lunes, 31 de diciembre de 2007

Un final inesperado

Contaba con el arma más poderosa de seducción: se sabía lindo. Estaba conciente de ello y así actuaba cada vez que se relacionaba con alguna fémina, con la altanería de quienes, saben, tienen todas las de ganar, porque son lindos.
Mauro era así, aunque lo negaba. Caminábamos por las calles de Mina Clavero, por citar un ejemplo, y él se separaba del resto, para que todo el mundo vea su belleza. Íbamos a cualquier boliche y se paraba en los balcones, o bien cerca del baño de mujeres. Sólo le bastaba con que lo mirasen y lo demás era apenas un trámite. No necesitaba ser simpático, culto o interesante, tenía a su belleza como punta de lanza.
Pero la belleza no siempre es la mejor aliada.

El Galpón era el lugar de moda en aquél entonces. Se trataba precisamente de un galpón bastante humilde pero con el decorado, las luces y los relaciones públicas correctos. Sólo con eso le bastó para ser la discoteca de moda durante un verano en Carlos Paz. Mauro estaba esa noche con sus amigos, en plena cacería. A diferencia del resto, Mauro encaraba estas situaciones con el aplomo de quien sabe que tiene el as de espadas en su mazo. Mientras los otros correteaban a las mujeres con toda clase de historias, ciertas o no, y mohines, Mauro tomaba una cerveza junto a la barra y observaba. Observaba a quién le mostraría su bella cara, razón suficiente como para pasar una noche placentera. En otras palabras, buscaba a la ganadora de un premio que él estaba convencido que poseía.
Y la encontró, pero en este caso no era una, sino que varias.
Por un momento, la rutina de la noche se vio interrumpida por una decena de mujeres, tan bellas como exaltadas, que ingresaron prácticamente corriendo a la pista principal para bailar sin ningún tipo de urbanidad, como si nadie hubiese allí dentro. Estaban disfrazadas y, se notaba, habían consumido cantidades siderales de alcohol.
Todos los hombres comunes vieron a las mujeres y comprendieron rápidamente que se trataba de una despedida de soltera, razón por la cual no era muy aconsejable acercarse a ellas directamente porque, se sabe, lo más factible es que uno termine siendo el hazmerreír de la fiesta. Lo mejor era atacar por los flancos, eligiendo bien algún objetivo y centrándose en él. Hablarle disimuladamente para alejarla de ese núcleo de excitación compartida con el fin de acrecentar las chances de obtener la gracia divina, es decir, sexo.
Pero, claro, ese es un razonamiento para cualquier terrícola, mas no para Mauro, quien se acercó decidido por el centro de la jauría y comenzó a menearse como regalando su cuerpo a tantas mujeres. Ellas, agradecidas por contar tan fácilmente con semejante espécimen, lo rodearon y comenzaron a tocarlo y besarlo como si se tratase de una copa mundial. Mauro, sabiendo que no sólo sus amigos lo miraban boquiabiertos por aquél triunfo inédito, se regocijaba en su éxito y se entregaba de cuerpo y alma a ese momento mágico.

Poco después, las chicas se cansaron de la adoración y pretendían pasar a otra instancia. Más intima, por así decirlo. Pensaban ir a otro boliche y llevarse a Mauro como si fuese algo para comer en el camino. Mauro, claro está, después de contarle a todos sus amigos del ofrecimiento, para que se mueran de envidia, aceptó gustoso el convite.
Ya en el automóvil, la adoración y el manoseo de las exaltadas chicas se hicieron un poco más intensos. Mauro creía que estaba viviendo un sueño. ¿A quién no le gustaría tener a tantas chicas para uno solo, y sin pagar un centavo?, se preguntaba.

