lunes, 7 de marzo de 2016

Elecciones en el Perú: a las piñas en el centro

A un mes de las elecciones en el Perú, la realidad indica que Keiko Fujimori disputará el ballottage, seguida de un nutrido grupo de aspirantes que se desangran porque cada punto cuenta para llegar a la gran cita.
Encuesta presidencial CPI(23-feb): Fujimori 33.7%, Guzman 18.3%, Acuña 7.3%, PPK 6.8%, Garcia 6.4%

En una campaña dominada por el ataque personal, el marketing político y la danza de encuestas, y carente de debate de ideas (acaso un fenómeno que trasciende al Perú); en un sistema signado por la inestabilidad, con un gobierno que de 31% en 2011 cayó hasta 2% en las últimas encuestas, con candidatos que pueden subir o bajar hasta 10 puntos en veinte días, la incertidumbre domina la escena, mientras el fujimorismo disfruta desde su púlpito de 30 puntos, viendo cómo los demás se rompen la cabeza por unos centavos (o puntos).

Si bien es cierto que podría mirarse de reojo a las encuestadoras, y al encargado de pagar la encuesta (no es lo mismo una encuesta pagada por El Comercio, que una por La República, ni hablar de los estudios encargados por partidos políticos), la enorme variación de los candidatos semana a semana refleja la indecisión de los peruanos en torno a los candidatos a la presidencia.
No hay convicciones consolidadas. Y al no haber convicciones fuertes, al no haber programas de gobierno definidos, los candidatos del subibaja se transforman en una masa uniforme, en una tómbola que gira permanentemente y en la que cualquiera puede caer mirando el cielo, y cualquiera con los ojos pegados al suelo.

La guerra del centro
El panorama político/ideológico podría dividirse en tres grandes grupos: derecha, centroderecha y centroizquierda (o, más bien, “a la centroizquierda”).
Aunque con matices, salvedades, características puntuales y coyunturales, esos serían los tres grandes grupos en los que se ubican los candidatos a la presidencia.
Si bien el fenómeno de la inestabilidad electoral abarca a todos los candidatos, se produce con más impacto entre los aspirantes de la centroderecha, que son la mayoría.
Alan García, Julio Guzmán, César Acuña, Pedro Pablo Kuszynski y hasta Danel Urresti (que no aparece entre los seis primeros y no superaría el piso mínimo) integran el mismo arco político/ideológico.
Al sumarlos, tomando como base la última encuesta publicada por CPI, los cinco candidatos superan el 40% de las preferencias, una cifra que a un solo aspirante lo dejaría al borde de la victoria en primera vuelta.
Pero aquí no hay un candidato que represente a este espacio político, sino cinco (y más, en realidad), que al no encontrar diferencias programáticas, optan por el insulto, las movidas sospechosas (que los tribunales electorales hayan observado sólo a dos outsiders como Guzmán y Acuña es, cuanto menos, sugestivo) y los ataques personales.
Es en la persona en donde está la actividad discursiva y las agresiones electorales. El nombre y el apellido. Que si Acuña es bruto y mentiroso; que Guzmán es títere del gobierno; que PPK no tiene carisma; que García es corrupto, etcétera.
La concentración de ataques personales ha movido el eje de la campaña, de las ideas a los nombres y apellidos, y ha distorsionado el apoyo electoral.
El respaldo se apoya más en simpatías y coincidencias repentinas que en la convicción que suelen generar las ideas. En este escenario, es un apoyo fugaz y volátil. Me gusta Guzmán, hasta que me dicen que es el títere de Nadine Heredia; me gusta Acuña, hasta que me muestran sus plagios académicos.
Entonces PPK se cae diez puntos porque habló mal en una entrevista, Guzmán sube ocho puntos porque su sonrisa es luminosa, Acuña se derrumba porque no sabe qué es la química. ¿Qué van a hacer ellos por el país si son presidentes?, nadie lo sabe.

