La democracia representativa es el
mejor sistema conocido por el hombre. De eso no hay dudas. Pero tiene
sus falencias, y curiosamente la más grave es precisamente su falta
de representatividad de los deseos de las mayorías.
El divorcio de la voluntad popular con
el poder político se manifestó, por ejemplo, a mediados de la
década pasada en Europa, cuando las masas rechazaban la Constitución
Europea, pero el poder político la aprobó de prepo. También en las
recetas practicadas por los líderes para salir de la crisis;
“ahorquemos al que no tiene nada que ver”, parece el lema porque
los bancos han salido inmunes de los recortes. En Rusia el gobierno
responde a palos a las protestas, y en Irán atacan a los
reformistas. Estados Unidos blindó al poder financiero y los
latinoamericanos nos abrazamos al neoliberalismo a finales de los 90
hasta que nuestros países colapsaron y echaron a patadas a muchos de
los líderes.
En todos los casos, el divorcio entre
la voluntad popular (aunque no sea mayoría) y los intereses que ha
defendido el poder político fue evidente y pone en juicio
precisamente la representatividad de la democracia.
Es normal que el poder defienda al
poder a través de sus emisarios, que reinterpretan la democracia a
su gusto y parecer, sólo que ahora nos enteramos con mayor
facilidad. Cuba es una dictadura que merece un embargo, pero vive
bajo el mismo sistema político que China, criticada mas no
sancionada. Chávez es uno de los pocos dictadores elegidos por el
voto popular, y el rey de Arabia Saudita, de los pocos dictadores que
no han recibido sanciones.
Lamentablemente, estamos acostumbrados
a permitir que nuestros principios ideológicos empañen al principio
democrático. Si Chávez es o no un buen gobernante, es una discusión
que no tiene que ver con su carácter de líder elegido por la
mayoría en elecciones aprobadas por instituciones internacionales
prestigiosas.
Ahora bien, la voluntad popular tampoco
es el único principio de una democracia representativa. El
funcionamiento correcto de las instituciones democráticas es
fundamental para proteger la salud de un sistema de gobierno justo y
representativo.
Si el Tribunal Constitucional de Egipto
desarma Legislatura porque ganó la Hermandad Musulmana, y al mismo
tiempo anula una ley que inhabilita la presentación de candidatos
relacionados con el régimen de Hosni Mubarak en las elecciones
presidenciales, no solamente está tomando una decisión injusta y de
difícil justificación (aunque la justifican); está matando a la
democracia.
Egipto vivió una revuelta histórica
contra una dictadura de 30 años para reclamar un gobierno
democrático, y esta fantochada es lo que recibe de respuesta por una
institución democrática: es una chispa en un barril lleno de nafta.
Es difícil creer en la democracia si
su máximo paladín invade países ilegalmente, entrega armamento a
movimientos irregulares y promueve golpes de Estado. Si su principal
aliado mantiene un territorio invadido bajo principios falaces. Si
los grandes países dieron la espalda a las masas para defender al
poder financiero o si las más crueles dictaduras viven contentas
gracias a sus riquezas.
Al final, todos estos hechos empujan a
los ciudadanos a creer que la voluntad popular es requerida cuando es
funcional al poder. La democracia es tal si no genera incomodidad.
Pero en cuanto la voluntad popular se atreve a contradecir el orden
establecido se verá sometida a una enorme campaña que, en el mejor
de los casos, será sólo dialéctica.
Sin embargo, entre las masas (al menos
entre los reclamos más conocidos de los últimos años, como los
movimientos contra el neoliberalismo en América latina, o los
indignados europeos, o la primavera árabe) predomina el espíritu
democrático, bajo el convencimiento de que es el mejor sistema
conocido, y que su pecado reside la clase dirigente.
Los movimientos más importantes de los
últimos años han sido pro democráticos. Es el pueblo el que mejor
defiende la democracia y ratifica que se encuentra un paso por
delante de sus propias clases de elites y gobernantes. Y desmembra
ese estúpido argumento de que las masas son ciegas y sordas y
amorfas y manipulables e irracionales. En muchos casos, ese nuevo ser
formado por todos los seres goza de una inteligencia superior a la
media. Y respeta la voluntad popular como un dirigente individual y
bien educado no lo haría jamás.
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