El recorrido no duró mucho, pues Molino Rojo, la próxima parada, estaba a poca distancia del Galpón. Sin embargo, para Mauro fueron los mejores 15 minutos de su vida, y estaba decidido a prolongarlo todo el tiempo que pueda.
Pero las chicas tenían otros planes. Primero, trataron de dejar a su dulce bombón en la calle, pues ya estaban hartas de él, pero no pudieron debido a su tenaz resistencia. Mauro estaba decidido a llevarse por lo menos a una de esas chicas a la cama. De hecho, si era un premio, ¿por qué no irse con la que se casaba? ¿Qué mejor forma de terminar una despedida de soltera?, pensaba con su amor propio por las nubes.
Así fue como logró acompañarlas hasta el boliche, ya la tercera parada de las chicas, convencido de que en unos minutos ya estaría a las puertas de una nueva conquista.
Sin embargo, Molino Rojo es grande, y apenas ingresaron nuestro héroe perdió de vista a las chicas, quienes tal como le dijeron minutos antes, querían continuar la fiesta en soledad.
En vano las buscó Mauro, pues parecía que se las había tragado la tierra. Buscó, revolvió, preguntó, se distrajo con otras chicas en el camino, pero nada. Entonces, cabizbajo, entendió que al fin y al cabo los sueños, sueños son y decidió regresar a Córdoba.
Pero el regreso no sería sencillo, pues no tenía dinero y sus amigos ya se habían ido, o al menos eso imaginaba ya que en ese entonces no había telefonía celular. Lo primero que hizo, por las dudas, fue regresar al Galpón, que estaba ubicado precisamente en la ruta que va hacia Córdoba. Mas ya no había nadie, pues era demasiado tarde. Entonces, se paró a la vera del camino y comenzó a hacer dedo, ya en un gesto de absoluta desesperación. Afortunadamente, un Fiat Fiorino se detuvo para llevarlo. Era un hombre muy amable que, según dijo, tenía que ir a Córdoba a trabajar.
Si bien la noche no había culminado como se lo imaginaba, Mauro sintió que la suerte volvía a sonreírle; ya estaba de regreso a casa, y sin gastar un centavo.
Pero no todo es lo que parece. A los pocos metros, el conductor de la Fiorino le confesó que no iba a Córdoba, sino que frenó porque Mauro le parecía muy lindo y tenía toda la intención de intimar con él. Nuestro héroe, gentilmente, le dio las “gracias, pero no”, se bajó de la camioneta bajo cualquier pretexto y se olvidó de hacer dedo, por el momento.
Pasada las ocho de la mañana seguía en Carlos Paz, como si esa ciudad no le permitiese salir. Como si fuese un ente pensante que maneja a los seres humanos a su antojo, para que Mauro se quede allí por siempre.
Desesperado, comenzó a caminar hasta llegar a Keops, la discoteca más importante de la villa, que se encuentra en el ingreso a la autopista que une a Carlos Paz con Córdoba. Era su última oportunidad, pues normalmente a ese lugar iba mucha gente de la ciudad.
Se acercó a la salida, en donde había un verdadero mar de personas que se debatían entre el sueño y el exceso de alcohol, y entre el deseo de regresar a casa o continuar con la juerga. Utilizó sus últimas fuerzas para echar un vistazo, y afortunadamente divisó a un conocido del trabajo. Sin perder el tiempo, se acercó hacia él y le rogó que lo llevase a Córdoba. Su camarada asintió sin inconvenientes y, por fin, la noche de Mauro se terminaba.
Mientras regresaba a su casa, confortablemente sentado en ese auto último modelo, pensaba: ¡Pobres chicas! Se perdieron de pasar una noche conmigo…

Lamentablemente, no todos aprenden la lección.

martes, 18 de diciembre de 2007

La borrachera más justa

El cumpleaños de Camilo estaba terminando en Molino Rojo. En realidad, para él había terminado hacía un rato, pues celebró la llegada de sus 17 años con una borrachera soberana.
Y se la merecía, como merecía que nosotros, sus amigos, lo cuidásemos, porque siempre se había encargado de protegernos, con un gesto paternal notable. Él era quien nos sacaba de apuros, nos defendía contra los grandotes, nos hacía entrar a los boliches o nos cargaba cuando era necesario.
Esta vez, era su turno, y estaba absolutamente descontrolado. Su borrachera valió por todas las otras. Era imposible contenerlo. Orinó en la barra mientras pedía un trago, se quiso pelear con todos los guardias, pretendía hacerle el amor a su novia en los reservados del boliche, se cayó cuantas veces pudo y, lo que aquí nos trae, casi la engaña, a ella, la mujer de su vida.

La situación de Camilo era extraña, ya a los 17 años. Primero, porque era el único que tenía la tranquilidad de haber encontrado a la mujer de su vida a tan temprana edad, y también porque, de todos los amigos que tuve por aquellos tiempos, que fueron muchos, sólo Camilo fue fiel a su amada, acaso porque estaba conciente de que era lo más importante de su vida.
Sin embargo, hasta el más perfecto de los príncipes tiene sus momentos de debilidad por algunas piernas incorrectas. A quién no le ha pasado.
Pero lo de Camilo fue distinto a lo normal, y hasta lógico.

