuentra enfrascada en la imposibilidad de llevar a los hechos el significado de Unión Europea (UE), más una unión de mercados que un bloque político, social y económico consistente, tal como lo indica su nombre. Si bien por peso específico jamás dejará de ser parte central en el juego mundial, la población del Viejo Continente está en otra lucha –especialmente la de Europa Occidental-: la de evitar el veloz avance del neoliberalismo que se traduce inmediatamente en la pérdida de viejas conquistas sociales. Pero al mismo tiempo, navega en la eterna contradicción, pues el temor a una avalancha de inmigrantes permitió la llegada de gobiernos duros y conservadores, al mejor estilo neocons estadounidense, para defenderlos del extranjero invasor. Y mientras, cede sumisa al juego estadounidense de agresión constante y Guerra contra el Terrorismo (recordemos sino los vuelos ilegales que realizaba la CIA por el continente transportando a personas sospechadas de terrorismo, ilegalmente secuestradas en Medio Oriente o en propio suelo europeo).
En fin, parece increíble que en tan poco tiempo tanto haya cambiado el mundo. Cuando este diario iniciaba su existencia en América latina todavía seguíamos las fórmulas del FMI y la mayoría de los gobiernos era de neto corte neoliberal, sólo por citar dos nuevos ejemplos. En realidad no tenemos la certeza si los procesos históricos se aceleraron en los últimos años, pero sí estamos en condiciones de afirmar que los últimos diez años encierran en sí mismos infinidad de sucesos que surcaron la historia de la humanidad. Y nosotros, afortunadamente, estuvimos para contarlo.

martes, 4 de septiembre de 2007

El falsificador del Dante Alighieri


Muchos creen que los dichos populares, o refranes, son la fuente de la verdad absoluta. Y, a decir verdad, no están muy equivocados, porque siempre, casi en toda situación cotidiana, hay un refrán para aseverar cualquier tipo de acción. Claro que para llegar a esas verdades no sólo hicieron falta cientos de años, que perfeccionaron esos dichos a las distintas situaciones que vivió el ser humano, sino que además muchos se encuentran enfrentados y significan serias contradicciones entre sí (“más vale pájaro en mano que cien volando” aconseja ser conservador en cada decisión y “el que no arriesga no gana” predica precisamente lo contrario”) que los hacen infalibles, si sabemos cuando utilizarlos. Sin embargo, muchos de ellos pueden hasta servirnos como guía ante determinadas circunstancias. Y para finalizar con este preludio que ya se está haciendo más largo de lo indicado, cerraremos con decir que la historia que hoy nos convoca parte de un conocido refrán: “la mentira tiene patas cortas”.

