martes, 2 de julio de 2013

En este negocio, no hay crisis

La firma de un tratado que pretende regular el comercio y un informe lapidario del SIPRI (Stockholm International Peace Research Institute), con la guerra interna en Siria como marco contextual, centraron la atención sobre un negocio que mueve tantos millones que cuesta contarlos: las armas.


Más de 60 de los 193 países de la Asamblea General de la ONU firmaron el Tratado de Comercio de Armas (TCA), aprobado en abril por la mayoría de los integrantes de la alianza multilateral.
El acuerdo pretende regular la venta de armas convencionales en el mundo, un negocio que representa unos 85,000 millones de dólares anuales y causa aproximadamente medio millón de muertes cada año. Si bien el texto presenta algunas grietas, no deja de ser acaso el primer intento serio de la historia por regular un mercado sombrío.
Pero unas horas antes, el prestigioso instituto sueco SIPRI divulgó un informe en el que ratificó que las buenas noticias no llegan solas: pese a que la crisis internacional lo afectó levemente, el comercio mundial de armas goza de buena salud, moviendo 411,000 millones de dólares (dos veces el PBI peruano).

Polémico, pero necesario

El comercio internacional de alimentos o automóviles tiene más regulaciones que el de armas ligeras. Y contrariamente a lo que se cree, las pequeñas armas, aquellas que pueden ser transportadas por una persona o un vehículo ligero, son las responsables de cuatro de cada cinco víctimas en los conflictos armados posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Pero lo evidente no siempre basta. Las deliberaciones en torno a un acuerdo se demoraron más de diez años, y cuando el texto estuvo listo, en julio del año pasado, naufragó por las dilaciones de los mayores exportadores, Estados Unidos, Rusia y China.
Recién en abril, la mayoría de los países de la Asamblea votaron en favor del proyecto (sólo Siria, Irán y Corea del Norte se opusieron y otra veintena, entre los que se cuentan chinos y rusos, se abstuvieron), que por fin cobró forma definitiva.
La semana pasada, más de 60 países suscribieron al acuerdo, aunque entre ellos no se contó Estados Unidos, que espera una confirmación del Senado, en donde enfrenta serias resistencias. Sí firmaron otros grandes productores como Alemania, el Reino Unido o Francia.
La validación del tratado es, en rigor de verdad, apenas el primer paso hacia su concreción, pues aún resta la ratificación de los respectivos parlamentos y la confirmación de los gobiernos. Y aún así, no hay garantías absolutas de que realmente signifique un cambio en una industria descontrolada, peligrosa y millonaria.
Un problema evidente, por ejemplo, sería que no la firmen todos los países. Basta con observar lo que ha sucedido con el Tratado de no Proliferación nuclear como para comprenderlo: tres de los países que no lo suscribieron desarrollaron armas atómicas.
Entre sus críticas, además, se mencionó el hecho de que podría ser utilizado como un arma política. El tratado dice que los firmantes no exportarán armas ligeras a países que están sujetos a un embargo internacional, o aquellos en donde las armas facilitarían “la comisión de genocidio, crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra” u otras violaciones del derecho internacional humanitario. También impide la venta si con ella se facilita “la violencia de género o la violencia contra los niños”.
Aunque los postulados son comprensibles, pueden ser malinterpretados, como afirman algunos críticos, porque otorga a los productores la potestad de determinar cuáles son los países peligrosos, y cuáles no lo son. Pero además puede contradecir un aspecto clave del mercado de armas: necesita de la violencia.
No hace falta ser un experto en armamento o política internacional para darse cuenta que en todos los conflictos armados, alguien tiene que vender las armas. Y que es en los conflictos armados en donde se producen la mayor cantidad de violaciones a los derechos humanos.
Sobra, además, evidencia de que las principales potencias exportadoras han vendido armas a países en conflicto, y que contribuyeron de este modo a incentivar la violencia.
En México, por ejemplo, el 66% de las armas incautadas provenían de Estados Unidos. El Pentágono también prestó ayuda militar a Egipto en 2011, durante la represión a las manifestaciones contra Hosni Mubarak. Se encontraron armas europeas en los conflictos africanos o en Medio Oriente. Rusia provee de armas al gobierno sirio y al iraní... y los ejemplos se podrían seguir enumerando hasta el infinito. El caso es que antes del tratado, la situación de los derechos humanos o bien el destino de esas balas no era un problema para los fabricantes de armas.
La pregunta, la gran duda, es si después del tratado habrá un verdadero cambio de paradigma, es decir, que no se vendan armas allí en donde más las requieren; si la ética le va a ganar a la codicia.
¿Qué actitud adoptará Estados Unidos frente a Egipto o Arabia Saudita?, ¿cómo actuará Rusia ante Irán o China frente a Corea del Norte?, ¿qué harán todos ellos, y los europeos, en referencia al conflicto sirio?
Son interrogantes que en lo inmediato representarán un desafío para el tratado, y revelarán si fue un acuerdo sincero y paradigmático, o sólo un poco de maquillaje sobre una verdad irrefutable: que los países más poderosos tienen su propia ley.

