jueves, 21 de junio de 2012

Catársis sindical


El paro indefinido de los camioneros es un eslabón más en una cadena que puede tener consecuencias nefastas porque profundiza el divorcio entre el sindicalismo y la sociedad.
Las motivaciones evidentemente políticas detrás del reclamo alejan al sindicato del pueblo, que es el que sufre en carne propia esa acción directa y no avala los argumentos, y lo encierran en una paradoja que lo sitúa en una posición peligrosa: ¿si el sindicalismo no está para defender al pueblo, a los trabajadores, entonces cuál es su finalidad?

Históricamente, el sindicalismo fue la respuesta que encontraron los trabajadores para enfrentarse al sector patronal, naturalmente más poderoso. Es la unión de los débiles para medirse con los poderosos. Y los resultados fueron fundamentales para la sociedad que conocemos. Sin sindicalismo no existirían derechos laborales, ni esas conquistas que igualaron a las sociedades. Ni siquiera existiría clase media, salvo algunos comerciantes. No habría universidades públicas ni movilidad social. Los trabajadores serían cuasi esclavos, como lo eran en el Siglo XIX y parte del XX, con escasos derechos que los protejan.
Esa lucha abrió también la posibilidad de implementar derechos que defiendan al propio sindicalismo, como el derecho a huelga y movilización, dos herramientas fundamentales para los planteos sindicales.
Sin embargo, el sindicalismo ha caído en la peligrosa costumbre de abusar de esas herramientas, y perdió de vista un factor fundamental en estos días democráticos: el consenso.
En efecto, el sistema democrático exige consensos para obrar. Una protesta que carece de ese consenso tiene serias posibilidades de naufragar. Y es por eso que el sindicalismo debería trabajar con mayor intensidad para integrarse a la sociedad, para formar parte de ella, porque es por ella que existe. Sin trabajadores, no habría sindicalismo.
Además, en el caso del sindicalismo la necesidad de consenso tiene una importancia aún mayor porque su poder reside en la unión social. Mientras el sector patronal suele tener en su mano el poder económico, el sindical se guarda el poder popular, el que otorgan las masas. Sin masas, por lo tanto, no habrá sindicalismo.
En nuestra Córdoba, el enfrentamiento entre el SUOEM y el exintendente Daniel Giacomino dejó en evidencia un pecado repetido: la sordera de ciertos sindicatos ante los reclamos masivos. Y el abuso de la herramienta del paro como única estrategia de medida de fuerza con los sectores patronales. Pero aún más, como los camioneros, los argumentos esgrimidos para justificar las medidas de fuerza fueron poco convincentes y demostraron una prepotencia que no es sana para una actividad que necesita de consensos.
El sindicalismo es una herramienta necesaria para las sociedades capitalistas porque sirve para igualar fuerzas. Sin sindicatos, los trabajadores estarían absolutamente desprotegidos ante las patronales y podrían perder derechos ganados con mucho sudor y sangre que son baluarte del movimiento trabajador.
Pero como toda instancia popular, el sindicato es sensible a las malas prácticas. Un acto de corrupción no hará tanto daño a una empresa, por cuanto no necesita del colectivo para seguir funcionando, su relación con las poblaciones es casi exclusivamente económica, una transacción comercial, como a un sindicato. El gremialismo nace desde el colectivo y depende de él. Sin consenso, sin apoyo, sin credibilidad, morirá indefectiblemente.
Es tarea de los dirigentes modificar esa mecánica perversa que persiguió a los sindicatos, transformándolos en armas políticas útiles para ciertos sectores de poder y devolverlos a sus fuentes, pero también de la propia sociedad, que reacciona a través de la condena y el alejamiento.
Si el sindicato es el colectivo y es una de las grandes herramientas de construcción social, la sociedad no puede darle la espalda.

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