martes, 9 de abril de 2013

Computadoras vs. palabras


Sube las escaleras con algo de incomodidad. Ese bar no tiene mozos, es autoservicio. Tiene un vaso descartable con algún capuchino sabor a mentas de marte en la mano derecha; del hombro opuesto le cuelga un bolso negro y cuadrado.

Elige una de las mesas que están junto a dos sillones, y se sienta cómodamente en uno de ellos. Deja el vaso a un costado, y saca una computadora portátil del bolso, que la ubica en el centro de la mesa.
Es un treintañero de cabello castaño, estatura media, barriga creciente y anteojos con marco negro. Mientras toma el capuchino saborizado con mentas de marte a sorbos, teclea con velocidad la computadora, para resolver vaya a saber qué misterio del universo.
No pasan más de cinco minutos cuando sube otro tipo, bajito, morocho y también treintañero. Cuando llega al final de las escaleras, hurga en el local para encontrar a su amigo. No tarda mucho en encontrarlo, está sentado en un sillón con la computadora y un capuchino saborizado con mentas de marte.
Cruzan las miradas, y se nota que son muy amigos. Ambos empiezan a transformar sus rostros para esbozar expresivas sonrisas. Cuando se acercan, el que estaba en el sillón ya se había levantado, y se funden en un abrazo.
Se saludan, pronuncian dos o tres palabras mudas, y luego el que estaba sentado vuelve a su sitio. El otro, que tenía un bolso cuadrado de color marrón, apoya el café con semillas de napalm a un costado, saca una computadora portátil del bolso y se sienta frente a su amigo. Ubica la computadora espalda con espalda con la de su amigo, la enciende y empieza a trabajar vaya a saber en qué cosa.
En los próximos minutos, los dos amigos que se saludaron efusivamente con un abrazo, síntoma de que son muy cercanos, se quieren mucho y hacía tiempo que no se veían, no cruzaron ni una palabra.  

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