martes, 5 de enero de 2010

Mundo libre y armado


El fallido atentado contra un avión que viajaba hacia Detroit recuperó una pregunta existencial que azota las mentes independientes: ¿qué cuernos es Al Qaeda?
Algunos aceptan la explicación oficial: un grupo de fanáticos del Islam liderados por el peor de todos los fanáticos que quieren acabar con el mundo desarrollado para aplicar, a la fuerza, su desviada idealización de la vida. Otros piensan que se trata de un grupo de fanáticos del Islam liderados por el peor de los fanáticos que confronta con otro grupo de fanáticos por el sistema que debe gobernar al mundo árabe. Después siguen aquellos más confundidos, que opinan que Al Qaeda es una especie de doctrina que educa a células independientes. Por último, se encuentran los conspiracionistas: Al Qaeda y los neoconservadores más duros de Estados Unidos son socios.
Si bien esta última teoría es, cuanto menos, demasiado arriesgada, porque entonces cabría suponer que los cruentos atentados contra Madrid, Londres y Nueva York fueron asentidos por Occidente, hay que admitir que la presencia de Al Qaeda es funcional al aparato bélico y político norteamericano y europeo. Porque nadie podrá negar que la reaparición del malévolo grupo liderado por Ben Laden reactivó un aparato militar y de seguridad en el ostracismo tras las fallidas invasiones a Afganistán y Pakistán y, por sobre todo, debajo de la crisis económica que aún sacude al mundo.
Hoy, cuando los gurúes de la economía global descorchan el vino espumante (champagne está prohibido si no es oriundo de ese pueblo francés) porque el capitalismo se rescató a sí mismo y adivinan un 2010 floreciente, la seguridad volvió a sacudir nuestras cabezas culpa de un joven nigeriano entrenado por Al Qaeda en Yemen. Asimismo, el presunto ataque nos recordó que vivimos en un mundo inseguro, amenazado por el tridente del diabólico Ben Laden. Si por él fuera, no podríamos vivir en este mundo libre, en el cual podemos comprar cuantas licuadoras nos venga en ganas porque tenemos la libertad para hacerlo.
Y para proteger esa potestad intrínseca a la naturaleza humana (comprar licuadoras), nuestro deber será entonces entregar toda nuestra privacidad al Gran Hermano orwelliano que nos protegerá de los negros o árabes islámicos y depositar nuestra confianza en los fusiles fabricados por las empresas europeas y estadounidenses.
En estas condiciones, nos pararemos sobre el banquito de una plaza y gritaremos a viva voz: ¡qué viva el mundo libre, carajo!

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