La empresa estadounidense cazatesoros
Odyssey encontró hace unos años 17 toneladas de oro y plata
valuados en 500 millones de dólares. Como, al parecer, las leyes del
mar se basan más o menos en el dicho “papel, papel, el que lo
encuentra se queda con él”,
los directivos de Odyssey se frotaron las manos y alquilaron
para todo el verano la casa más cara de Carlos Paz (que en una
temporada debe costar más o menos 500 palos verdes).
Pero, de repente, apareció España,
reclamando para sí ese tesoro. Aparentemente, las monedas estaban en
la fragata española Nuestra Señora de las Mercedes, hundida por los
ingleses en 1804.
Eran tiempos de paz, pero los piratas
ingleses (a veces con disfraz y títulos militares, pero siempre
fueron piratas. Para lo único que son señores es para tomar el té)
acechaban los mares y la fragata sucumbió durante una batalla cerca
de la costa española, en donde se encontraba protegiendo
precisamente al imperio ibérico.
Nuestra Señora de las Mercedes salió
en ese mismo 1804 de Lima, luego pasó por Montevideo, y de ahí
cruzó el Atlántico hasta España. Iba cargada con oro, plata, telas
de vicuña, quina y canela. Al parecer, la hundieron antes de poder
descargar.
Como el barco le pertenecía, y pese a
que pasaron 200 años, el gobierno español reclamó el tesoro y ganó
un juicio en Estados Unidos, por lo que se quedó con los 500
palitos. Su argumento era irrefutable: era su barco, que estaba
protegiendo sus costas, y era su oro, entonces no había razones para
que la empresa se quedara con algo que no le pertenecía, aunque
hubieran pasado un par de centurias.
Sin embargo, si viviéramos en un mundo
justo y ecuánime, el argumento del gobierno español debería ser su
ruina. Porque, ¿de dónde sacó el oro? El barco salió de Perú y
pasó por Uruguay. Es difícil pensar que el oro salió de España,
viajó hasta Lima, cruzó hasta Montevideo y volvió a la península
para que lo hundieran los piratones ingleses.
Si el oro y la plata fueron sacados de
Sudamérica, seguramente de Perú (aunque se podría investigar), ¿no
debería pertenecerle al Perú o al país del cual se extrajo? Vamos,
es el mismo argumento: el oro y la plata fueron extraídos de tierras
sudamericanas, y si España pudo reclamar 200 años después porque estaba en su barco, ¿por
qué no Sudamérica?
De pronto, los colonialistas dirán que
en esa época Sudamérica no existía como tal, sino que pertenecía
a España. Pero, ¿bajo qué derecho? Es decir, ¿en qué ley
universal se apoyó España para adueñarse de América?
Los marinos españoles llegaron a la
tierra nueva, miraron con desdén a los indios, los inhumanizaron,
los obligaron a evangelizarse, plantaron una bandera, dijeron un par
de oraciones católicas, esclavizaron a todos y se llevaron el oro
para armar una de las fiestas más largas de toda la historia (como
300 y pico de años). ¿Hay algún derecho en eso, existió alguna
vez una ley que dijera que un país puede llegar, plantar una bandera
y adueñarse de una tierra?
No, no y no. En consecuencia, España
no tiene argumento legal para asegurar que, en efecto, ese oro le
pertenecía. Ese y todo el oro que sacaron de nuestras tierras. Y gracias al juicio que ganaron, demostraron que la propiedad no prescribe; si el oro español perdido hace 200 años sigue siendo español, entonces el oro extraído de Sudamérica pertenece a Sudamérica, aunque hayan pasado 500, 400, 300 o 200 años.
Es
como si yo voy a la casa de al lado, saco un televisor, le pongo un
sticker que diga Patricio Ortega, y digo que es mío, aun
refregándoselo por la cara al vecino que se lo afané.
Si España, legalmente, pudo quedarse
por el oro. Entonces por la misma vía, y bajo el mismo argumento,
debería devolver lo que se robó de nuestras tierras.
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