La firma de un tratado que pretende
regular el comercio y un informe lapidario del SIPRI (Stockholm
International Peace Research Institute), con la guerra interna en
Siria como marco contextual, centraron la atención sobre un negocio
que mueve tantos millones que cuesta contarlos: las armas.
Más de 60 de los 193 países de la
Asamblea General de la ONU firmaron el Tratado de Comercio de Armas
(TCA), aprobado en abril por la mayoría de los integrantes de la
alianza multilateral.
El acuerdo pretende regular la venta de
armas convencionales en el mundo, un negocio que representa unos
85,000 millones de dólares anuales y causa aproximadamente medio
millón de muertes cada año. Si bien el texto presenta algunas
grietas, no deja de ser acaso el primer intento serio de la historia
por regular un mercado sombrío.
Pero unas horas antes, el prestigioso
instituto sueco SIPRI divulgó un informe en el que ratificó que las
buenas noticias no llegan solas: pese a que la crisis internacional
lo afectó levemente, el comercio mundial de armas goza de buena
salud, moviendo 411,000 millones de dólares (dos veces el PBI
peruano).
Polémico, pero necesario
El comercio
internacional de alimentos o automóviles tiene más regulaciones que
el de armas ligeras. Y contrariamente a lo que se cree, las pequeñas
armas, aquellas que pueden ser transportadas por una persona o un
vehículo ligero, son las responsables de cuatro de cada cinco
víctimas en los conflictos armados posteriores a la Segunda Guerra
Mundial.
Pero lo evidente
no siempre basta. Las deliberaciones en torno a un acuerdo se
demoraron más de diez años, y cuando el texto estuvo listo, en
julio del año pasado, naufragó por las dilaciones de los mayores
exportadores, Estados Unidos, Rusia y China.
Recién en abril,
la mayoría de los países de la Asamblea votaron en favor del
proyecto (sólo Siria, Irán y Corea del Norte se opusieron y otra
veintena, entre los que se cuentan chinos y rusos, se abstuvieron),
que por fin cobró forma definitiva.
La semana pasada,
más de 60 países suscribieron al acuerdo, aunque entre ellos no se
contó Estados Unidos, que espera una confirmación del Senado, en
donde enfrenta serias resistencias. Sí firmaron otros grandes
productores como Alemania, el Reino Unido o Francia.
La validación del
tratado es, en rigor de verdad, apenas el primer paso hacia su
concreción, pues aún resta la ratificación de los respectivos
parlamentos y la confirmación de los gobiernos. Y aún así, no hay
garantías absolutas de que realmente signifique un cambio en una
industria descontrolada, peligrosa y millonaria.
Un problema
evidente, por ejemplo, sería que no la firmen todos los países.
Basta con observar lo que ha sucedido con el Tratado de no
Proliferación nuclear como para comprenderlo: tres de los países
que no lo suscribieron desarrollaron armas atómicas.
Entre sus
críticas, además, se mencionó el hecho de que podría ser
utilizado como un arma política. El tratado dice que los firmantes
no exportarán armas ligeras a países que están sujetos a un
embargo internacional, o aquellos en donde las armas facilitarían
“la comisión de genocidio, crímenes contra la humanidad, crímenes
de guerra” u otras violaciones del derecho internacional
humanitario. También impide la venta si con ella se facilita “la
violencia de género o la violencia contra los niños”.
Aunque los
postulados son comprensibles, pueden ser malinterpretados, como
afirman algunos críticos, porque otorga a los productores la
potestad de determinar cuáles son los países peligrosos, y cuáles
no lo son. Pero además puede contradecir un aspecto clave del
mercado de armas: necesita de la violencia.
No hace falta ser un experto en armamento o política internacional
para darse cuenta que en todos los conflictos armados, alguien tiene
que vender las armas. Y que es en los conflictos armados en donde se
producen la mayor cantidad de violaciones a los derechos humanos.
Sobra, además, evidencia de que las principales potencias
exportadoras han vendido armas a países en conflicto, y que
contribuyeron de este modo a incentivar la violencia.
