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Fuente: El Comercio |
En los últimos días, el mundo, y en
particular Estados Unidos, amaneció conmovido con la decisión de
Trump de negar el ingreso de musulmanes provenientes de siete países,
en una nueva y extendida versión del eje del mal.
Campañas, frases altisonantes en las
entregas de premios cinematográficos, protestas, críticas de todas
las formas y colores, y hasta alguna pequeña rebelión interna con
cabezas cayendo al suelo (la fiscal general saliente, por caso)
pintaron el panorama reciente en la máxima potencia mundial, cada
vez más convulsionada por la llegada de Trump a la presidencia.
Sin embargo, la decisión de Trump no
es tan sorprendente, si se analizan las políticas de los últimos
años, cuando la fiebre antiislámica cobró mayor vigor en el
gigante del norte, en particular tras los ataques a las Torres
Gemelas y el Pentágono (los musulmanes vienen siendo los malos de
las películas de acción hace más de 20 años, tras la desaparición
de la URSS y las dictaduras latinoamericanas).
Por caso, cinco de los siete países
vetados fueron bombardeados directa o indirectamente por Estados
Unidos en años recientes. Siria, Irak, Libia, Somalia y Yemen
sufrieron las bombas norteamericanas o de aliados, mientras que Irán
es un viejo rival estadounidense, víctima de la guerra contra Irak,
promovida por la Casa Blanca a través de su delfín Saddam Hussein.
¿Cuál es la sorpresa?
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Fuente: El Diario |
Desde
los ingleses e indios en los siglos XVIII y XIX, pasando por nazis y
comunistas en el siglo pasado, terminando por los musulmanes en años
más recientes, Estados Unidos fue una potencia construida a partir
de la identificación que genera el enemigo.
La
otredad, acaso inevitable en la formación de cualquier grupo, en la
construcción de la identidad, fue llevada al extremo para que el
otro, el distinto, se transforme en un enemigo que amenace el
American Way of Life, basado en un espejismo de libertad.
Espejismo
porque la sociedad norteamericana fue durante casi toda su historia
una sociedad estratificada, rígida, con poca movilidad social (salvo
por la era de oro del capitalismo, de la posguerra hasta al década
del 70, cuando gracias a la intervención del Estado en la economía
hubo un crecimiento fenomenal de las economías y una distribución
más o menos equitativa de las riquezas), pero que supo construir una
fantasía de oportunidades, sustentadas en el esfuerzo individual y
evadiendo cualquier responsabilidad del sistema en el sufrimiento de
la gente. Si no llegás,
es culpa tuya, mirá a Rocky, cómo con esfuerzo fue campeón del
mundo.
Para
mantener ese espejismo, esa noción de país libre, que con la
transformación de nación a superpotencia mundial se convirtió en
país libre guardián de
la libertad en el mundo
(otra vez el cine, fundamental para sostener la fantasía), Estados
Unidos convirtió a la realidad en una película: una lucha de malos
contra buenos, en la que el malo es muy malo y el bueno, muy bueno.
En
esa mecánica, el derrumbamiento del American
way of life
por el colapso del capitalismo financiero y la lenta agonía de
Estados Unidos como única súper potencia mundial no modificaron la
visión religiosa sobre el mundo, situando a Estados Unidos como el
paradigma de la bondad y a algún otro como el malo de la película.
Al
contrario, acaso por la falta de argumentos materiales, por la
decadencia del capitalismo tal como se ha planteado desde la década
del 70, por la desaparición de la noción de que con esfuerzo se
logran las metas, el malo se hizo muy malo, muy, pero muy malo.
Incluso, se podría trazar una línea del tiempo, casi matemática:
mientras más problemas en casa, más crisis económica, más
tambaleo de las estructura de poder, más malos son los de afuera.
La
decisión de Trump, entonces, es parte de un proceso que comenzó a
escalar tras el 11S. De las invasiones armadas, los ejes del mal, la
Patriot Act, la persecución sistemática de musulmanes en tierras
propias, los bombardeos, los ataques a través de aliados, la
utilización de la ONU para agobiar económicamente a los enemigos
designados a Trump, acaso el presidente más directo en sus
apreciaciones islamofóbicas, pero no el más islamofóbico
necesariamente, sino la continuidad y la escalada de un
enfrentamiento contra un enemigo inventado años antes.
Es
más, los países elegidos forman parte de una lista de “países
que causan preocupación”, designada por el Congreso y apoyada por
Obama en 2015. Esa lista tenía por objeto rever o negar la entrega
de visas a aquellos que estuvieron en los países designados.
La contradicción
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Fuente: ABC |
La
sola elección de los siete países refuta la decisión. No hay
motivos concretos para explicar por qué esos siete países y no
otros. Incluso desde la lógica islamofóbica no hay lógica en tal
decisión.
Según
la BBC, el documento presidencial argumenta que “numerosos
individuos nacidos en el extranjero han sido condenados o implicados
en delitos relacionados con el terrorismo desde el 11 de septiembre
de 2001".
"Es
interesante que, de los siete países en la lista, no
hay un historial de alguien de esos países llevando a cabo un ataque
en Estados Unidos
y que en los países que no están listados, hay una historia de
gente de esas áreas llevando a cabo un ataque mortal", señaló
Ibrahim Cooper, director de comunicación en el Consejo de Relaciones
Americano-Islámicas (CAIR por sus siglas en inglés), a la misma
BBC.
Fuera
de la lista quedaron países que sí aportan personas o dinero a las
causas del extremismo islámico, como Egipto, Pakistán y sobre todo
Arabia Saudita. Estas tres naciones tienen alianzas estratégicas con
la Casa Blanca, consideradas importantes para mantener el dominio en
ese polvorín que es Medio Oriente, y por lo tanto son intocables.
Aun cuando es de sobra sabido que Arabia Saudita, por ejemplo, apoya
a los movimientos extremistas islámicos, no es una democracia y
viola sistemáticamente los derechos humanos. Tres causas de sobra
para que el Paladín de la Libertad en el mundo accione sus
portaaviones.
Claro,
Arabia Saudita tiene petróleo. Y mucho.
Sin
una justificación que al menos tolere un par de refutaciones, y
atendiendo a una vieja necesidad de enemigos para reforzar la
identidad propia, la decisión de Trump está más cerca de la
demagogia, al cumplimiento de una serie de promesas a un electorado
cada vez más intolerante, al fortalecimiento de un enemigo externo
que haga olvidar las penas propias que a una amenaza real y concreta
cuando, en rigor de verdad, no hay amenaza más real y concreta que
las armas del Paladín de la Libertad.
ANEXO
Las
invenciones
El
dato curioso de todo este embrollo, es que en los últimos treinta
años, todos los enemigos de Estados Unidos fueron creados o
respaldados por el propio Estados Unidos.
A
Saber:
- Saddam Hussein fue aliado estadounidense en la guerra contra Irán, en la década del ochenta.
- Los talibanes recibieron apoyo estadounidense en la resistencia contra la invasión soviética. De ahí salió también el papá de Al Qaeda, Osama Ben Laden.
- El ISIS recibió apoyo para derrocar a Al Assad en Siria.
Y
podríamos seguir, pero mi memoria es humilde.
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