La ultraderecha
No hay que confundir las declaraciones marketineras de una campaña con las características de un espacio político.
Que Keiko Fujimori se haya distanciado de su padre, no quiere decir que de pronto el fujimorismo es el adalid de la democracia. Es el mismo partido, con el mismo programa que hace unos meses, cuando los dirigentes de Fuerza Popular denostaban la posibilidad de una unión civil, atacaban contra algún programa que implique aunque sea un mínimo nivel de participación del Estado en la economía o golpeaban la mesa reclamando la libertad y la inocencia de su líder político y espiritual.
Hay un error bastante común al enmarcar a este tipo de movimientos (acaso similar al Tea Party estadounidense) en el espectro liberal.
Fuerza Popular es un partido liberal sólo en lo económico (y con reservas), mas en lo social y lo político es más bien una fuerza ultraconservadora, con tendencias fascistas.
No obstante, es el único movimiento masivo que en estos momentos puede jactarse de tener a un núcleo fiel y constante, de tener un mensaje consolidado y un piso bastante alto, que sitúan a Keiko bastante cerca de la presidencia, aún en segunda vuelta.

La cruz de la izquierda
La indefinición de qué es izquierda y qué no es izquierda (ver http://patricioortega.blogspot.pe/2015/04/grecia-el-extremo-del-centro.html) es un fenómeno mundial.
Desde la caída de la Unión Soviética, la noción sobre la izquierda se ha movido hacia el centro, a punto tal que hoy no existen movimientos significativos que propongan la abolición de la propiedad privada, por citar un ejemplo.
En el Perú, la tendencia es aún más radical: es tal el peso de Sendero Luminoso en el imaginario colectivo que sólo la mención de palabras como izquierda o rojo, generan un rechazo inmediato.
Pero lo más curioso en este sentido es que el establishment (económico, político, mediático) se ha apropiado de esas palabras y ha extendido la relación Sendero/izquierda/rojo hacia cualquier expresión política que proponga una mayor participación del Estado en la economía.
Aldo Mariátegui, una de las voces más populares e intolerantes del establishment, no se cansa de usar el anacronismo rojito para referirse a movilizaciones sociales, pedidos de justicia, reclamos de aumento de sueldos, críticas hacia empresas privadas, etcétera.
En este coyuntura, dos propuestas distintas entre sí pero definitivamente a la izquierda de los demás candidatos, están encerradas en un desempeño discreto, lo que, paradójicamente, les permite hablar más de ideas que de personas.
Alfredo Barnechea, de Acción Popular, goza de una muy buena imagen pero su desempeño en las encuestas es bastante discreto.
Barnechea podría ser definido como un neokeynessiano, pues sus propuestas apuntan hacia la creación de un capitalismo con una mayor presencia estatal y la creación de un Estado de bienestar, al estilo de los países de Europa del norte.
Veronika Mendoza, por su parte, sufre de un triple prejuicio: es de izquierda, es joven y es mujer.
Por ser de izquierda, queda irremediablemente relacionada a Sendero Luminoso y al rojismo de Mariátegui. No importa que en los fundamentos del Frente Amplio (agrupación que respalda su candidatura), se rechace explícitamente a cualquier agrupación que tenga relación con Sendero, en el Perú ser de izquierda es llevar una cruz.
Mendoza es además joven. Nació en 1980. Ese es otro estigma con el que es difícil convivir: en general, y en todo el mundo, ser joven suele implicar inexperiencia, incapacidad e ingenuidad. Y, además, el caso más reciente de un presidente joven no es el más alentador: la presidencia de García en los 80 fue bastante cuestionable.
Por último, Mendoza carga con una tercera cruz: es mujer. Hace poco se veía en Facebook a un grupo de hombres que decía seguir a Mendoza porque era linda, no importaba que fuera de “izquierda”.
Calificar a una mujer que postula a la presidencia por su belleza es quizás un acto discriminatorio tan grave como aquél que postula que las mujeres son incapaces de enfrentar grandes responsabilidades.
No obstante, más allá de las cruces que puedan cargar Barnechea y Mendoza, su posición les permite construir un discurso basado más en propuestas e ideas que en ataques hacia un rival, y en este contexto tan desarticulado e incierto, puede ser una gran ventaja.

Para cualquiera
La realidad es la incertidumbre. A ciencia cierta, además de Keiko, no hay ningún candidato que se perfile para llegar al ballottage.
Menos, cuando desde el plano institucional se construyen procesos de exclusión que producen un daño severo a la democracia y el establishment mediático se aleja de la información para acercarse al editorialismo compulsivo e interesado.
De momento, hay una candidata que consolida su piso electoral con bastante ventaja sobre el resto, aunque carece de apoyo por fuera de ese respaldo, y dos aspirantes que pueden darse el lujo de hablar de propuestas, pero sin visibilidad mediática y con varios prejuicios que resolver en sus espaldas.

Los demás, sólo buscan destruir apellidos.  

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