
A juzgar por algunos datos preocupantes, Venezuela estaría cerca de perder la gran oportunidad de hacer realidad un proyecto muy interesante que podría, por fin, generar el desarrollo de un socialismo democrático y positivo. Los pecados propios de una región mesiánica y los errores de un líder invadido por un exceso de poder podrían tirar por la borda años de esfuerzo. Lamentablemente, hay características que unen de una manera notable a latinoamérica y el mesianismo es una de ellas. No hay dudas, pues quienes vivimos por estos lares no podemos evitar el deseo de que un ser superior nos saque de nuestra amarga realidad. Como si no tuviésemos la madurez suficiente como para hacer algo por nosotros mismos y necesitemos volcar responsabilidades hacia algún iluminado. Y así nos va, porque si repasamos rápidamente la historia latinoamericana hallaremos que absolutamente todos los proyectos políticos se agotaron en unos años. Y esto sucedió no sólo porque en muchos casos eran inviables (recordemos el neoliberalismo de la década pasada), sino porque somos incapaces de sostener un proyecto más allá de los nombres propios. Hoy, la República Bolivariana de Venezuela se debate entre la aprobación o no de un texto constitucional que si bien intensifica la entrada del país al denominado socialismo del Siglo XXI y tiene algunas cuestiones muy interesantes, propone además la entrega de una desmedida cuota de poder al presidente, en este caso Hugo Chávez. Tan es así, que las voces opositoras sólo apuntan hacia apartados como la reelección indefinida y no a otros aspectos que son mucho más importantes y positivos para la vida del país. Desde esta columna siempre decimos que independientemente de la ideología que escogimos, latinoamérica se encuentra en una situación ideal para alcanzar una relativa estabilidad política, pero equivoca el camino. Cuando la fórmula debería ser el fortalecimiento de las instituciones democráticas, con el objetivo de que el poder no recaiga sobre una sola persona o entidad, elegimos basándonos en las promesas de un solo líder, y no podemos o no queremos ver más allá de nuestras narices, especialmente ante un proyecto interesante. Mientras, los opositores a esos líderes paternales son aún peores, pues representan a pequeños grupos enviciados por siglos de poder que otrora encabezaron las matanzas más aberrantes desde que los españoles acabaron con los indígenas del continente. Si bien la idea es plantear un problema y que cada uno saque sus propias conclusiones, tal vez no sería mala idea leer la propuesta de una democracia parlamentaria confeccionada por el juez de la Suprema Corte de Justicia Eugenio Zaffaroni (Le Monde Diplomatique del mes de septiembre).
Patricio Ortega
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