Con mis amigos, siempre fuimos de mantener las rutinas, que cuando se repiten muchas veces algunos las llaman tradiciones. En el caso de Molino Rojo, hacíamos lo mismo todos los sábados. Nos juntábamos después de cenar, tomábamos el colectivo nunca después de las 11 de la noche, para llegar a Carlos Paz antes de las 12. Despuntábamos el vicio un rato en City Game y buscábamos a Dady para que nos dé los descuentos.
Luego, regresábamos un rato más a City Game y cerca de la 1 de la madrugada emprendíamos el recorrido a Molino Rojo con el fin de llegar apenas terminaba el matinée. Es que nos gustaba entrar al boliche cuando estaba prácticamente vacío y escoger el lugar de siempre, en el balconcito que estaba frente a la pista más pequeña, delante de los nueve televisores en los cuales pasaban los video clips de moda.
Y, claro, parte del ritual de ingreso era salir corriendo hacia la barra para cambiar la consumición por algún trago. Esos tragos horribles que uno toma en su adolescencia: nafta súper, séptimo regimiento dulce o seco, piña colada con cuantas cosas nos imaginemos, etcétera. Y como frutilla del postre, el balde, que no era otra cosa que un montón de bebidas alcohólicas de escasa calidad rebajadas con durazno o granadina. En resumen, un espanto. Pero nosotros lo tomábamos. Con gusto y, especialmente, con velocidad, así nos emborrachábamos más rápido.
Pero, esa noche, Camilo estaba particularmente excitado. Es como si, antes de salir, hubiese planeado dejar de ser perfecto por un rato y comportarse como el peor de todos. Y lo hizo, pues apenas empezó la noche ya estaba completamente borracho, con devolución de brebajes por vía oral (vómitos) incluidos.

Pasaba la noche y Camilo estaba en su salsa, absolutamente excitado, pasado de vueltas, diría. Corría, quería pelear con todo el mundo y pretendía sobrepasarse con su novia, pero siempre, de alguna extraña manera, frenaba sus instintos justo antes de cometer el pecado.
Hasta que apareció Mariela.
Mariela era una chica de escasa belleza que debido a un par de deslices se había ganado el injusto mote de chica fácil. A causa de ello, tenía que renegar continuamente con adolescentes tapados hasta los ojos de hormonas que pretendían hallar en ella el favor que todos buscamos en la vida, especialmente a esa edad: sexo.
Sin embargo, ella no era así, aunque debía cargar con ello.
Camilo, como todos nosotros, estaba al tanto de la fama de Mariela y apenas la divisó se abalanzó sobre ella, pero con el aparente fin de entablar una charla amistosa. Y ella le creyó, pues Camilo era el hombre más caballeroso del mundo. Nadie imaginaba que podría pretender siquiera sobrepasarse con una dama.
Nadie lo imaginaba hasta esa noche.
Con los ojos salidos de su órbita, Camilo comenzó a buscar un acercamiento físico con Mariela, que no veía con malos ojos aparearse con quien en esos días era el galán del barrio. Pasaban los minutos y el espacio entre los dos se esfumaba como el aire entre las manos. Ambos ya podían sentir la respiración del otro, mientras el sexo de Camilo crecía y crecía. En ese momento, el deseo podía palparse hasta con las manos.
Pero el problema era que Ella, la mujer de su vida, estaba apenas a unos metros de distancia y en cualquier momento podía divisarlo en esa actitud pecaminosa. Afortunadamente, su escasa visión le impedía observar aquella lamentable escena, pues no salió con sus anteojos, pero era cuestión de minutos que decidiera salir a buscarlo y encontrarse con él.

Mucha gente tiene una concepción errónea de las amistades de un adolescente. Como si el grupo al cual pertenece un joven fuera necesariamente la razón de su perdición, o sus errores. Mas en algunos casos esa influencia puede ser positiva, al punto de salvar la pareja más perfecta del universo. Porque nosotros, sus amigos, fuimos más rápidos que Ella y divisamos a Camilo a punto de cometer el error de su vida. Rápidamente, bajamos las escaleras de Molino Rojo y nos abalanzamos sobre él para cortar la conversación con Mariela. Sin explicaciones, pusimos cualquier excusa y nos lo llevamos de los pelos, pues aún los tenía.
Ya en sí, aunque en apariencia, Camilo entró en razón y regresó a los brazos de su novia. Y ella lo cobijó mientras él sufría las consecuencias de la borrachera más justa de la historia.

