martes, 31 de enero de 2017

Trump y los malos de la película

Fuente: El Comercio
En los últimos días, el mundo, y en particular Estados Unidos, amaneció conmovido con la decisión de Trump de negar el ingreso de musulmanes provenientes de siete países, en una nueva y extendida versión del eje del mal.


Campañas, frases altisonantes en las entregas de premios cinematográficos, protestas, críticas de todas las formas y colores, y hasta alguna pequeña rebelión interna con cabezas cayendo al suelo (la fiscal general saliente, por caso) pintaron el panorama reciente en la máxima potencia mundial, cada vez más convulsionada por la llegada de Trump a la presidencia.

Sin embargo, la decisión de Trump no es tan sorprendente, si se analizan las políticas de los últimos años, cuando la fiebre antiislámica cobró mayor vigor en el gigante del norte, en particular tras los ataques a las Torres Gemelas y el Pentágono (los musulmanes vienen siendo los malos de las películas de acción hace más de 20 años, tras la desaparición de la URSS y las dictaduras latinoamericanas).

Por caso, cinco de los siete países vetados fueron bombardeados directa o indirectamente por Estados Unidos en años recientes. Siria, Irak, Libia, Somalia y Yemen sufrieron las bombas norteamericanas o de aliados, mientras que Irán es un viejo rival estadounidense, víctima de la guerra contra Irak, promovida por la Casa Blanca a través de su delfín Saddam Hussein.

¿Cuál es la sorpresa?


Fuente: El Diario
Desde los ingleses e indios en los siglos XVIII y XIX, pasando por nazis y comunistas en el siglo pasado, terminando por los musulmanes en años más recientes, Estados Unidos fue una potencia construida a partir de la identificación que genera el enemigo.

La otredad, acaso inevitable en la formación de cualquier grupo, en la construcción de la identidad, fue llevada al extremo para que el otro, el distinto, se transforme en un enemigo que amenace el American Way of Life, basado en un espejismo de libertad.

Espejismo porque la sociedad norteamericana fue durante casi toda su historia una sociedad estratificada, rígida, con poca movilidad social (salvo por la era de oro del capitalismo, de la posguerra hasta al década del 70, cuando gracias a la intervención del Estado en la economía hubo un crecimiento fenomenal de las economías y una distribución más o menos equitativa de las riquezas), pero que supo construir una fantasía de oportunidades, sustentadas en el esfuerzo individual y evadiendo cualquier responsabilidad del sistema en el sufrimiento de la gente. Si no llegás, es culpa tuya, mirá a Rocky, cómo con esfuerzo fue campeón del mundo.

Para mantener ese espejismo, esa noción de país libre, que con la transformación de nación a superpotencia mundial se convirtió en país libre guardián de la libertad en el mundo (otra vez el cine, fundamental para sostener la fantasía), Estados Unidos convirtió a la realidad en una película: una lucha de malos contra buenos, en la que el malo es muy malo y el bueno, muy bueno.

En esa mecánica, el derrumbamiento del American way of life por el colapso del capitalismo financiero y la lenta agonía de Estados Unidos como única súper potencia mundial no modificaron la visión religiosa sobre el mundo, situando a Estados Unidos como el paradigma de la bondad y a algún otro como el malo de la película.

Al contrario, acaso por la falta de argumentos materiales, por la decadencia del capitalismo tal como se ha planteado desde la década del 70, por la desaparición de la noción de que con esfuerzo se logran las metas, el malo se hizo muy malo, muy, pero muy malo. Incluso, se podría trazar una línea del tiempo, casi matemática: mientras más problemas en casa, más crisis económica, más tambaleo de las estructura de poder, más malos son los de afuera.

La decisión de Trump, entonces, es parte de un proceso que comenzó a escalar tras el 11S. De las invasiones armadas, los ejes del mal, la Patriot Act, la persecución sistemática de musulmanes en tierras propias, los bombardeos, los ataques a través de aliados, la utilización de la ONU para agobiar económicamente a los enemigos designados a Trump, acaso el presidente más directo en sus apreciaciones islamofóbicas, pero no el más islamofóbico necesariamente, sino la continuidad y la escalada de un enfrentamiento contra un enemigo inventado años antes.

Es más, los países elegidos forman parte de una lista de “países que causan preocupación”, designada por el Congreso y apoyada por Obama en 2015. Esa lista tenía por objeto rever o negar la entrega de visas a aquellos que estuvieron en los países designados.

La contradicción


Fuente: ABC
La sola elección de los siete países refuta la decisión. No hay motivos concretos para explicar por qué esos siete países y no otros. Incluso desde la lógica islamofóbica no hay lógica en tal decisión.

Según la BBC, el documento presidencial argumenta que “numerosos individuos nacidos en el extranjero han sido condenados o implicados en delitos relacionados con el terrorismo desde el 11 de septiembre de 2001".

"Es interesante que, de los siete países en la lista, no hay un historial de alguien de esos países llevando a cabo un ataque en Estados Unidos y que en los países que no están listados, hay una historia de gente de esas áreas llevando a cabo un ataque mortal", señaló Ibrahim Cooper, director de comunicación en el Consejo de Relaciones Americano-Islámicas (CAIR por sus siglas en inglés), a la misma BBC.

Fuera de la lista quedaron países que sí aportan personas o dinero a las causas del extremismo islámico, como Egipto, Pakistán y sobre todo Arabia Saudita. Estas tres naciones tienen alianzas estratégicas con la Casa Blanca, consideradas importantes para mantener el dominio en ese polvorín que es Medio Oriente, y por lo tanto son intocables. Aun cuando es de sobra sabido que Arabia Saudita, por ejemplo, apoya a los movimientos extremistas islámicos, no es una democracia y viola sistemáticamente los derechos humanos. Tres causas de sobra para que el Paladín de la Libertad en el mundo accione sus portaaviones.

Claro, Arabia Saudita tiene petróleo. Y mucho.

Sin una justificación que al menos tolere un par de refutaciones, y atendiendo a una vieja necesidad de enemigos para reforzar la identidad propia, la decisión de Trump está más cerca de la demagogia, al cumplimiento de una serie de promesas a un electorado cada vez más intolerante, al fortalecimiento de un enemigo externo que haga olvidar las penas propias que a una amenaza real y concreta cuando, en rigor de verdad, no hay amenaza más real y concreta que las armas del Paladín de la Libertad.

ANEXO


Las invenciones

El dato curioso de todo este embrollo, es que en los últimos treinta años, todos los enemigos de Estados Unidos fueron creados o respaldados por el propio Estados Unidos.

A Saber:

  • Saddam Hussein fue aliado estadounidense en la guerra contra Irán, en la década del ochenta.
  • Los talibanes recibieron apoyo estadounidense en la resistencia contra la invasión soviética. De ahí salió también el papá de Al Qaeda, Osama Ben Laden.
  • El ISIS recibió apoyo para derrocar a Al Assad en Siria.

Y podríamos seguir, pero mi memoria es humilde.

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