
A grandes rasgos, la soberanía tiene dos definiciones: soberanía popular y soberanía nacional. La primera surge de Jean Jacques Russeau, quien menciona que cada ciudadano es soberano y súbdito al mismo tiempo, ya que contribuye tanto a crear la autoridad como a formar parte de ella. Según Russeau, el poder soberano está bajo la voluntad general, es decir, las mayorías. Poco después apareció Abate (Emmanuel Joseph) Sieyés, para quien la soberanía está en la nación y no en el pueblo. Es decir, la autoridad no obrará solamente tomando en cuenta la voluntad de la mayoría, sino que además deberá obedecer a la historia, la cultura y los valores de un país. Pero independientemente de las definiciones, la soberanía de un país siempre fue un tema demasiado delicado de comprender y, fundamentalmente, de defender. Por lo tanto, ante la dificultad para establecer pautas claras, y en especial luego de la Segunda Guerra Mundial, los países crearon las Naciones Unidas, constituida como una especie de regente de la soberanía mundial. Así las cosas, en la actualidad, suponemos que la soberanía es un derecho y a la vez una obligación que tiene cada nación que se precie de tal. No sólo tienen el derecho de exigirla, sino la obligación de respetarla, tanto en el plano interno -ante sus ciudadanos- como en el externo -ante terceros países-. Siguiendo esta línea, sólo en casos de excepción puede ponerse en duda la soberanía de un país, una facultad que únicamente tiene la ONU. Hasta aquí, la teoría resulta sin fisuras, pero, como siempre, en la práctica la situación difiere del papel escrito sencillamente porque en muchos casos resulta muy dificultoso determinar cuándo es necesario violar la soberanía de un país y cuándo no hace falta hacerlo. Entonces, por ejemplo, ¿cuándo un país viola la soberanía de otro? Pues cuando interfiere en los asuntos internos de una nación soberana. Pero, siguiendo con este razonamiento, ¿cuándo se da una situación de este tipo? Bueno, aquí aparecen las complicaciones, porque entran a jugar los conceptos que cada uno tiene de soberanía. En otras palabras, la subjetividad.Desde aquí, esta humilde columna, consideramos que el fin de semana, pocas horas antes del referéndum vinculante en Costa Rica sobre la validez del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos o CAFTA, que se desarrolló el domingo, Washington violó la soberanía costarricense al advertir públicamente que si no vencía el Sí habría represalias comerciales contra ese país centroamericano. Y pese a que los sondeos arrojaban una ajustada victoria del No, finalmente los costarricenses aprobaron el tratado apenas por unos votos. Como ya dijimos, los casos en los cuales un país viola la soberanía de otro son muy difíciles de determinar, pues juegan las concepciones particulares que tiene cada persona sobre el tema. Por lo tanto, luego de plasmar una opinión, dejamos que cada lector saque su propia conclusión al respecto.
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