
Los paladines del librecambio y el neoliberalismo (aunque ellos mismos se nieguen en rechazar estos motes y negar la existencia de la ideología) insisten en que tanto la Argentina como América latina jamás atraerán inversiones a causa de su falta de competitividad.
Para poseer esta característica, sostienen, es necesaria la estabilidad. Es decir, convencer a los inversores de que van a poder ganar mucha plata durante un tiempo prolongado.
Claro que esta insistencia tiene como único objetivo sugerir un cambio de rumbo en la región que impulse Tratados de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos. Porque, seamos claros, es la intención excluyente. Y sabemos cómo nos fue cuando “liberamos” nuestras relaciones con las principales potencias, especialmente con aquella que está justo encima nuestro en el mapa, como si se tratase de una cruel metáfora de la cartografía.
Sin embargo, los tristes augurios de estos pretenciosos especialistas contrastan con la realidad argentina, que a decir verdad está mucho más cerca de lo que ellos piden.
Según el diario
La Nación, que a su vez se basa en información del Banco Central (BCRA), “en 2007, el giro al exterior de utilidades y dividendos y otras rentas -a las casas matrices de las multinacionales instaladas aquí y, en menor medida, a los accionistas no residentes de empresas locales- alcanzó los 1.921 millones de dólares, un 21,1 por ciento más que el año anterior”.
Como verán, pese al discurso de nuestros dirigentes, la Argentina aún presenta una fuerte inversión extranjera, que sigue creciendo. Y no sólo eso, sino que en la mayoría de los rubros el “empresariado nacional” es casi inexistente.
Entonces, a resultados vista, la clave no pasa tanto por evitar las inversiones extranjeras –que evidentemente son inevitables- como por dejar en claro las condiciones en las cuales se desarrollará esa inyección de capitales. Fácil, si les permitimos entrar y explotar en nuestro país, que lo hagan bajo leyes que protejan precisamente nuestro capital.
En cualquier país desarrollado, precisamente esos para los cuales trabajan los analistas mencionados, la inversión extranjera es posible. El problema viene cuando uno, inversor extranjero, quiere sacar las ganancias del país.
Si la inversión extranjera representa realmente desarrollo interno, bienvenidas. Pero si esa inversión en realidad significa un acto de piratería moderno, pues muchas gracias, pero no.