La dinámica cinematográfica con los
chicos se basa en la repetición. Una y otra y otra y otra vez la
misma película, hasta capturar cada escena; hasta cerrar los ojos y
adivinar los diálogos. Tantas veces que hartazgo es un adjetivo
fútil, debería haber uno que signifique mucho más hartazgo que
hartazgo.
No obstante, esa dinámica permite
entender o deducir algunos aspectos de las películas que, en el modo
verla una vez y cazar alguna escena en el cable cuando no hay otra
cosa, sería imposible.
Por ejemplo, que la
tortuga de Kung Fu Panda armó toda la hecatombe para salvar el
espíritu del maestro Shifu; o que en Kung Fu Panda 2 al pavo real lo
habrían limpiado mucho antes si no fuera por Kung Fu Panda; o bien
que en el Rey León las hienas son los inmigrantes ilegales; o que en
Los Increíbles el heroísmo se hereda, no se construye, entre muchas
otras reflexiones que surgen de la observación reiterada de una
película.
En Metegol, el
golazo taquillero argentino, la observación repetitiva (sí, ya la
bauticé) arrojó algunos datos interesantes, que de seguro algún
otro los vio sin el sufrimiento de la repetición.
La primera, que la
minita es una princesa, y la segunda, que el malo es el que gana.
La
princesa.

Su amigo, Amadeo, enamorado de ella, es para Laurita como un palito
sin pito; un flaquito inofensivo al que le tiene lástima y
compasión, y al que no le reconoce ni el más mínimo atisbo de
hombría. Algo que, teóricamente, no debería importar, porque las
mujeres como Laurita no buscan en un hombre la versión tradicional
de un hombre, sino que buscan a una persona.
El caso es que cuando la mina está por cumplir sus sueños, empieza
la aventura en la que Amadeo demuestra con algunos gestos heroicos
que es el tipo de hombre que rescataría a la minita de la torre. Y,
extrañamente, ese gesto, a Laurita, le gusta. Tanto que se enamora
de él, se casa y se queda en el pueblo para tener un hijo.
Es notable que la única figura femenina de la película, un
personaje inicialmente fuerte, capaz de rescatar a un tipo de la
torre, termina cayendo en los brazos de su amigo, cual princesita de
Disney.
El malo.
Las estrellas se apagan; los cracks, envejecen; los ídolos caen; los mánagers, somos para siempre.Por ahí no lo dijo en ese orden, pero eso dijo el Mánager al Grosso
cuando terminó el partido. La estrella de fútbol había caído
presa de su vanidad y fue abucheado por el público. Su reinado se
acababa.
Los humildes pueblerinos eran llevados en andas, a pesar de haber
perdido, y se llevaron el pueblo a otro lado, para no estar cerca del
ídolo de barro.
El
malo perdió,
puede pensar un desprevenido.
Sin embargo, la siguiente escena mostraba a ese viejo chueco, con una
sonrisa que da miedo, el creador de la bestia, abandonando a su chico
y se yéndose a vitorear a los perdedores/ganadores, hambriento de
nuevos clientes y dejándonos el interrogante: ¿habrá tenido algo
que ver con la construcción del nuevo pueblo?
El Grosso es un malo inocente. Un chico bastante pavote que se ama a
sí mismo de una forma infantil y pone en juego su carrera por un
partido de metegol.
Un chico problemático que fue adoptado por el Mánager y moldeado en
esa bestia iracunda, celosa y ególatra.
Pero el Mánager es malo en serio, un malo bastante jodido.
Representa toda la podredumbre del fútbol y hasta de la vida:
ambición desmedida, corrupción, manipulación, traición,
deslealtad, cinismo, crueldad. No le falta nada.
Y ese tipo, el más malo de todos, no sufre ningún castigo moral, en
una película que tiene bastante moralina encima (no importa ganar,
sino competir. Si creés en vos, le podés hacer partido a Cristiano
Ronaldo. Aunque parezcan independientes, las minas son todas
princesitas, etcétera).
Al
contrario, sale dentro de todo bien parado, porque, extraído de sus
propias palabras: él es
para siempre.
Lo que hace que la moraleja se derrumbe.
Es como si la liebre le ganara a la tortuga; o el zorro hubiera
podido tomar la sopa que le sirvió la cigüeña; o la cigarra
hubiera ganado la lotería y pasado el invierno en hoteles cinco
estrellas.
Nunca, pero nunca, el malo puede ganar en una fábula con moraleja.
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