martes, 16 de julio de 2013

Cuando las instituciones son mamotretos de cemento

Muchas veces nos horrorizamos en América latina por el comportamiento de nuestros políticos, y reclamamos respeto a las instituciones. Y tenemos razón.
Buena parte de la volatilidad política de nuestras regiones obedece a la debilidad de las instituciones democráticas, que no funcionan como tales, sino que suelen ser cooptadas por el poder de turno.
Democracias jóvenes, sociedades mesiánicas, influencias externas nefastas y la falta de educación democrática son algunos de los motivos válidos para explicar la debilidad institucional de nuestra región.
Por lo general, la antítesis de la debilidad democrática latinoamericana (o árabe, o africana, o asiática, o... cualquier región de la vieja periferia) son los sistemas europeos o estadounidense. Son los ejemplos a seguir, los espejos en los cuales deben mirarse los demás países.
Naciones que respetan las instituciones, con estructuras firmes que soportan la intestabilidad sin desintegrarse (en Italia, un gobierno jamás cumplió su gestión, pero el sistema político italiano sigue funcionando), con una cultura democrática centenaria y con poblaciones educadas, acostumbradas a respetar las instituciones del Estado.
Parece la panacea universal, pero lejos está de serlo. Debajo de la alfombra, todos guardan mierda, los educados y los iletrados; los civilizados y los bárbaros; todos. Y en todas partes, la ley tiene varias varas, lamentablemente.
Estados Unidos, acaso el paradigma del sistema de doble rasero, albergó el caso de corrupción más grande de la historia, cuando en 2008 explotó lo que todos los organismos de control, los grandes gerentes y los analistas económicos ya sabían: la peor crisis económica de la historia del capitalismo. Y ellos lo sabían. ¿Alguno pagó ante la ley? Ninguno.
En ese mismo país, George W. Bush inventó, literalmente, una guerra y jamás fue investigado, al igual que todo su gabinete. Asesinaron presidentes, líderes sociales, invadieron países, espiaron los secretos de medio mundo, apoyaron dictaduras, y nunca jamás un político pagó por semejantes barbaridades.
Cruzando el Atlántico, y ya que mencionamos a Italia, el vicepresidente del Senado, Roberto Calderoli, de la poderosa Liga del Norte, comparó a la ministra de la Integración, Cécile Kyenge, nacida en el Congo pero ciudadana italiana, con un orangután. Cuando le señalaron que lo que había hecho era una bestialidad (con perdón de las bestias), se justificó diciendo que él era un bromista, que siempre comparaba a la gente con animales, y redobló la apuesta: dijo que no había motivos para renunciar al cargo, y volvió a criticar en los peores términos a Kyenge, “me sorprende que alguien que habla italiano con dificultad haya sido elegida como ministra”, sentenció.
Cerca de la bota europea, en la península ibérica, la crisis económica está sacando lo peor de la dirigencia política. Mientras Rodríguez Zapatero se transformó en el ilustre creador de una nueva doctrina político/económica, el socialismo financiero (su gobierno fue un pilar para rescatar a los bancos de la crisis financiera, aunque fueron ellos mismos los causantes, y recortó gastos en salarios, educación, salud, etcétera para soportar esa erogación), su sucesor, Mariano Rajoy esquivó cientos de balas a medida que surgían más y más escándalos de corrupción de su partido, el Partido Popular, hasta que no pudo más con su cintura y recibió un balazo directo, en el pecho. Pero no bastó para voltearlo. El Caso Bárcenas (un gigantesco caso de corrupción que alcanza al jefe de Gobierno) parece no ser suficiente como para que Rajoy al menos comparezca ante el Parlamento para dar explicaciones.
Los casos podrían seguir enumerándose. Los lúcidos analistas y los gerentes o directores de las calificadoras de riesgo que miraron para otro lado antes de la crisis de 2008, o avalaron préstamos para la quebrada Grecia tampoco recibieron siquiera una citación judicial o legislativa, para preguntarles por qué lo habían hecho. Nada. Nada de nada.
En América latina, al menos, tenemos el honor de haber enjuiciado a expresidentes, ¿cuándo lo hizo, por ejemplo, Estados Unidos?, y eso que motivos le sobraban, ¿acaso algún español pasó por el estrado recientemente, o un italiano (la acusación sobre Berlusconi es por acostarse con una menor, no por casos de corrupción), o un francés, o un británico?, ¿no hubo motivos para hacerlo? Los países mencionados, salvo Francia, apoyaron la invasión a Irak, ¿no hubo nada malo con esa guerra?

Sería una necedad negar que en Europa Occidental y la América anglosajona la educación democrática es infinitamente superior que la latinoamericana. También lo sería negar que sus instituciones son más estables y la estructura de gobierno muchísimo más fuerte. Pero más estúpido sería olvidar que sin el compromiso popular, las instituciones no son más que fantasmas atrapados en mamotretos de cemento.  

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