jueves, 18 de octubre de 2007

En mil pedazos


Los conflictos internos en un país o región tienen componentes en común que los caracterizan, independientemente del contexto y los pormenores en los cuales se desarrollan. Primero, e indispensable, necesitan de una fuerte enemistad entre la clase en el poder y otra que puja por obtenerlo. Y segundo, el correspondiente azuzamiento externo movido por intereses puntuales. Con estos dos elementos básicos se consigue un buen conflicto interno, que si provoca la caída del poder de turno, normalmente deriva en la división de aquella región o país. Para comprobarlo, basta con mencionar el caso de Yugoslavia, uno de los países más grandes de Europa luego de su creación tras la Segunda Guerra Mundial. En sus primeros años fue el mariscal Tito el encargado de establecer un delicado equilibrio en una región, los balcanes, multiétnica y plurirreligiosa por excelencia. Pero la caída de la Unión Soviética traería nuevos trastornos para Yugoslavia, pues las tensiones regionales y confesionales saldrían a la luz con violencia y respectivos movimientos independentistas, con el correspondiente e infaltable apoyo externo. Tanto que en sólo dos años, Yugoslavia pasó a llamarse Serbia y Montenegro, Eslovenia, Croacia, Bosnia Herzegovina y Macedonia, y 15 años más tarde sería el turno de Montenegro. La gran nación había sido reducida a pequeños estados empobrecidos, pero por sobre todo había fracasado de manera rotunda el sueño de algunos sobre la existencia de un país multiétnico basado en la tolerancia. Jamás ocurrió.Siempre, desde esta columna, condenamos las injerencias externas en países soberanos porque, insistimos, son violatorias de todo derecho internacional, además de que apuntan a debilitar al país en cuestión y no a favorecerlo. Pero también hay que admitir que esa injerencia necesita de un sustento interno que saque provecho de los conflictos para alcanzar el poder. La frase divide y reinarás siempre está en el manual de las potencias que intervienen en terceros para solventar su dominio, mas cuentan con aliados nacidos desde la misma semilla que siempre ponen por encima sus propios intereses a los de la nación y, claro está, obran en ese sentido. En estos días, ya se está discutiendo la independencia de Kosovo para 2008, una provincia serbia poblada de musulmanes albanos, pese a que un acuerdo previo firmado con Serbia en la ONU disponía que Kosovo continuaría formando parte del país pero administrada por Naciones Unidas. Nada importó, el año que viene, seguramente, la antigua Yugoslavia quedará atomizada en siete pequeños países, cuyo factor común será uno solo: la pobreza.
Patricio Ortega

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