Muchas veces nos horrorizamos en
América latina por el comportamiento de nuestros políticos, y
reclamamos respeto a las instituciones. Y tenemos razón.
Buena parte de la volatilidad política
de nuestras regiones obedece a la debilidad de las instituciones
democráticas, que no funcionan como tales, sino que suelen ser
cooptadas por el poder de turno.
Democracias jóvenes, sociedades
mesiánicas, influencias externas nefastas y la falta de educación
democrática son algunos de los motivos válidos para explicar la
debilidad institucional de nuestra región.
Por lo general, la antítesis de la
debilidad democrática latinoamericana (o árabe, o africana, o
asiática, o... cualquier región de la vieja periferia) son los
sistemas europeos o estadounidense. Son los ejemplos a seguir, los
espejos en los cuales deben mirarse los demás países.
Naciones que respetan las
instituciones, con estructuras firmes que soportan la intestabilidad
sin desintegrarse (en Italia, un gobierno jamás cumplió su gestión,
pero el sistema político italiano sigue funcionando), con una
cultura democrática centenaria y con poblaciones educadas,
acostumbradas a respetar las instituciones del Estado.
Parece la panacea universal, pero lejos
está de serlo. Debajo de la alfombra, todos guardan mierda, los
educados y los iletrados; los civilizados y los bárbaros; todos. Y
en todas partes, la ley tiene varias varas, lamentablemente.
Estados Unidos, acaso el paradigma del
sistema de doble rasero, albergó el caso de corrupción más grande
de la historia, cuando en 2008 explotó lo que todos los organismos
de control, los grandes gerentes y los analistas económicos ya
sabían: la peor crisis económica de la historia del capitalismo. Y
ellos lo sabían. ¿Alguno pagó ante la ley? Ninguno.
En ese mismo país, George W. Bush
inventó, literalmente, una guerra y jamás fue investigado, al igual
que todo su gabinete. Asesinaron presidentes, líderes sociales,
invadieron países, espiaron los secretos de medio mundo, apoyaron
dictaduras, y nunca jamás un político pagó por semejantes
barbaridades.
Cruzando el Atlántico, y ya que
mencionamos a Italia, el vicepresidente del Senado, Roberto
Calderoli, de la poderosa Liga del Norte, comparó a la ministra de
la Integración, Cécile Kyenge, nacida en el Congo pero ciudadana
italiana, con un orangután. Cuando le señalaron que lo que había
hecho era una bestialidad (con perdón de las bestias), se justificó
diciendo que él era un bromista, que siempre comparaba a la gente
con animales, y redobló la apuesta: dijo que no había motivos para
renunciar al cargo, y volvió a criticar en los peores términos a
Kyenge, “me sorprende que alguien que habla italiano con dificultad
haya sido elegida como ministra”, sentenció.
Cerca de la bota europea, en la
península ibérica, la crisis económica está sacando lo peor de la
dirigencia política. Mientras Rodríguez Zapatero se transformó en
el ilustre creador de una nueva doctrina político/económica, el
socialismo financiero (su gobierno fue un pilar para rescatar
a los bancos de la crisis financiera, aunque fueron ellos mismos los
causantes, y recortó gastos en salarios, educación, salud, etcétera
para soportar esa erogación), su sucesor, Mariano Rajoy esquivó
cientos de balas a medida que surgían más y más escándalos de
corrupción de su partido, el Partido Popular, hasta que no pudo más
con su cintura y recibió un balazo directo, en el pecho. Pero no
bastó para voltearlo. El Caso Bárcenas (un gigantesco caso de
corrupción que alcanza al jefe de Gobierno) parece no ser suficiente
como para que Rajoy al menos comparezca ante el Parlamento para dar
explicaciones.
Los casos podrían seguir enumerándose.
Los lúcidos analistas y los gerentes o directores de las
calificadoras de riesgo que miraron para otro lado antes de la crisis
de 2008, o avalaron préstamos para la quebrada Grecia tampoco
recibieron siquiera una citación judicial o legislativa, para
preguntarles por qué lo habían hecho. Nada. Nada de nada.
En América latina, al menos, tenemos
el honor de haber enjuiciado a expresidentes, ¿cuándo lo hizo, por
ejemplo, Estados Unidos?, y eso que motivos le sobraban, ¿acaso
algún español pasó por el estrado recientemente, o un italiano (la
acusación sobre Berlusconi es por acostarse con una menor, no por
casos de corrupción), o un francés, o un británico?, ¿no hubo
motivos para hacerlo? Los países mencionados, salvo Francia,
apoyaron la invasión a Irak, ¿no hubo nada malo con esa guerra?
Sería una necedad negar que en Europa
Occidental y la América anglosajona la educación democrática es
infinitamente superior que la latinoamericana. También lo sería
negar que sus instituciones son más estables y la estructura de
gobierno muchísimo más fuerte. Pero más estúpido sería olvidar
que sin el compromiso popular, las instituciones no son más que
fantasmas atrapados en mamotretos de cemento.
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