martes, 13 de mayo de 2014

La puerta giratoria de HRW

Human Rights Watch (HRW) es una de las organizaciones defensoras de los derechos humanos más prestigiosas del mundo (quizá comparte tamaño honor con Amnistía Internacional).
Su valor reside, básicamente, en su credibilidad, que depende en buena medida de su independencia. Si HRW realiza alguna acusación, seguramente tendrá una gran repercusión y consecuencias para el acusado. Este factor implica un enorme poder. Así como las calificadoras de riesgo tienen la potestad de señalar a quién se le puede prestar y a quién no se le puede prestar dinero, organizaciones como HRW tienen el poder para decidir quién viola los derechos humanos, y quién no lo hace. Separa los buenos de los malos, con todo lo que ello implica.

No es de extrañar, entonces, que una organización con semejante influencia seduzca a entidades que pretenden adueñarse del discurso de lo que está bien y lo que está mal en el mundo. Apropiarse de HRW es importante para evitar señalamientos, acusaciones y para legitimar comportamientos, ya sea por emisión u omisión. Si HRW no lo dice, entonces puede suponerse que no es malo.
Sin embargo, a veces la infiltración se torna grosera y tergiversa el discurso de la organización o, al contrario, algún trastornado, amante del riesgo, descubre la gran conspiración y decide hacerla pública. En cualquier caso, el problema para la organización es que su independencia sea puesta en juicio, porque afecta directamente a su credibilidad.
Pero cuando los cuestionamientos hacia el tesoro más preciado de una entidad como HRW (su independencia) surgen de voces calificadas dentro de los derechos humanos y, se descubren relaciones que afectan seriamente su independencia, entonces la realidad es incontestable: HRW no es independiente, y por lo tanto no es creíble.
Según publicó el diario mexicano LaJornada, los premios Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel y Mairead Maguire, así como un centenar de académicos estadounidenses y canadienses pidieron a HRW que tome “medidas concretas” para garantizar su independencia, dado que sus principales directivos tienen relación con el Partido Demócrata, el gobierno de Estados Unidos y hasta con la CIA.
El caso más notorio lo representa Miguel Díaz, que fue y volvió entre el gobierno estadounidense y HRW. En los 90, Díaz fue analista y también brindó “supervisiónde las actividades de información secreta de los EE.UU. enLatinoamérica (1)” para la Comisión especial permanente sobre información secreta de la Cámara de Representantes. En 2003 estuvo en el consejo de asesores de HRW, hasta 2011, cuando regresó al gobierno estadounidense, esta vez como funcionario del Departamento de Estado.
Otro ex integrante de la organización apostada en Nueva York, Tom Malinowski, trabajó como redactor de discursos para la secretaria de Estado Madeleine Albright y para el Consejo Nacional de Seguridad de la Casa Blanca; fue asistente de Bill Clinton, y después de su labor en HRW se transformó en subsecretario de Estado para la democracia, los derechos humanos y el trabajo (DRL, por sus siglas en inglés).
A ellos se suman otros casos como los de Myles Frechette y Michael Shifter, además de Susan Manilow, quien pese a no tener nexos directos, no ocultó su involucramiento al Partido Demócrata.
La “puerta giratoria” que denunciaron Pérez Esquivel y los demás en la misiva enviada a HRW no se queda en una mera declaración, sino que bien puede contrastarse con hechos concretos.
Resulta evidente la ceguera de HRW para considerar violaciones a los derechos humanos en países aliados a Estados Unidos (o Estados Unidos mismo) y la notable perspicacia para acusar a aquellos enfrentados a la Casa Blanca. En una oportunidad, Malinowski llegó a legitimar la estrategia de secuestros aplicada por la CIA en distintos países del mundo, por citar un caso.
En solo cinco meses, por ejemplo, la organización calificó a dos líderes fallecidos con un doble rasero bastante evidente. En agosto de 2012, tras la muerte de Meles Zenawi (guerrillero y primer ministro etíope por 17 años, aliado de Estados Unidos), instó a la nueva dirección Etiopía a “asegurar a los etíopes edificando sobre el legado positivo de Meles al tanto que se revoquen las políticas más perniciosas de su gobierno”, pese a que en 2005 y 2010 criticó el carácter poco democrático de los comicios que eligieron a Meles.
Cinco meses después, tras la muerte de Hugo Chávez, publicó un documento bajo el título “El legadoautoritario de Chávez”, omitiendo que el ex mandatario llegó por la vía democrática y se mantuvo en el poder gracias a los votos.
También es notable la predisposición de HRW para criticar a gobiernos no afines a la Casa Blanca, como Bolivia, Guatemala o Ecuador, y omitir detalles sobre países como Colombia, Honduras, Costa Rica o Panamá, todos aliados estadounidenses.
El propio George Soros, uno de los principales donantes de HRW, pidió en 2010 que la organización “debería ser menos estadounidense”, pero es evidente que no ha sido escuchado. Los nexos de la entidad con el gobierno, la “puerta giratoria” entre funcionarios del gobierno y HRW; la evidente parcialidad de los informes de la organización neoyorquina son peligrosas para una sociedad a la que le cuesta acceder a la verdad.

(1) Ver La Hipocresía de HRW http://www.rebelion.org/noticia.php?id=180722



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