Un buen negocio

Mientras los miembros de la ONU se disponían a firmar (o esquivar) el Tratado de Comercio de Armas, el SIPRI presentó su informe anual sobre la posesión y el comercio de armas en el mundo y demostró que el rubro goza de buena salud, pese a la crisis mundial.
Según el informe, las 100 empresas más importantes del mundo realizaron ventas por 410,000 millones de dólares. Para poner semejante cifra en perspectiva, basta graficar que sólo 27 países tuvieron un PBI superior a esa cifra el año pasado (de acuerdo a la información del Fondo Monetario Internacional). Las diez empresas más grandes registraron ganancias por más de 20,000 millones.
El anuario añade que en el quinquenio 2008-2012 el volumen de transferencias internacionales de armas convencionales aumentó un 17% con respecto al período anterior, 2003-2007. El 75% de ese volumen surgió de fábricas alemanas, estadounidenses, francesas, rusas y chinas. En sexto lugar se ubicó el Reino Unido.
Es decir, las cinco potencias con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU (decide la legalidad de las guerras), que a su vez son las únicas con derecho legal a poseer armas nucleares, ocupan los primeros seis lugares de exportación de armas.
Ya que mencionamos las armas nucleares, la información del SIPRI es reveladora. Pese a los mensajes y la suscripción del START por Washington y Moscú (un acuerdo bilateral para la desnuclearización), no hubo reducciones significativas en la capacidad atómica de las potencias nucleares.
Al comenzar el año, había en el mundo aproximadamente 4,400 armas nucleares operativas, pero si se tienen en cuenta todas las ojivas nucleares (las operativas, las de repuesto, aquellas que están en almacenamiento y las programadas para su desmantelamiento), el número de armas ascendería a 17,270. El 93.80% de esas armas pertenecen a Estados Unidos y Rusia.
Los demás miembros permanentes del Consejo de Seguridad (China, Francia y Reino Unido) suman 775, mientras aquellos países que desarrollaron la tecnología sin el consentimiento mundial, India, Pakistán e Israel, poseen aproximadamente 310. Por último, persiste la duda sobre Corea del Norte. El SIPRI denunció que aún aquellos países con derecho legal de poseer este tipo de armamento no es del todo claro en relación a sus programas.
Si bien es verdad que estadounidenses, franceses y británicos promovieron una apertura informativa, no es suficiente. En consecuencia, los datos son parciales.
De lo que sí hay certezas, informó el instituto radicado en Estocolmo, es de que pese a las declaraciones, no hay intenciones de reducción de arsenales. La estrategia es “mantener el poderío nuclear indefinidamente”, salvo por China, que parece expandir su arsenal, informó el SIPRI.



Si la retirada de Irak supuso un golpe para la industria armamentística, entonces el conflicto en Siria es exactamente lo contrario. Las potencias juegan su juego de influencias y presiones a través del poderío de sus arsenales, al tiempo que una nutrida industria factura millones. Mientras haya guerra, mientras haya violencia, ellos tendrán trabajo.  

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