El acto de deslindar responsabilidades
es uno de los motores de las relaciones humanas.
La responsabilidad es la prima hermana
de la culpa, y al ser humano le aterra la culpa. Por ello ha
inventado toda una serie de mecanismos que le permiten evadir la
responsabilidad, y por lo tanto evitar la culpa.
Analizándolo con cuidado, la evasión
de la culpa trasciende transversalmente todas las relaciones
sociales, y hasta las caracteriza, aunque somos tan inteligentes que
a veces disfrazamos esos sentimientos y esas acciones de otros mucho
más nobles.
A la pregunta ¿por qué recortamos la
libertad de nuestros hijos, porque nos preocupa su seguridad o porque
tenemos miedo de cargar con la culpa de haberles dado permiso si es
que algo les pasa?, cien a uno que todos responderán que la
restricción de la libertad es una respuesta a la violencia en la
sociedad, a la inseguridad, a las depravaciones que se leen en los
diarios. Pero, vale la pena la insistencia, ¿es temor por los chicos
o es el temor de cargar una mochila, quizá la más pesada que
exista: la culpa por la desventura de un hijo?
Aparentemente menos grave, hasta menos
serio, pero no menos usual y bastante relevante, el mecanismo de
pérdida de la memoria es uno de los más comunes para deslindar
responsabilidades.
En un diálogo, por ejemplo, una
persona tiene una obligación que cumplir, pero teme olvidarse de
ella. Entonces, le pide a otro individuo que por favor le sirva de
ayuda memoria. Esto es, que el interlocutor le recuerde cuál y
cuándo es la obligación a cumplir.
Si se observa bien la dinámica, lo que
hace el olvidadizo es quitarse la responsabilidad y depositarla en el
otro, quien deberá cargar con la piedra de la obligación a cuestas.
La mejor forma para determinar a quién
le corresponde una responsabilidad es preguntarse ¿de quién es la
culpa?
Si el sujeto 1 tenía una obligación
que cumplir, de no cumplirla la culpa habría recaído sobre él.
Pero al pedirle al sujeto 2 que le recuerde sobre la obligación, la
responsabilidad sobre esa obligación se traslada. ¿Qué pasaría
entonces si esa obligación no llegara a cumplirse?
Es discutible, pero no caben dudas de
que el sujeto 2 tiene parte de la culpa. Y en una discusión
imaginaria, el sujeto 1 le dirá, seguramente, “no me hiciste
acordar”, argumento ante el cual hay pocas respuestas.
Ahora, ¿cómo evitar esa mochila?
Negar una ayuda en este tipo de casos es poco solidario, la
responsabilidad también es hermana de la solidaridad (sí, son un
montón de hermanas). La respuesta más sencilla sería acordarse, es
decir, no olvidar el encargo. Pero si el olvido es una posibilidad
para el sujeto 1, que por eso pide ayuda, ¿por qué no puede serlo
para el sujeto 2?
La única alternativa entonces es
ensayar una respuesta que evite la mochila de la culpa, más allá de
haber aceptado el encargo.
Una vez más, en el diálogo
imaginario, el sujeto 1 le reclama al sujeto 2, “¿por qué no me
hiciste acordar?”, a lo que el sujeto 2 le responde, “¿y por qué
no te acordaste vos, si es tu problema, la concha de tu madre?”, y
problema resuelto.
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