A un mes de las
elecciones en el Perú, la realidad indica que Keiko Fujimori
disputará el ballottage, seguida de un nutrido grupo de aspirantes
que se desangran porque cada punto cuenta para llegar a la gran cita.
Si bien es cierto
que podría mirarse de reojo a las encuestadoras, y al encargado de
pagar la encuesta (no es lo mismo una encuesta pagada por El
Comercio, que una por La República, ni hablar de los estudios
encargados por partidos políticos), la enorme variación de los
candidatos semana a semana refleja la indecisión de los peruanos en
torno a los candidatos a la presidencia.
No hay convicciones
consolidadas. Y al no haber convicciones fuertes, al no haber
programas de gobierno definidos, los candidatos del subibaja se
transforman en una masa uniforme, en una tómbola que gira
permanentemente y en la que cualquiera puede caer mirando el cielo, y
cualquiera con los ojos pegados al suelo.
La guerra del
centro
El
panorama político/ideológico podría dividirse en tres grandes
grupos: derecha, centroderecha y centroizquierda (o, más bien, “a
la centroizquierda”).
Aunque con matices, salvedades, características puntuales y
coyunturales, esos serían los tres grandes grupos en los que se
ubican los candidatos a la presidencia.
Si bien el fenómeno de la inestabilidad electoral abarca a todos los
candidatos, se produce con más impacto entre los aspirantes de la
centroderecha, que son la mayoría.
Alan García, Julio Guzmán, César Acuña, Pedro Pablo Kuszynski y
hasta Danel Urresti (que no aparece entre los seis primeros y no
superaría el piso mínimo) integran el mismo arco
político/ideológico.
Al sumarlos, tomando como base la última encuesta publicada por CPI,
los cinco candidatos superan el 40% de las preferencias, una cifra
que a un solo aspirante lo dejaría al borde de la victoria en
primera vuelta.
Pero aquí no hay un candidato que represente a este espacio
político, sino cinco (y más, en realidad), que al no encontrar
diferencias programáticas, optan por el insulto, las movidas
sospechosas (que los tribunales electorales hayan observado sólo a
dos outsiders como Guzmán y Acuña es, cuanto menos, sugestivo) y
los ataques personales.
Es en la persona en donde está la actividad discursiva y las
agresiones electorales. El nombre y el apellido. Que si Acuña es
bruto y mentiroso; que Guzmán es títere del gobierno; que PPK no
tiene carisma; que García es corrupto, etcétera.
La concentración de ataques personales ha movido el eje de la
campaña, de las ideas a los nombres y apellidos, y ha distorsionado
el apoyo electoral.
El respaldo se apoya más en simpatías y coincidencias repentinas
que en la convicción que suelen generar las ideas. En este
escenario, es un apoyo fugaz y volátil. Me gusta Guzmán, hasta que
me dicen que es el títere de Nadine Heredia; me gusta Acuña, hasta
que me muestran sus plagios académicos.
Entonces PPK se cae diez puntos porque habló mal en una entrevista,
Guzmán sube ocho puntos porque su sonrisa es luminosa, Acuña se
derrumba porque no sabe qué es la química. ¿Qué van a hacer ellos
por el país si son presidentes?, nadie lo sabe.
La ultraderecha
No hay que confundir las declaraciones marketineras de una campaña
con las características de un espacio político.
Que
Keiko Fujimori se haya distanciado de su padre, no quiere decir que
de pronto el fujimorismo es el adalid de la democracia. Es el mismo
partido, con el mismo programa que hace unos meses, cuando los
dirigentes de Fuerza Popular denostaban la posibilidad de una unión
civil, atacaban contra algún programa que implique aunque sea un
mínimo nivel de participación del Estado en la economía o
golpeaban la mesa reclamando la libertad y la inocencia de su líder
político y espiritual.
Hay un error bastante común al enmarcar a este tipo de movimientos
(acaso similar al Tea Party estadounidense) en el espectro liberal.
Fuerza Popular es un partido liberal sólo en lo económico (y con
reservas), mas en lo social y lo político es más bien una fuerza
ultraconservadora, con tendencias fascistas.