En México, por ejemplo, el 66% de las armas incautadas provenían de
Estados Unidos. El Pentágono también prestó ayuda militar a Egipto
en 2011, durante la represión a las manifestaciones contra Hosni
Mubarak. Se encontraron armas europeas en los conflictos africanos o
en Medio Oriente. Rusia provee de armas al gobierno sirio y al
iraní... y los ejemplos se podrían seguir enumerando hasta el
infinito. El caso es que antes del tratado, la situación de los
derechos humanos o bien el destino de esas balas no era un problema
para los fabricantes de armas.
La pregunta, la gran duda, es si después del tratado habrá un
verdadero cambio de paradigma, es decir, que no se vendan armas allí
en donde más las requieren; si la ética le va a ganar a la
codicia.
¿Qué actitud adoptará Estados Unidos frente a Egipto o Arabia
Saudita?, ¿cómo actuará Rusia ante Irán o China frente a Corea
del Norte?, ¿qué harán todos ellos, y los europeos, en referencia
al conflicto sirio?
Son interrogantes que en lo inmediato representarán un desafío para
el tratado, y revelarán si fue un acuerdo sincero y paradigmático,
o sólo un poco de maquillaje sobre una verdad irrefutable: que los
países más poderosos tienen su propia ley.
Un buen negocio
Mientras los miembros de la ONU se disponían a firmar (o esquivar)
el Tratado de Comercio de Armas, el SIPRI presentó su informe anual
sobre la posesión y el comercio de armas en el mundo y demostró que
el rubro goza de buena salud, pese a la crisis mundial.
Según el informe, las 100 empresas más importantes del mundo
realizaron ventas por 410,000 millones de dólares. Para poner
semejante cifra en perspectiva, basta graficar que sólo 27 países
tuvieron un PBI superior a esa cifra el año pasado (de acuerdo a la
información del Fondo Monetario Internacional). Las diez empresas
más grandes registraron ganancias por más de 20,000 millones.
El anuario añade que en el quinquenio 2008-2012 el volumen de
transferencias internacionales de armas convencionales aumentó un
17% con respecto al período anterior, 2003-2007. El 75% de ese
volumen surgió de fábricas alemanas, estadounidenses, francesas,
rusas y chinas. En sexto lugar se ubicó el Reino Unido.
Es decir, las cinco potencias con derecho a veto en el Consejo de
Seguridad de la ONU (decide la legalidad de las guerras), que a su
vez son las únicas con derecho legal a poseer armas nucleares,
ocupan los primeros seis lugares de exportación de armas.
Ya que mencionamos las armas nucleares, la información del SIPRI es
reveladora. Pese a los mensajes y la suscripción del START por
Washington y Moscú (un acuerdo bilateral para la desnuclearización),
no hubo reducciones significativas en la capacidad atómica de las
potencias nucleares.
Al comenzar el año, había en el mundo aproximadamente 4,400 armas
nucleares operativas, pero si se tienen en cuenta todas las ojivas
nucleares (las operativas, las de repuesto, aquellas que están en
almacenamiento y las programadas para su desmantelamiento), el número
de armas ascendería a 17,270. El 93.80% de esas armas pertenecen a
Estados Unidos y Rusia.
Los demás miembros permanentes del Consejo de Seguridad (China,
Francia y Reino Unido) suman 775, mientras aquellos países que
desarrollaron la tecnología sin el consentimiento mundial, India,
Pakistán e Israel, poseen aproximadamente 310. Por último, persiste
la duda sobre Corea del Norte. El SIPRI denunció que aún aquellos
países con derecho legal de poseer este tipo de armamento no es del
todo claro en relación a sus programas.
Si bien es verdad que estadounidenses, franceses y británicos
promovieron una apertura informativa, no es suficiente. En
consecuencia, los datos son parciales.
De lo que sí hay certezas, informó el instituto radicado en
Estocolmo, es de que pese a las declaraciones, no hay intenciones de
reducción de arsenales. La estrategia es “mantener el poderío
nuclear indefinidamente”, salvo por China, que parece expandir su
arsenal, informó el SIPRI.
Si la retirada de Irak supuso un golpe para la industria
armamentística, entonces el conflicto en Siria es exactamente lo
contrario. Las potencias juegan su juego de influencias y presiones a
través del poderío de sus arsenales, al tiempo que una nutrida
industria factura millones. Mientras haya guerra, mientras haya
violencia, ellos tendrán trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario