viernes, 15 de junio de 2012

Democracia, ese sistema relativo


La democracia representativa es el mejor sistema conocido por el hombre. De eso no hay dudas. Pero tiene sus falencias, y curiosamente la más grave es precisamente su falta de representatividad de los deseos de las mayorías.

El divorcio de la voluntad popular con el poder político se manifestó, por ejemplo, a mediados de la década pasada en Europa, cuando las masas rechazaban la Constitución Europea, pero el poder político la aprobó de prepo. También en las recetas practicadas por los líderes para salir de la crisis; “ahorquemos al que no tiene nada que ver”, parece el lema porque los bancos han salido inmunes de los recortes. En Rusia el gobierno responde a palos a las protestas, y en Irán atacan a los reformistas. Estados Unidos blindó al poder financiero y los latinoamericanos nos abrazamos al neoliberalismo a finales de los 90 hasta que nuestros países colapsaron y echaron a patadas a muchos de los líderes.
En todos los casos, el divorcio entre la voluntad popular (aunque no sea mayoría) y los intereses que ha defendido el poder político fue evidente y pone en juicio precisamente la representatividad de la democracia.
Es normal que el poder defienda al poder a través de sus emisarios, que reinterpretan la democracia a su gusto y parecer, sólo que ahora nos enteramos con mayor facilidad. Cuba es una dictadura que merece un embargo, pero vive bajo el mismo sistema político que China, criticada mas no sancionada. Chávez es uno de los pocos dictadores elegidos por el voto popular, y el rey de Arabia Saudita, de los pocos dictadores que no han recibido sanciones.
Lamentablemente, estamos acostumbrados a permitir que nuestros principios ideológicos empañen al principio democrático. Si Chávez es o no un buen gobernante, es una discusión que no tiene que ver con su carácter de líder elegido por la mayoría en elecciones aprobadas por instituciones internacionales prestigiosas.
Ahora bien, la voluntad popular tampoco es el único principio de una democracia representativa. El funcionamiento correcto de las instituciones democráticas es fundamental para proteger la salud de un sistema de gobierno justo y representativo.
Si el Tribunal Constitucional de Egipto desarma Legislatura porque ganó la Hermandad Musulmana, y al mismo tiempo anula una ley que inhabilita la presentación de candidatos relacionados con el régimen de Hosni Mubarak en las elecciones presidenciales, no solamente está tomando una decisión injusta y de difícil justificación (aunque la justifican); está matando a la democracia.
Egipto vivió una revuelta histórica contra una dictadura de 30 años para reclamar un gobierno democrático, y esta fantochada es lo que recibe de respuesta por una institución democrática: es una chispa en un barril lleno de nafta.
Es difícil creer en la democracia si su máximo paladín invade países ilegalmente, entrega armamento a movimientos irregulares y promueve golpes de Estado. Si su principal aliado mantiene un territorio invadido bajo principios falaces. Si los grandes países dieron la espalda a las masas para defender al poder financiero o si las más crueles dictaduras viven contentas gracias a sus riquezas.
Al final, todos estos hechos empujan a los ciudadanos a creer que la voluntad popular es requerida cuando es funcional al poder. La democracia es tal si no genera incomodidad. Pero en cuanto la voluntad popular se atreve a contradecir el orden establecido se verá sometida a una enorme campaña que, en el mejor de los casos, será sólo dialéctica.
Sin embargo, entre las masas (al menos entre los reclamos más conocidos de los últimos años, como los movimientos contra el neoliberalismo en América latina, o los indignados europeos, o la primavera árabe) predomina el espíritu democrático, bajo el convencimiento de que es el mejor sistema conocido, y que su pecado reside la clase dirigente.
Los movimientos más importantes de los últimos años han sido pro democráticos. Es el pueblo el que mejor defiende la democracia y ratifica que se encuentra un paso por delante de sus propias clases de elites y gobernantes. Y desmembra ese estúpido argumento de que las masas son ciegas y sordas y amorfas y manipulables e irracionales. En muchos casos, ese nuevo ser formado por todos los seres goza de una inteligencia superior a la media. Y respeta la voluntad popular como un dirigente individual y bien educado no lo haría jamás.  

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