Las leyes de demanda y oferta son el corazón de la economía, dos
normas basales para empezar a entender una ciencia bastante compleja
e inexacta. En el último post se explicaba no sólo su importancia,
sino la cínica utilización que hacen de ellas los dueños de las
economías, situando a ambas leyes a la altura de leyes de la
naturaleza humana, como comer, ir al baño, dormir o ver un partido
de fútbol echado en un sillón con una mano rascando las pelotas.
No, señores, las leyes de demanda y oferta no tienen nada de
naturales, sí mucho de artificiales. ¿Por qué?, porque son
manipulables por el hombre, y si no existieran, la humanidad seguiría
su curso como si nada: nadie puede dejar de dormir, pero un sistema
puede subsistir sin regirse por las leyes de demanda y oferta.
La especulación, como se dijo en el último post, es un ejemplo
de manipulación que distorsiona a la angelical ley. Utilizar las
cantidades ofrecidas para manejar los precios, no tiene nada de
natural, y mucho de artificial. Y como ley artificial, obedece a
variables concretas, puntuales y sobre todo modificables.
Poco tiempo atrás, se produjo un importante aumento de precios de
lacarne de pollo en el Perú. Muy sueltos de cuerpo, los periodistas
y economistas explicaban que como había aumentado la demanda de
pollos, era natural que aumentara el precio. El argumento era
perfecto, desde el punto de vista económico, pero carecía de
fundamentos para explicar a la gente por qué carajos aumentaba el
pollo, puesto que como ley artificial, mencionar un simple aumento de
la demanda no bastaba para explicar un fenómeno de precios.
Si uno dice “equis comió porque tenía hambre”, no necesita
más argumentos puesto que el hambre es una necesidad natural y se
satisface comiendo. Pero si uno dice “aumentó el precio porque
aumentó la demanda” o “aumentó el precio porque bajó la
oferta”, no explica todo el problema, falta la variable. Y en el
caso de los pollos, como de tantos otros, la variable se llama
codicia.
Una persona, por ejemplo, planta tomates. Necesita vender 100
tomates a 1 peso cada uno para reinvertir, enfrentar gastos fijos y
ocasionales, y ganar dinero para subsistir. Pero viene un temporal y
arrasa con la mitad de la producción. Esa persona entonces contará
con 50 tomates, con los que deberá hacer frente a los mismos gastos.
Podrá ganar un poco menos para sí mismo, pero no cambiará la
lógica: tendrá que juntar casi la misma plata con la mitad de la
oferta, y por lo tanto intentará vender los tomates a 1,80 o 2
pesos.
En este caso, la variable climática afectó la oferta, y como
dicta la ley, a menor oferta, mayor precio. Al productor casi no le
queda más remedio que aumentar los precios.
Pero supongamos ahora que otra persona tiene cinco departamentos
en Nueva Córdoba. En febrero y marzo, como es habitual, los
estudiantes universitarios que no residen en Córdoba acuden en masa
a inmobiliarias y a los diarios para alquilar departamentos.
Como aumenta la demanda, el propietario sube los precios de los
alquileres. Pero, a diferencia del productor de tomates, no hay
ninguna variable que explique el aumento más que la voracidad por
ganar plata. Como sabe que la gente va a estar pujando para alquilar
departamentos, porque hay mucha demanda, el propietario juega con la
desesperación para aumentar los precios.
El caso de los pollos es el mismo: no varió la cantidad de
pollos, ni es una época especial con la que los vendedores de pollos
cuentan cuando planifican los ingresos del año (como puede pasar con
el pescado en Semana Santa), nada de eso. El pollo aumentó porque
había mucha gente comprando pollo. Entonces los productores, los
intermediarios y vendedores minoristas aprovecharon el fervor para
ganar más guita.
Los sojeros en nuestro país guardan la producción en silos para
bajar la oferta mundial y provocar un aumento del precio de la soja,
y recién ahí la venden a un valor más elevado. ¿Por qué lo
hacen?, de puros golosos, nomás.
Power for the people
Es importante conocer estos fenómenos porque somos nosotros, los
compradores, quienes representamos la demanda en la mayoría de los
casos. Y somos nosotros los que aceptamos comprar algo que está por
encima de su precio.
En procesos inflacionarios, como el argentino, el comportamiento
como comprador se vuelve fundamental. Porque la inflación es una
gran oportunidad para ganar plata fácil a través de la variable
codicia.
Detectarlo es fácil. En 2012 la yerba mate desapareció de las
góndolas. Medios de comunicación advertían sobre faltantes por
fenómenos meteorológicos, económicos, políticos o esotéricos. Y
la gente mordió el anzuelo: corrieron a los supermercados a clamar
por la yerba que no podía faltar en sus mesas, como si tomando un
mate protegiesen el ser argentino o ingiriesen la energía para ganar
una maratón... pocos días después, ¡oh sorpresa!, la yerba volvió
a las góndolas, numerosa, verde y llena de palos, con un aumento de
casi el 100%. Eso se llama manipular la demanda mediante la cantidad
ofertada utilizando la variable codicia para ganar más guita.
O, en mejores palabras, eso se llama ser un insensible reverendo
hijo de una camionada de putas salidas del averno, y espero que las
putas me entiendan que no quise insultarlas, pero es una de las
mejores puteadas que conozco.
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