Las reacciones posteriores al ataque
contra la revista Charlie Hebdo confirmaron el triunfo de los
fascismos, tanto el musulmán como el occidental. Porque, si algún
análisis consideró que el atentado tenía por único objeto
masacrar a los dibujantes, pues estaba equivocado. El ataque a
Charlie Hebdo, como casi todos los ataques terroristas, tuvo un doble
objetivo: la víctima concreta, aquella que sufre en carne propia la
descarga violenta, y la repercusión del hecho en las sociedades, es
decir, su carácter simbólico y político.
En este caso, el objetivo no era más
que extremar la islamofobia e impulsar a los fascismos occidentales,
cuya acción favorece a los fascismos islámicos. Un extremo impulsa
al otro, acción/reacción.
El extremismo islámico se alimenta de
la islamofobia occidental, de las políticas aberrantes de Occidente
y sus aliados en las regiones musulmanas, mientras el extremismo
occidental se alimenta de la brutalidad de los movimientos armados
islámicos.
Las agresiones a las mezquitas, la
apropiación occidental del valor simbólico libertad, la
exacerbación de los valores occidentales, el nacionalismo, la
militarización de las zonas musulmanas, la ploriferación de
movimientos antimusulmanes, la asociación entre violencia e
islamismo, empujan a las comunidades musulmanas hacia los
extremismos, al igual que el ataque impulsa el fascismo occidental.
Francia para los franceses
SantiagoAlba Rico observó un aspecto clave del discurso post ataque: la
nacionalización de la libertad de expresión.
Mientras el mundo
se escandalizaba por las imágenes de los encapuchados disparando a
sangre fría a un policía, los primeros mensajes políticos
mencionaron la necesidad de “defender los valores de Francia”,
como si de esa forma se defendiera la libertad de expresión. De
algún modo, afirma Alba Rico, es el mismo razonamiento de los
islamistas, cuando asesinan a periodistas diciendo que defienden el
islamismo.
Porque resulta que
Francia no es la libertad de expresión en sí misma, es un país que
en muchos casos a violado de forma flagrante la libertad de expresión
y en otros la ha defendido.
La libertad de
expresión es, entonces, un valor universal, no nacional. Es un bien
que debe ser defendido en todos los países del mundo, no un aspecto
que pertenezca a una región, ni a un país. Asociar a Francia con la
libertad de expresión, y en consecuencia excluir al resto del mundo,
en especial al mundo islámico, ya es un acto político, que puede
justificar la barbarie.
El caso
estadounidense post 11 de septiembre es quizá el ejemplo más
evidente de cómo pueden tergiversarse los valores universales, al
transformarlos en una virtud nacional y exclusiva.
La Casa Blanca se
situó como el paladín de la democracia, adoptando la misión
religiosa de llevar los valores democráticos al resto del planeta.
Con ese argumento (que cobró más protagonismo cuando se cayó lo de
las armas de destrucción masiva en Irak), desató las peores
masacres del siglo XXI.
¿Poner la otra mejilla?, no
La reacción no es
“poner la otra mejilla”, ni ahogarse en oratorias de bar, que
evitan la acción. Antes que nada, es necesario “desislamizar” el
ataque, en el sentido de reconocer que no es un ataque islámico,
sino de facciones fascistas del islamismo que buscan aumentar el caos
para sacar rédito de él. La violencia no es propia de una religión,
ni de un país, es transversal al género humano. Asociar el islam a
la violencia es tan injusto como asociar Francia al fascismo (por Le
Pen) o Alemania al antiislamismo (Pegida).
En Francia hay
cinco millones de musulmanes, y en Europa son una comunidad enorme, y
obviamente no todos son terroristas (si todos fueran terroristas
estaríamos ante el ejército más numeroso del mundo: 2.000 millones
de personas en todo el mundo). Pero sí hay que analizar cuáles son
los fenómenos que fomentan el extremismo.
No cabe duda de
que los ataques religiosos, la burla racista, la exclusión, la
violencia, la guerra, son caldos de cultivo para la proliferación
del fascismo musulmán, así como las agresiones guerrilleras, los
atentados y los mensajes agresivos son caldo de cultivo para el
fascismo Occidental.
Hay
que tener en cuenta que la violencia del fascismo musulmán afecta,
sobre todo, a los propios musulmanes, que viven en países
desgarrados por la guerra, el extremismo, el hambre, la violencia y
la intolerancia, .
Pero
también hay que reconocer que Occidente tiene mucho que ver con elfenómeno del extremismo islámico.
La memoria es otro
valor universal, porque permite comprender mejor los procesos
históricos y por lo tanto el presente. No hay que olvidar que
Estados Unidos armó y apoyó a Saddam Hussein, a los talibanes en
Afganistán y a los Hermanos Musulmanes en Egipto. La propia Francia
hizo lo propio en Argelia, con los harkis, mientras que Israel prestó
su apoyo a Hamas, para reducir el poder de la OLP. Y todas las
potencias occidentales armaron al EI en Siria.
En la medida en
que Occidente distinga al mundo entre civilización y barbarie,
mientras los extremismos occidentales sigan proliferando, si las
políticas belicistas siguen siendo el principal acto político hacia
el mundo musulmán, si continúa la asociación islamismo/violencia,
entonces el fascismo islámico persistirá y se volverá cada vez
más poderoso.
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