
La historia comienza hace exactamente cuatro meses, cuando uno de mis mejores amigos me dio dos opciones, que serían los destinos a seguir durante las vacaciones que se avecinaban: Río de Janeiro o Cuzco. Ambas asomaban interesantes, pero la posibilidad de conocer la cuna de la historia latinoamericana y mi inconveniente ante la exposición solar, por el blanco extremo de mi piel, me terminaron por decidir. Perú era el destino.
Poco después comenzó el camino de la diagramación del viaje, que al menos para mí incluía conocer más de aquél maravilloso lugar. En otras palabras, desburrarme un poco. Y lo logré, porque descubrí que la zona no se limitaba a Cuzco y el Machupicchu, sino que era mucho más extensa, más rica, más interesante.
Entre discusiones, posibilidades y el sabio manejo de Chiquito Reyes, mi compañero de ruta, el periplo quedó diagramado de la siguiente manera: avión hasta La Paz, donde dormiríamos dos noches; luego partiríamos rumbo a Copacabana, ubicado en la frontera con Perú; posteriormente cruzaríamos la frontera hacia Puno y finalmente Cuzco, desde donde tomaríamos el avión de regreso a Córdoba.
Pero lo que en ese momento no sabíamos era que la aventura recién comenzaba.
1 comentario:
viejo, ponete las pilas con el relato...no seas amargo...un amigo
Publicar un comentario