No obstante, es el único movimiento masivo que en estos momentos
puede jactarse de tener a un núcleo fiel y constante, de tener un
mensaje consolidado y un piso bastante alto, que sitúan a Keiko
bastante cerca de la presidencia, aún en segunda vuelta.
La cruz de la
izquierda
La
indefinición de qué es izquierda y qué no es izquierda (ver
http://patricioortega.blogspot.pe/2015/04/grecia-el-extremo-del-centro.html)
es un fenómeno mundial.
Desde
la caída de la Unión Soviética, la noción sobre la
izquierda
se ha movido hacia el centro, a punto tal que hoy no existen
movimientos significativos que propongan la abolición de la
propiedad privada, por citar un ejemplo.
En el Perú, la tendencia es aún más radical: es tal el peso de
Sendero Luminoso en el imaginario colectivo que sólo la mención de
palabras como izquierda o rojo, generan un rechazo inmediato.
Pero lo más curioso en este sentido es que el establishment
(económico, político, mediático) se ha apropiado de esas palabras
y ha extendido la relación Sendero/izquierda/rojo hacia cualquier
expresión política que proponga una mayor participación del Estado
en la economía.
Aldo
Mariátegui, una de las voces más populares e intolerantes del
establishment, no se cansa de usar el anacronismo rojito
para referirse a movilizaciones sociales, pedidos de justicia,
reclamos de aumento de sueldos, críticas hacia empresas privadas,
etcétera.
En
este coyuntura, dos propuestas distintas entre sí pero
definitivamente a
la izquierda
de los demás candidatos, están encerradas en un desempeño
discreto, lo que, paradójicamente, les permite hablar más de ideas
que de personas.
Alfredo Barnechea, de Acción Popular, goza de una muy buena imagen
pero su desempeño en las encuestas es bastante discreto.
Barnechea podría ser definido como un neokeynessiano, pues sus
propuestas apuntan hacia la creación de un capitalismo con una mayor
presencia estatal y la creación de un Estado de bienestar, al estilo
de los países de Europa del norte.
Veronika Mendoza, por su parte, sufre de un triple prejuicio: es de
izquierda, es joven y es mujer.
Por
ser de izquierda, queda irremediablemente relacionada a Sendero
Luminoso y al rojismo
de Mariátegui. No importa que en los fundamentos del Frente Amplio
(agrupación que respalda su candidatura), se rechace explícitamente
a cualquier agrupación que tenga relación con Sendero, en el Perú
ser de izquierda es llevar una cruz.
Mendoza es además joven. Nació en 1980. Ese es otro estigma con el
que es difícil convivir: en general, y en todo el mundo, ser joven
suele implicar inexperiencia, incapacidad e ingenuidad. Y, además,
el caso más reciente de un presidente joven no es el más alentador:
la presidencia de García en los 80 fue bastante cuestionable.
Por
último, Mendoza carga con una tercera cruz: es mujer. Hace poco se
veía en Facebook a un grupo de hombres que decía seguir a Mendoza
porque era linda, no importaba que fuera de “izquierda”.
Calificar a una mujer que postula a la presidencia por su belleza es
quizás un acto discriminatorio tan grave como aquél que postula que
las mujeres son incapaces de enfrentar grandes responsabilidades.
No obstante, más allá de las cruces que puedan cargar Barnechea y
Mendoza, su posición les permite construir un discurso basado más
en propuestas e ideas que en ataques hacia un rival, y en este
contexto tan desarticulado e incierto, puede ser una gran ventaja.
Para
cualquiera
La realidad es la incertidumbre. A ciencia cierta, además de Keiko,
no hay ningún candidato que se perfile para llegar al ballottage.
Menos, cuando desde el plano institucional se construyen procesos de
exclusión que producen un daño severo a la democracia y el
establishment mediático se aleja de la información para acercarse
al editorialismo compulsivo e interesado.
De momento, hay una candidata que consolida su piso electoral con
bastante ventaja sobre el resto, aunque carece de apoyo por fuera de
ese respaldo, y dos aspirantes que pueden darse el lujo de hablar de
propuestas, pero sin visibilidad mediática y con varios prejuicios
que resolver en sus espaldas.
Los demás, sólo buscan destruir apellidos.
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