
El trabajo de periodista es bastante difícil. No sólo porque se paga poco, sino porque en muchos casos obtener la información necesaria se torna imposible. Más si uno no pertenece a un medio masivo, sino que trabaja al costado del camino, como diría Fito Páez.
Es tan difícil escapar de las agendas que imponen los grandes medios como acceder a la verdad. Es sencillo: si ellos no lo dicen, es porque no es cierto. Y así lo creemos todos. Sólo vemos lo que nos muestran, y a quienes dicen algo distinto, los castigamos por inventar conspiraciones novelescas o bien porque pasan gran parte de su vida denunciando. Es cierto que muchos de ello mienten y hacen de la denuncia y la conspiración imaginaria un negocio. Tan cierto como que muchos de ellos dicen la verdad, sólo que desde otra perspectiva.
En definitiva, cada uno dice su verdad. Porque, les aviso, la objetividad no existe. Aunque intentemos ser imparciales, cada uno de nosotros tiene un acervo previo. Un sistema de creencias y valores que inevitablemente va a ordenar una noticia de una forma u otra, independientemente de su contenido.
Pero, acá viene lo más tenebroso, la objetividad no sólo depende de la subjetividad que tiene cada periodista en cuanto sujeto pensante. Sino que también entran en juego distintos intereses, porque hace mucho tiempo que los medios de comunicación dejaron de estar al costado del camino para recorrer la autopista del poder por los carriles más veloces.
Entonces, nosotros como lectores, oyentes o televidentes no sólo dependemos de la subjetividad de quién nos comunica, sino que tenemos acceso a la porción de la verdad que nos quieren contar debido a intereses relacionados íntimamente con el poder.
Para explicarlo mejor, les voy a poner un ejemplo bastante gráfico: la invasión a Irak.
Primero, habrán notado que he utilizado el término invasión y no guerra u ocupación. La guerra se entiende como un conflicto formal entre dos ejércitos o en último caso entre un ejército y una guerrilla (posibilidad contemplada en la Convención de Ginebra, vale aclararlo). Ninguna de las dos circunstancias se dio en Irak, pues la acción armada estadounidense no gozó del apoyo de la ONU, y poco después se demostró que los motivos que la justificaron eran falsos. En consecuencia, a causa de su ilegalidad no podemos hablar de una guerra formal.
El término ocupación se utiliza cuando un país invade a otro, pero con la venia de este último. Por ejemplo, si en un país existe una tiranía ilegítima y la gran mayoría clama porque se termine, entonces la intervención de un agente externo supone una ocupación. De hecho, pese a su ilegalidad, si Estados Unidos hubiese derrocado a Saddam Hussein y luego hubiese abandonado el país (aunque en la realidad esto era imposible y no sólo por los intereses norteamericanos, sino porque sabían que allí se abría una caja de Pandora) podría hablarse de una ocupación. Pero los iraquíes de ningún modo pidieron a las fuerzas extranjeras que tomen el poder y se queden en el país. Por lo tanto, tampoco es una ocupación.
El concepto de invasión, por el contrario, supone la ocupación de un país por otro sin la venia del primero, y por intereses que carecen de legitimidad.
Otro término falso, que responde a esos intereses, es la denominación terrorismo iraquí. Si bien en la actualidad existe una virtual guerra civil en el país, lo cierto es que las facciones armadas que atacan a las fuerzas extranjeras deben catalogarse como resistencia. Sus métodos son los de una guerrilla e intentan infundir el terror en el enemigo, pero resisten a una invasión ilegal e indeseada.
Lo mismo sucedió en Francia cuando fue invadida por la Alemania nazi. Los franceses actuaban como una guerrilla, pero contra una invasión ilegal. Por lo tanto, fueron célebres y pasaron a la historia como la “resistance”. Los iraquíes hacen lo mismo, pero son catalogados como “terroristas”.
Otro ejemplo notable ocurre en la actualidad. Luego de incrementar sus fuerzas en 30.000 hombres, George W. Bush hizo públicos informes según los cuales la violencia había mermado notablemente en Irak. De pronto, el país árabe había pasado de ser un pandemonio para transformarse Disneylandia.
Los medios más importantes, muchos de los cuales habían respaldado la invasión y sirvieron como un canal ideal de legitimación para los falsos argumentos, recogieron con entusiasmo la pacificación iraquí. Apenas en unos meses, las agencias ya no daban cuenta de ataques y atentados en Irak. Sólo algunos hechos violentos destacados como aislados, pues Al Qaeda, la madre de todos los males, estaba acorralada en el norte del país.
Sin embargo, hurgando en todos los lugares posibles, siempre aparece algo. Y si ustedes creen que Irak realmente es más seguro, visiten páginas como Prensa Latina (http://www.prensa-latina.com/) o la versión en inglés de Al Jazeera (english.aljazeera.com) y sabrán la verdad como yo la sé.
