Human Rights Watch (HRW) es una de las
organizaciones defensoras de los derechos humanos más prestigiosas
del mundo (quizá comparte tamaño honor con Amnistía
Internacional).
Su valor reside, básicamente, en su
credibilidad, que depende en buena medida de su independencia. Si HRW
realiza alguna acusación, seguramente tendrá una gran repercusión
y consecuencias para el acusado. Este factor implica un enorme poder. Así como las calificadoras de riesgo tienen la potestad de señalar
a quién se le puede prestar y a quién no se le puede prestar
dinero, organizaciones como HRW tienen el poder para decidir quién
viola los derechos humanos, y quién no lo hace. Separa los buenos de
los malos, con todo lo que ello implica.
No es de extrañar, entonces, que una
organización con semejante influencia seduzca a entidades que
pretenden adueñarse del discurso de lo que está bien y lo que está
mal en el mundo. Apropiarse de HRW es importante para evitar
señalamientos, acusaciones y para legitimar comportamientos, ya sea
por emisión u omisión. Si HRW no lo dice, entonces puede suponerse
que no es malo.
Sin embargo, a veces la infiltración
se torna grosera y tergiversa el discurso de la organización o, al
contrario, algún trastornado, amante del riesgo, descubre la gran
conspiración y decide hacerla pública. En cualquier caso, el
problema para la organización es que su independencia sea puesta en
juicio, porque afecta directamente a su credibilidad.
Pero cuando los cuestionamientos hacia
el tesoro más preciado de una entidad como HRW (su independencia)
surgen de voces calificadas dentro de los derechos humanos y, se
descubren relaciones que afectan seriamente su independencia,
entonces la realidad es incontestable: HRW no es independiente, y por
lo tanto no es creíble.
Según publicó el diario mexicano LaJornada, los premios Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel y Mairead
Maguire, así como un centenar de académicos estadounidenses y
canadienses pidieron a HRW que tome “medidas concretas” para
garantizar su independencia, dado que sus principales directivos
tienen relación con el Partido Demócrata, el gobierno de Estados
Unidos y hasta con la CIA.
El caso más notorio lo representa
Miguel Díaz, que fue y volvió entre el gobierno estadounidense y
HRW. En los 90, Díaz fue analista y también brindó “supervisiónde las actividades de información secreta de los EE.UU. enLatinoamérica (1)” para la Comisión especial permanente sobre
información secreta de la Cámara de Representantes. En 2003 estuvo
en el consejo de asesores de HRW, hasta 2011, cuando regresó al
gobierno estadounidense, esta vez como funcionario del Departamento
de Estado.
Otro ex integrante de la organización
apostada en Nueva York, Tom Malinowski, trabajó como redactor de
discursos para la secretaria de Estado Madeleine Albright y para el
Consejo Nacional de Seguridad de la Casa Blanca; fue asistente de
Bill Clinton, y después de su labor en HRW se transformó en
subsecretario de Estado para la democracia, los derechos humanos y el
trabajo (DRL, por sus siglas en inglés).
A ellos se suman otros casos como los
de Myles Frechette y Michael Shifter, además de Susan Manilow,
quien pese a no tener nexos directos, no ocultó su involucramiento
al Partido Demócrata.
La “puerta giratoria” que
denunciaron Pérez Esquivel y los demás en la misiva enviada a HRW
no se queda en una mera declaración, sino que bien puede
contrastarse con hechos concretos.
Resulta evidente la ceguera de HRW para
considerar violaciones a los derechos humanos en países aliados a
Estados Unidos (o Estados Unidos mismo) y la notable perspicacia para
acusar a aquellos enfrentados a la Casa Blanca. En una oportunidad,
Malinowski llegó a legitimar la estrategia de secuestros aplicada
por la CIA en distintos países del mundo, por citar un caso.
En solo cinco meses, por ejemplo, la
organización calificó a dos líderes fallecidos con un doble rasero
bastante evidente. En agosto de 2012, tras la muerte de Meles Zenawi
(guerrillero y primer ministro etíope por 17 años, aliado de
Estados Unidos), instó a la nueva dirección Etiopía a “asegurar
a los etíopes edificando sobre el legado positivo de Meles al tanto
que se revoquen las políticas más perniciosas de su gobierno”,
pese a que en 2005 y 2010 criticó el carácter poco democrático de
los comicios que eligieron a Meles.
Cinco meses después, tras la muerte de
Hugo Chávez, publicó un documento bajo el título “El legadoautoritario de Chávez”, omitiendo que el ex mandatario llegó por
la vía democrática y se mantuvo en el poder gracias a los votos.
También es notable la predisposición
de HRW para criticar a gobiernos no afines a la Casa Blanca, como
Bolivia, Guatemala o Ecuador, y omitir detalles sobre países como
Colombia, Honduras, Costa Rica o Panamá, todos aliados
estadounidenses.
El propio George Soros, uno de los
principales donantes de HRW, pidió en 2010 que la organización
“debería ser menos estadounidense”, pero es evidente que no ha
sido escuchado. Los nexos de la entidad con el gobierno, la “puerta
giratoria” entre funcionarios del gobierno y HRW; la evidente
parcialidad de los informes de la organización neoyorquina son
peligrosas para una sociedad a la que le cuesta acceder a la verdad.
(1) Ver La Hipocresía de HRW http://www.rebelion.org/noticia.php?id=180722
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