
Y se la merecía, como merecía que nosotros, sus amigos, lo cuidásemos, porque siempre se había encargado de protegernos, con un gesto paternal notable. Él era quien nos sacaba de apuros, nos defendía contra los grandotes, nos hacía entrar a los boliches o nos cargaba cuando era necesario.
Esta vez, era su turno, y estaba absolutamente descontrolado. Su borrachera valió por todas las otras. Era imposible contenerlo. Orinó en la barra mientras pedía un trago, se quiso pelear con todos los guardias, pretendía hacerle el amor a su novia en los reservados del boliche, se cayó cuantas veces pudo y, lo que aquí nos trae, casi la engaña, a ella, la mujer de su vida.
La situación de Camilo era extraña, ya a los 17 años. Primero, porque era el único que tenía la tranquilidad de haber encontrado a la mujer de su vida a tan temprana edad, y también porque, de todos los amigos que tuve por aquellos tiempos, que fueron muchos, sólo Camilo fue fiel a su amada, acaso porque estaba conciente de que era lo más importante de su vida.
Sin embargo, hasta el más perfecto de los príncipes tiene sus momentos de debilidad por algunas piernas incorrectas. A quién no le ha pasado.
Pero lo de Camilo fue distinto a lo normal, y hasta lógico.
Con mis amigos, siempre fuimos de mantener las rutinas, que cuando se repiten muchas veces algunos las llaman tradiciones. En el caso de Molino Rojo, hacíamos lo mismo todos los sábados. Nos juntábamos después de cenar, tomábamos el colectivo nunca después de las 11 de la noche, para llegar a Carlos Paz antes de las 12. Despuntábamos el vicio un rato en City Game y buscábamos a Dady para que nos dé los descuentos.
Luego, regresábamos un rato más a City Game y cerca de la 1 de la madrugada emprendíamos el recorrido a Molino Rojo con el fin de llegar apenas terminaba el matinée. Es que nos gustaba entrar al boliche cuando estaba prácticamente vacío y escoger el lugar de siempre, en el balconcito que estaba frente a la pista más pequeña, delante de los nueve televisores en los cuales pasaban los video clips de moda.
Y, claro, parte del ritual de ingreso era salir corriendo hacia la barra para cambiar la consumición por algún trago. Esos tragos horribles que uno toma en su adolescencia: nafta súper, séptimo regimiento dulce o seco, piña colada con cuantas cosas nos imaginemos, etcétera. Y como frutilla del postre, el balde, que no era otra cosa que un montón de bebidas alcohólicas de escasa calidad rebajadas con durazno o granadina. En resumen, un espanto. Pero nosotros lo tomábamos. Con gusto y, especialmente, con velocidad, así nos emborrachábamos más rápido.
Pero, esa noche, Camilo estaba particularmente excitado. Es como si, antes de salir, hubiese planeado dejar de ser perfecto por un rato y comportarse como el peor de todos. Y lo hizo, pues apenas empezó la noche ya estaba completamente borracho, con devolución de brebajes por vía oral (vómitos) incluidos.
Pasaba la noche y Camilo estaba en su salsa, absolutamente excitado, pasado de vueltas, diría. Corría, quería pelear con todo el mundo y pretendía sobrepasarse con su novia, pero siempre, de alguna extraña manera, frenaba sus instintos justo antes de cometer el pecado.
Hasta que apareció Mariela.
Mariela era una chica de escasa belleza que debido a un par de deslices se había ganado el injusto mote de chica fácil. A causa de ello, tenía que renegar continuamente con adolescentes tapados hasta los ojos de hormonas que pretendían hallar en ella el favor que todos buscamos en la vida, especialmente a esa edad: sexo.
Sin embargo, ella no era así, aunque debía cargar con ello.
Camilo, como todos nosotros, estaba al tanto de la fama de Mariela y apenas la divisó se abalanzó sobre ella, pero con el aparente fin de entablar una charla amistosa. Y ella le creyó, pues Camilo era el hombre más caballeroso del mundo. Nadie imaginaba que podría pretender siquiera sobrepasarse con una dama.
Nadie lo imaginaba hasta esa noche.
Con los ojos salidos de su órbita, Camilo comenzó a buscar un acercamiento físico con Mariela, que no veía con malos ojos aparearse con quien en esos días era el galán del barrio. Pasaban los minutos y el espacio entre los dos se esfumaba como el aire entre las manos. Ambos ya podían sentir la respiración del otro, mientras el sexo de Camilo crecía y crecía. En ese momento, el deseo podía palparse hasta con las manos.
Pero el problema era que Ella, la mujer de su vida, estaba apenas a unos metros de distancia y en cualquier momento podía divisarlo en esa actitud pecaminosa. Afortunadamente, su escasa visión le impedía observar aquella lamentable escena, pues no salió con sus anteojos, pero era cuestión de minutos que decidiera salir a buscarlo y encontrarse con él.
Mucha gente tiene una concepción errónea de las amistades de un adolescente. Como si el grupo al cual pertenece un joven fuera necesariamente la razón de su perdición, o sus errores. Mas en algunos casos esa influencia puede ser positiva, al punto de salvar la pareja más perfecta del universo. Porque nosotros, sus amigos, fuimos más rápidos que Ella y divisamos a Camilo a punto de cometer el error de su vida. Rápidamente, bajamos las escaleras de Molino Rojo y nos abalanzamos sobre él para cortar la conversación con Mariela. Sin explicaciones, pusimos cualquier excusa y nos lo llevamos de los pelos, pues aún los tenía.
Ya en sí, aunque en apariencia, Camilo entró en razón y regresó a los brazos de su novia. Y ella lo cobijó mientras él sufría las consecuencias de la borrachera más justa de la historia.
Y aún lo cobija.
2 comentarios:
Perfecta historia y queria decirles o preguntarles a todos, especialemente a lo que rescataron a camilo si alguna vez el les dio las gracias ...........
El dice que gracias amigos........
para eso estamos los amigos, jejejejee
un abrazo, Camilo
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