El Grandote Intrépido recorría el Ecuador de la enseñanza secundaria con dos certezas contradictorias: debía cumplir con su única obligación que era finalizar el año escolar sin inconvenientes mayores y, al mismo tiempo, tenía la obligación intrínseca de comportarse como un adolescente rebelde y lleno de hormonas, que sólo ve lo que está delante de sus narices y hace caso omiso a aquello tan abstracto que los adultos llaman futuro. Así, entre una certeza y otra, el Grandote Intrépido navegaba entre su inevitable fracaso escolar y el oportuno disimulo ante sus padres, muy conservadores y preocupados por la opinión del entorno, por cierto.
Ya corría el mes de octubre y el colapso era inminente: el último reporte vaticinaba una catarata de materias con bajo promedio, que irremediablemente acabarían en diciembre, aquél mes tan temido en el secundario. En ese entonces, el Grandote Intrépido sabía que le esperaban dos meses de reclusión perpetua, pues sus progenitores de ninguna manera permitirían que el primogénito fuera un desastroso estudiante. Así las cosas, el período octubre-diciembre se basó en el concepto peronista de las épocas de crisis: “De la casa al trabajo y del trabajo a la casa”, sólo que en este caso no había trabajo, sino escuela. Lejos quedaron los abril, mayo, junio, julio, agosto y septiembre de libertinaje y delirio adolescente. Con la pesada mochila de lo que ya era un mal año, nuestro héroe debía hacer caso a su conciencia y sentarse a estudiar como Dios manda. Pero, sabemos, el cerebro de un adolescente es demasiado complejo o demasiado simple como para hacer caso a las reglas, y nuestro simpático Grandote Intrépido se las ingenió para gambetear los libros y hacer realidad los presagios: diez materias a rendir en diciembre. Pero eso no era todo, pues a ello lo acompañaba una buena cantidad de amonestaciones que hasta ponían en peligro su permanencia en esa prestigiosa institución italiana en el siguiente año lectivo. En consecuencia, debía ser un ángel no tanto para pensar en su futuro, sino para salvarse de sus padres en el presente.
Llegó diciembre, el mes fatídico, y el Grandote Intrépido lo encaró con la valentía que lo caracterizaba, aquella que lo hacía un jugador de básquet de excepción, una práctica olvidada en esos momentos de intenso estudio. Con mucho encono y tesón pudo salvar nada menos que cinco materias, el cincuenta por ciento de lo que adeudaba, mas no era suficiente, ya que para marzo le habían quedado otras cinco y, sí o sí, necesitaba aprobar por lo menos tres más. Al mismo tiempo, sabía que si sus padres se enteraban de su situación escolar se perdería el verano, el mejor momento de un adolescente con novia y muchas amigas. Nuestro héroe se hallaba en una verdadera encrucijada, pues o se perdía el verano o repetía el año. Y, en ambos casos, estaba muerto.
Ante semejante panorama, el Grandote optó por la salida que elegiría cualquier adolescente: la más estúpida. El plan era simple: convencer a sus padres de que no debía tantas materias a marzo. Para lograrlo, era necesario inmiscuirse en la dirección y hurtar un reporte en blanco, para así poder llenarlo como corresponde y, ante sus padres, suplantarlo por el original. Ya con la decisión tomada, el Grandote Intrépido se acercó en cada recreo durante varios días a la Dirección de su escuela, hasta que una vez la vio vacía y se dio cuenta de que era su gran oportunidad. Sin vacilar ni un segundo, se dirigió con la mayor naturalidad posible a la sala en donde se encuentra la máxima autoridad del establecimiento y comenzó a hurgarla hasta dar con las libretas. Una vez con el reporte en su poder, buscó rápidamente el sello de la dirección y más tarde tendría la ardua tarea de llenar todo los casilleros en blanco, con calificaciones positivas, claro.
La falsificación del reporte, que en esta columna llamaremos travesura, salió a la perfección y el Grandote Intrépido pudo gozar de un verano tal cual lo había soñado. Pero los meses de placer pasaron y, nuevamente, el Grandote se encontró ante la disyuntiva de tener que estudiar cinco materias y que sus padres crean que son sólo dos. Al mismo tiempo, su conciencia comenzaba a hacer estragos en su mente, porque si no hacía algo al respecto, como pedir ayuda a sus padres, indefectiblemente perdería el año escolar. Ya transitaba febrero y el Grandote Intrépido debía hacer algo pronto.
Y como todo hombre valiente, decidió encarar el peligro mirándolo directo a los ojos. En otras palabras, le diría a sus padres que había falsificado la libreta y se pondría a disposición de cualquier tipo de castigo. Claro que, dentro de todo, había que minimizar el impacto de semejante noticia. Entonces, pensó que lo más acorde sería revelar su terrible secreto con otras personas presentes, así por lo menos el ataque de ira inicial que tendrían sus padres no se traducía en golpes directos. Y la mejor ocasión era una cena familiar que se realizaría en su casa en los próximos días.
Todo estaba perfectamente planeado. Llegó el almuerzo y el Grandote Intrépido sabía que debía revelar su secreto lo antes posible, así pasaba mucho tiempo hasta que se fueran todos y, en una de esas, no sufría demasiado castigo inmediato –sabía que en el mediano plazo era imposible salir impune-. Esperó a que se sentaran todos a la mesa y, parándose bien erguido realizó el anuncio: “Mamá, papá, hermanos, tíos, primos, debo anunciarles que les mentí a todos. Me llevé cinco materias a marzo y, para no recibir castigo alguno, falsifiqué el reporte para que ustedes creyeran otra cosa. Ahora, como un hombre, afronto mi problema pero les pido ayuda o perderé el año irremediablemente”.
En ese entonces el Grandote Intrépido ya era amigo mío, pero, recuerdo, no lo vi por dos años.

Se molestó Eric


Debo admitirlo, nunca me gustaron los chismes, y mucho menos si atentan contra lo que quiero o creo. Por lo tanto, aprovecho estas líneas para condenar con todas mis fuerzas el deleznable libro publicado recientemente por el pseudo periodista Robert Draper, quien afirma discrepancias en la Casa Blanca basándose en fuentes confusas y poco creíbles.
Este señor, según publicó The Washington Post, indicó que uno de los pilares de la administración Bush, Karl Rove, aconsejó al presidente que no elija al vicepresidente Dick Cheney para la fórmula presidencial, cuando las elecciones. También señala que el cerebro de la Casa Blanca rechazó el nombramiento de Harriet Miers a la Suprema Corete de Justicia, entre otros chismes de pasillo que poco tienen de creíbles.
Con todo el dolor del alma, me gustaría decirle a este señor que se dice ser periodista que acepto el fracaso de nuestra administración. Admito, para ser más preciso, que nadie nos entiende hoy en día, pero que en poco tiempo la humanidad entera estará agradecida a quienes hoy despectivamente llaman neoconservadores. Nosotros no tratamos de defender una ideología en particular, sino que protegemos a la humanidad de sí misma. Y, que quede bien claro, jamás sacaremos los trapitos al sol, si es que alguna vez hubo discrepancias internas.
¡Qué fácil que es hacer leña del árbol caído! Qué sencillo que es para ese señor hablar mal de nosotros cuando nuestra gestión está en su piso de popularidad. Me pregunto, ¿por qué no dijo algo cuando logramos la reelección? Ahí todos nos felicitaban, claro.
Sin embargo, nada me hará cambiar de opinión. Tanto yo como mis copartidarios estamos muy seguros de lo que hicimos y no nos arrepentimos de nada, pese a que nos critiquen desde todos los costados. Porque si violamos los derechos humanos o el derecho internacional, no fue para favorecer a nadie, sino para proteger a la humanidad.
Alguna vez nos entenderán.