martes, 16 de febrero de 2016

Metegol: el malo y la princesa






La dinámica cinematográfica con los chicos se basa en la repetición. Una y otra y otra y otra vez la misma película, hasta capturar cada escena; hasta cerrar los ojos y adivinar los diálogos. Tantas veces que hartazgo es un adjetivo fútil, debería haber uno que signifique mucho más hartazgo que hartazgo.
No obstante, esa dinámica permite entender o deducir algunos aspectos de las películas que, en el modo verla una vez y cazar alguna escena en el cable cuando no hay otra cosa, sería imposible.

Por ejemplo, que la tortuga de Kung Fu Panda armó toda la hecatombe para salvar el espíritu del maestro Shifu; o que en Kung Fu Panda 2 al pavo real lo habrían limpiado mucho antes si no fuera por Kung Fu Panda; o bien que en el Rey León las hienas son los inmigrantes ilegales; o que en Los Increíbles el heroísmo se hereda, no se construye, entre muchas otras reflexiones que surgen de la observación reiterada de una película.
En Metegol, el golazo taquillero argentino, la observación repetitiva (sí, ya la bauticé) arrojó algunos datos interesantes, que de seguro algún otro los vio sin el sufrimiento de la repetición.
La primera, que la minita es una princesa, y la segunda, que el malo es el que gana.

La princesa.
 Laura es una chica independiente, que no necesita un príncipe azul que la rescate de la torre, que tiene sueños enormes, como irse a estudiar arte al extranjero. Es una mujer que discute, pelea y se cuida perfectamente sola.
Su amigo, Amadeo, enamorado de ella, es para Laurita como un palito sin pito; un flaquito inofensivo al que le tiene lástima y compasión, y al que no le reconoce ni el más mínimo atisbo de hombría. Algo que, teóricamente, no debería importar, porque las mujeres como Laurita no buscan en un hombre la versión tradicional de un hombre, sino que buscan a una persona.
El caso es que cuando la mina está por cumplir sus sueños, empieza la aventura en la que Amadeo demuestra con algunos gestos heroicos que es el tipo de hombre que rescataría a la minita de la torre. Y, extrañamente, ese gesto, a Laurita, le gusta. Tanto que se enamora de él, se casa y se queda en el pueblo para tener un hijo.
Es notable que la única figura femenina de la película, un personaje inicialmente fuerte, capaz de rescatar a un tipo de la torre, termina cayendo en los brazos de su amigo, cual princesita de Disney.

El malo
Las estrellas se apagan; los cracks, envejecen; los ídolos caen; los mánagers, somos para siempre.Por ahí no lo dijo en ese orden, pero eso dijo el Mánager al Grosso cuando terminó el partido. La estrella de fútbol había caído presa de su vanidad y fue abucheado por el público. Su reinado se acababa.
Los humildes pueblerinos eran llevados en andas, a pesar de haber perdido, y se llevaron el pueblo a otro lado, para no estar cerca del ídolo de barro.
El malo perdió, puede pensar un desprevenido.
Sin embargo, la siguiente escena mostraba a ese viejo chueco, con una sonrisa que da miedo, el creador de la bestia, abandonando a su chico y se yéndose a vitorear a los perdedores/ganadores, hambriento de nuevos clientes y dejándonos el interrogante: ¿habrá tenido algo que ver con la construcción del nuevo pueblo?
El Grosso es un malo inocente. Un chico bastante pavote que se ama a sí mismo de una forma infantil y pone en juego su carrera por un partido de metegol.
Un chico problemático que fue adoptado por el Mánager y moldeado en esa bestia iracunda, celosa y ególatra.
Pero el Mánager es malo en serio, un malo bastante jodido. Representa toda la podredumbre del fútbol y hasta de la vida: ambición desmedida, corrupción, manipulación, traición, deslealtad, cinismo, crueldad. No le falta nada.
Y ese tipo, el más malo de todos, no sufre ningún castigo moral, en una película que tiene bastante moralina encima (no importa ganar, sino competir. Si creés en vos, le podés hacer partido a Cristiano Ronaldo. Aunque parezcan independientes, las minas son todas princesitas, etcétera).
Al contrario, sale dentro de todo bien parado, porque, extraído de sus propias palabras: él es para siempre. Lo que hace que la moraleja se derrumbe.
Es como si la liebre le ganara a la tortuga; o el zorro hubiera podido tomar la sopa que le sirvió la cigüeña; o la cigarra hubiera ganado la lotería y pasado el invierno en hoteles cinco estrellas.

Nunca, pero nunca, el malo puede ganar en una fábula con moraleja.  

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