jueves, 29 de octubre de 2015

Una receta en el menú; un sacrificado en la agenda

El FMI y el Banco Mundial tuvieron su magno evento en Lima, donde probaron su fracaso como los dueños del restaurante: siempre la misma receta.


http://cartasdesdelaisla.blogspot.pe
La supuesta debacle latinoamericana, con un crecimiento proyectado de -0,3% (recesión), fue uno de los temas centrales de la reunión de un grupo de gente que se empecina en afirmar que la crisis de 2008 ha terminado; niega con sorprendente tozudez que las recetas neoconservadoras vienen fracasando desde el crack del 29 (leer a Hobsbawm); que piden reducción de gasto público después de advertir el apocalipsis si no se rescataba a los bancos que provocaron la crisis.

Ese grupo, identificado o perteneciente a la multilateralidad antidemocrática del Banco Mundial y el FMI, eludió las manifestaciones específicas mediante expresiones difusas, del tipo “hay que aplicar las reformas necesarias”, sin especificar cuáles son esas reformas (otro mecanismo es proferir tecnicismos inentendibles para nosotros, el vulgo, pero que se escuchan lindo), pero en alguna que otra ocasión alguno de los talentosos expertos que adornaron Lima fue más específico y mostró las garras, casi como por accidente.

“Las políticas anticíclicas ya no sirven. Se necesitan cambios permanentes. El nombre del juego es una transición ordenada hacia una nueva realidad”, dijo el director del BM para América Latina, Augusto de la Torre, que hasta ahí mantuvo la estrategia elusiva y generalista, pero habló de más y perdió la línea.

El tropezón se produjo en la misma loma en la que tropiezan todos estos genios de la economía: el sujeto del “cambio permanente” y las consecuencias de ese cambio.

Para De la Torre, el cambio tan necesario e imprescindible implica un sacrificio, de los trabajadores asalariados, los mismos de siempre, los que no provocaron la crisis, porque “lo importante ahora no serán los salarios buenos, sino mantener los puesto de trabajo”.

La perfecta combinación de una inyección de miedo y un palazo en la cabeza, en una relación causa/consecuencia bastante fulera: acepten el palo o pierdan el trabajo. Sacrificio o desahucio.

Los malos de siempre
Hablando de las mismas recetas, en el cónclave no faltó el picante de una acusación directa o solapada, para señalar a los pequeños rebeldes.
William Cline, investigador del Peterson Institute for International Economics de Washington y funcionario del Tesoro de Estados Unidos, bailó entre advertencias apocalípticas y remedios difusos para llegar al ejemplo y el antiejemplo: es cierto que en Latinoamérica la mano viene dura, pero los países neoconservadores van a surfear mejor las olas frenéticas del mar venido del norte (sí, porque a la crisis la empezaron allá) gracias a la aplicación de políticas “más sostenibles”.

Los países de la cartelera, es un poco redundante mecionarlos pero hay que dejarlo en claro, son México, Perú, Chile y Colombia. Sí, las cuatro perlas del Pacífico, los mejores alumnos de la clase.

Pero así, sin mayor sustento que el hecho de que se trata de un aparente experto, las cosas siguen difusas. ¿Qué han hecho de maravilloso Chile, Colombia, México y Perú para convertirse en el espejo de toda la región?, ¿acaso los chilenos, colombianos, mexicanos y peruanos viven mejor que los demás?, ¿sus programas económicos y de gobierno han resultado en una evolución social?, ¿son sociedades con estándares más elevados que el resto de la región?

Bueno, no, no, no y no, y no.

Un somero análisis por algunas estadísticas del propio Banco Mundial sobre diez países (nueve sudamericanos, más México), revela que no hay diferencias entre estos cuatro países y los demás en ningún aspecto relevante para las sociedades.

Uruguay y la Argentina tienen el mejor coeficiente de Gini (mide la distribución del ingreso) de la región; Colombia y Brasil tienen el peor, aunque el gigante sudamericano logró una importante reducción desde el nuevo milenio.