Y aún lo cobija.

lunes, 10 de diciembre de 2007

El principio del principio

La siesta de abril de 2007 me encuentra sentado ante la computadora con el firme propósito de comenzar el humilde relato de un viaje que para mí, con 29 años, ocho meses y 20 días, fue el mejor de mi vida.
La historia comienza hace exactamente cuatro meses, cuando uno de mis mejores amigos me dio dos opciones, que serían los destinos a seguir durante las vacaciones que se avecinaban: Río de Janeiro o Cuzco. Ambas asomaban interesantes, pero la posibilidad de conocer la cuna de la historia latinoamericana y mi inconveniente ante la exposición solar, por el blanco extremo de mi piel, me terminaron por decidir. Perú era el destino.
Poco después comenzó el camino de la diagramación del viaje, que al menos para mí incluía conocer más de aquél maravilloso lugar. En otras palabras, desburrarme un poco. Y lo logré, porque descubrí que la zona no se limitaba a Cuzco y el Machupicchu, sino que era mucho más extensa, más rica, más interesante.
Entre discusiones, posibilidades y el sabio manejo de Chiquito Reyes, mi compañero de ruta, el periplo quedó diagramado de la siguiente manera: avión hasta La Paz, donde dormiríamos dos noches; luego partiríamos rumbo a Copacabana, ubicado en la frontera con Perú; posteriormente cruzaríamos la frontera hacia Puno y finalmente Cuzco, desde donde tomaríamos el avión de regreso a Córdoba.
Pero lo que en ese momento no sabíamos era que la aventura recién comenzaba.

martes, 4 de diciembre de 2007

La región mesiánica

A juzgar por algunos datos preocupantes, Venezuela estaría cerca de perder la gran oportunidad de hacer realidad un proyecto muy interesante que podría, por fin, generar el desarrollo de un socialismo democrático y positivo. Los pecados propios de una región mesiánica y los errores de un líder invadido por un exceso de poder podrían tirar por la borda años de esfuerzo. Lamentablemente, hay características que unen de una manera notable a latinoamérica y el mesianismo es una de ellas. No hay dudas, pues quienes vivimos por estos lares no podemos evitar el deseo de que un ser superior nos saque de nuestra amarga realidad. Como si no tuviésemos la madurez suficiente como para hacer algo por nosotros mismos y necesitemos volcar responsabilidades hacia algún iluminado. Y así nos va, porque si repasamos rápidamente la historia latinoamericana hallaremos que absolutamente todos los proyectos políticos se agotaron en unos años. Y esto sucedió no sólo porque en muchos casos eran inviables (recordemos el neoliberalismo de la década pasada), sino porque somos incapaces de sostener un proyecto más allá de los nombres propios. Hoy, la República Bolivariana de Venezuela se debate entre la aprobación o no de un texto constitucional que si bien intensifica la entrada del país al denominado socialismo del Siglo XXI y tiene algunas cuestiones muy interesantes, propone además la entrega de una desmedida cuota de poder al presidente, en este caso Hugo Chávez. Tan es así, que las voces opositoras sólo apuntan hacia apartados como la reelección indefinida y no a otros aspectos que son mucho más importantes y positivos para la vida del país. Desde esta columna siempre decimos que independientemente de la ideología que escogimos, latinoamérica se encuentra en una situación ideal para alcanzar una relativa estabilidad política, pero equivoca el camino. Cuando la fórmula debería ser el fortalecimiento de las instituciones democráticas, con el objetivo de que el poder no recaiga sobre una sola persona o entidad, elegimos basándonos en las promesas de un solo líder, y no podemos o no queremos ver más allá de nuestras narices, especialmente ante un proyecto interesante. Mientras, los opositores a esos líderes paternales son aún peores, pues representan a pequeños grupos enviciados por siglos de poder que otrora encabezaron las matanzas más aberrantes desde que los españoles acabaron con los indígenas del continente. Si bien la idea es plantear un problema y que cada uno saque sus propias conclusiones, tal vez no sería mala idea leer la propuesta de una democracia parlamentaria confeccionada por el juez de la Suprema Corte de Justicia Eugenio Zaffaroni (Le Monde Diplomatique del mes de septiembre).
Patricio Ortega