Es tan difícil escapar de las agendas que imponen los grandes medios como acceder a la verdad. Es sencillo: si ellos no lo dicen, es porque no es cierto. Y así lo creemos todos. Sólo vemos lo que nos muestran, y a quienes dicen algo distinto, los castigamos por inventar conspiraciones novelescas o bien porque pasan gran parte de su vida denunciando. Es cierto que muchos de ello mienten y hacen de la denuncia y la conspiración imaginaria un negocio. Tan cierto como que muchos de ellos dicen la verdad, sólo que desde otra perspectiva.
En definitiva, cada uno dice su verdad. Porque, les aviso, la objetividad no existe. Aunque intentemos ser imparciales, cada uno de nosotros tiene un acervo previo. Un sistema de creencias y valores que inevitablemente va a ordenar una noticia de una forma u otra, independientemente de su contenido.
Pero, acá viene lo más tenebroso, la objetividad no sólo depende de la subjetividad que tiene cada periodista en cuanto sujeto pensante. Sino que también entran en juego distintos intereses, porque hace mucho tiempo que los medios de comunicación dejaron de estar al costado del camino para recorrer la autopista del poder por los carriles más veloces.
Entonces, nosotros como lectores, oyentes o televidentes no sólo dependemos de la subjetividad de quién nos comunica, sino que tenemos acceso a la porción de la verdad que nos quieren contar debido a intereses relacionados íntimamente con el poder.
Para explicarlo mejor, les voy a poner un ejemplo bastante gráfico: la invasión a Irak.
Primero, habrán notado que he utilizado el término invasión y no guerra u ocupación. La guerra se entiende como un conflicto formal entre dos ejércitos o en último caso entre un ejército y una guerrilla (posibilidad contemplada en la Convención de Ginebra, vale aclararlo). Ninguna de las dos circunstancias se dio en Irak, pues la acción armada estadounidense no gozó del apoyo de la ONU, y poco después se demostró que los motivos que la justificaron eran falsos. En consecuencia, a causa de su ilegalidad no podemos hablar de una guerra formal.
El término ocupación se utiliza cuando un país invade a otro, pero con la venia de este último. Por ejemplo, si en un país existe una tiranía ilegítima y la gran mayoría clama porque se termine, entonces la intervención de un agente externo supone una ocupación. De hecho, pese a su ilegalidad, si Estados Unidos hubiese derrocado a Saddam Hussein y luego hubiese abandonado el país (aunque en la realidad esto era imposible y no sólo por los intereses norteamericanos, sino porque sabían que allí se abría una caja de Pandora) podría hablarse de una ocupación. Pero los iraquíes de ningún modo pidieron a las fuerzas extranjeras que tomen el poder y se queden en el país. Por lo tanto, tampoco es una ocupación.
El concepto de invasión, por el contrario, supone la ocupación de un país por otro sin la venia del primero, y por intereses que carecen de legitimidad.
Otro término falso, que responde a esos intereses, es la denominación terrorismo iraquí. Si bien en la actualidad existe una virtual guerra civil en el país, lo cierto es que las facciones armadas que atacan a las fuerzas extranjeras deben catalogarse como resistencia. Sus métodos son los de una guerrilla e intentan infundir el terror en el enemigo, pero resisten a una invasión ilegal e indeseada.
Lo mismo sucedió en Francia cuando fue invadida por la Alemania nazi. Los franceses actuaban como una guerrilla, pero contra una invasión ilegal. Por lo tanto, fueron célebres y pasaron a la historia como la “resistance”. Los iraquíes hacen lo mismo, pero son catalogados como “terroristas”.
Otro ejemplo notable ocurre en la actualidad. Luego de incrementar sus fuerzas en 30.000 hombres, George W. Bush hizo públicos informes según los cuales la violencia había mermado notablemente en Irak. De pronto, el país árabe había pasado de ser un pandemonio para transformarse Disneylandia.
Los medios más importantes, muchos de los cuales habían respaldado la invasión y sirvieron como un canal ideal de legitimación para los falsos argumentos, recogieron con entusiasmo la pacificación iraquí. Apenas en unos meses, las agencias ya no daban cuenta de ataques y atentados en Irak. Sólo algunos hechos violentos destacados como aislados, pues Al Qaeda, la madre de todos los males, estaba acorralada en el norte del país.
Sin embargo, hurgando en todos los lugares posibles, siempre aparece algo. Y si ustedes creen que Irak realmente es más seguro, visiten páginas como Prensa Latina (http://www.prensa-latina.com/) o la versión en inglés de Al Jazeera (english.aljazeera.com) y sabrán la verdad como yo la sé.
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