Tomando en cuenta la participación del 10% mejor remunerado en el ingreso, Colombia, Chile y Brasil tienen los porcentajes más altos. Es decir, en estos países los que más ganan, ganan más. La cifra más baja es, otra vez, de Argentina y Uruguay.

El 20,7% de los niños de 7 a 14 años peruanos son económicamente activos. La cifra más alta de Sudamérica.

Colombia y Brasil tienen la menor participación del 20% peor remunerado en el ingreso; los mejores vuelven a ser Uruguay y Argentina.

Bolivia, uno de los países que más va a crecer en América latina en este 2015, duplica en porcentaje de inversión del PBI en educación a Perú, el más bajo de la región, por lejos.

A estas cifras duras, hay que sumarles otras más conocidas: el flagelo del narcotráfico en México y Colombia, los millones de desplazados en el país cafetero, los profundos conflictos por el sistema educativo en Chile, el quiebre social y racial en Perú.

Cuesta, y mucho, entender por qué las fórmulas aplicadas por Chile, Colombia, México y Perú son las adecuadas para enfrentar crisis, pero es más difícil llegar a la conclusión de que un país va a ser mejor país con esas fórmulas.

Tampoco es que los países de centroizquierda sean paradigmas del desarrollo, o que carezcan de serios problemas estructurales. La izquierda latinoamericana tiene grandes desafíos por delante ante las dificultades para mantenerse en el tiempo como una opción viable y superar el carisma de sus líderes para transformarse en un verdadero movimiento popular.

Pero de algún modo la izquierda latinoamericana ha respondido mejor que la derecha a las necesidades de las sociedades, aun por encima del éxito o el fracaso macroeconómico.

Por perversidad o ignorancia, los análisis económicos hacen demasiado énfasis en aspectos macroeconómicos, obviando lo más importante para un país: que sus poblaciones vivan lo mejor posible.

No hay prosperidad si las poblaciones no prosperan, aunque el país tenga una macroeconomía presuntamente sostenible (sabemos que la asociación de economía y sostenible, en estos tiempos, es utópica).

Un crecimiento estable o un salto a tasas chinas son estériles si no hay progreso social, si no hay movilidad hacia arriba, si no hay avances estructurales, sociales, científicos, tecnológicos, productivos.

Y en este sentido, los modelos ponderados por el FMI y el BM son un fracaso absoluto y probado. No hay un solo país en el mundo con índices de desarrollo humano más o menos decentes que aplique a rajatabla las recetas de las dos organizaciones supranacionales. Ni siquiera aquellos países que dominan a ambas instituciones.

La historia reciente y los ejemplos son suficientes para entender sin la necesidad de erudiciones que en un mundo organizado en Estados, donde los Estados son conjuntos de instituciones que tienen pleno dominio sobre el territorio en el que gobiernan (manejan la economía, tienen soberanía, son los únicos que pueden reprimir legalmente, etcétera), es contradictorio e impracticable suprimir al Estado de una actividad tan trascendente como la economía.

Contradictorio porque la retracción es una política de Estado, toda vez que el Estado tiene la potestad legal de revertir esa retraccióni. E impracticable porque el libremercantilismo ha fracasado una y otra vez desde el Siglo XIX. La noción de que la economía, en tanto actividad humana, puede controlarse a sí misma sin una o más instituciones que la supervisen es imposible de practicar.

El remedio del libremercantilismo (es importante establecer una diferencia con el liberalismo político y social) es mantener al Estado como el bombero de billetes, cuando los privados se embadurnan de miel y se empachan jugando al Estanciero mientras comen masitas y dulce de leche a cucharadas soperas.

Para eso fueron útiles los Estados en la última crisis de 2008: para salvar a los bancos con el dinero de los contribuyentes.


Y para eso no los queremos.  

No hay comentarios: