
Yo la miro impávido, desde arriba, sin ninguna capacidad de reacción. Es ese segundo en el cual tengo tiempo de lamentarme por perderla, pero no puedo hacer nada para salvarla. Una paradoja del destino: el cerebro funciona, pero el cuerpo es incapaz de reaccionar.
Ella, sigue rodando en sí misma por el aire con el destino cantado. Caerá violentamente y estoy seguro de que no podré salvarla. Ni siquiera después del impacto.
No es tristeza lo que siento, porque tampoco es para tanto, sino más bien expectativa porque todo salga bien. No quiero empezar todo de nuevo. No tengo ánimos. No es el momento para hacerlo.
Sólo observo con fe.
Pero sucede lo peor. Mis temores se hacen realidad: la tostada cayó del lado de la manteca. ¡Maldita sea! Tendré que levantarme, prender la tostadora, cortar más pan y ponerlo al fuego hasta que tome el color y el calor deseado. Pero no tengo ganas, es demasiado temprano y no estoy de humor.
Evidentemente, esta duda existencial carcomerá mi alma por siempre: ¿por qué las tostadas siempre caen del lado de la manteca?
No hay comentarios:
Publicar un comentario