La demanda y la oferta son la piedra basal de la economía de
mercado. Es a partir de ellas que uno puede entender cómo funciona
la economía y evadir las dificultades lingüísticas a las que nos
someten los especialistas para explicar algo que debería ser básico
(por cierto, tendencia alcista quiere decir que algo está subiendo,
por las dudas).
La dinámica, a grosso modo, es relativamente simple: si hay mucho
de un producto pero poca gente lo pide, entonces ese producto costará
menos. Si hay poco de un producto, y mucha gente lo pide, entonces el
producto costará más. Un ejemplo es el dólar en la Argentina: ¿por
qué el dólar es caro?, porque hay pocos dólares en la calle. ¿Por
qué el peso es barato?, porque hay muchos pesos en la calle.
Sin embargo, saber cómo sube o baja el precio en función de la
oferta y la demanda no sirve de nada si no se analizan cuáles son
los factores que producen variantes en la oferta y la demanda, y por
lo tanto en el precio de los productos.
Normalmente, se presenta al mercado como una pintura abstracta de
Picasso (sí, es el único artista abstracto que conozco y sí, no le
entiendo un pito): es una cosa amorfa, invisible, autónoma, como si
fuese un gusano que repta debajo de cada transacción comercial,
haciendo cumplir su voluntad. Pero lamentablemente no hay nada mágico
detrás del mercado. El mercado somos nosotros, cuando compramos o
vendemos algo, ni más ni menos.
La variación del precio, entonces, obedece a nuestra voluntad
para comprar o vender. Bueno, decir “nuestra” en la economía
capitalista es ingenuo. Mejor sería decir “ellos”, salvo que
entre los cuatro o cinco lectores de este blog se encuentre algún
formador de precios.
Ellos son los grandes comerciantes, especuladores o fabricantes
que manejan las leyes de oferta y demanda, y por lo tanto manejan la
economía, que tienen intereses concretos y utilizan su poder en su
provecho. No hay nada mágico detrás de ello, ni mucho menos una ley
natural. Porque esa es otra de las patrañas sobre el mercado: la
presunta inevitabilidad de los hechos. Como si fuesen leyes de la
naturaleza, que no se pueden torcer por ningún motivo. Sin embargo,
es bueno aclarar que el mercado es un fenómeno social, y como tal
depende de una suma de voluntades. Como la democracia, o las mismas
sociedades, cuando el poder está mal distribuido, la consecuencia de
esa distorsión se manifiesta en la toma de decisiones. Los que
tienen más poder toman decisiones por los demás, mudos y sordos en
el juego del poder.
En la economía pasa lo mismo: como los mercados de todos los
países del mundo están concentrados, poca gente tiene un enorme
poder de decisión. Así, por ejemplo, cuando los capitales
especulativos se volcaron hacia las materias primas, aumentó el
valor de la energía y de los alimentos, causando crisis, muerte,
violencia y sufrimiento en millones de personas.
Un ejemplo revelador que deja en manifiesto el verso de la oferta
y la demanda y sus variables es el petróleo. En 2008, la cotización
del crudo comenzó a trepar hasta romper récords históricos. Vale
aclarar que si el petróleo aumenta, aumenta la energía que utilizan
casi todas las fábricas del mundo y los grandes medios de
transporte. Si aumenta el precio de la fabricación y del transporte,
aumentan los precios de los productos, obviamente.
El petróleo, entonces, llegaba a los 147 dólares en julio de2008.
En 2003, el costo era de 25 dólares. En cinco años, el barril se
multiplicó casi por seis.
Los argumentos para explicar semejante aumento apuntaban a
desastres naturales, o conflictos armados. Así, los huracanes en el
golfo de México, donde se encuentra la mayoría de las refinerías
norteamericanas, o los ataques terroristas contra oleoductos en Medio
Oriente fungían de argumentación. Otros eran más apocalípticos:
el petróleo se está acabando, y ya sabemos, a menor oferta, mayor
precio. En la misma línea corrió la demanda de China: de golpe, los
chinos habían empezado a comprara petróleo, y como subió la
demanda, subió el precio.
Pero, ¡oh sorpresa!, la cotización del oro negro pasó de 147
dólares en julio de 2008, a 35 dólares a fin de año.
Aparentemente, la desaceleración económica hizo que las empresas
utilizaran menos energía, y en consecuencia la materia prima de esa
energía perdió valor.
Lo curioso fue que en cinco meses, ya no hubo problemas de
abastecimiento, se acabaron los ataques terroristas, se solucionó la
escasez y los chinos no encendieron ni un auto... ¡un milagro!
Bueno, no hubo milagros, lo que pasó en realidad fue que los que
tenían el petróleo escondido en el garage de su casa lo vendieron
de golpe y ganaron una fortuna. Eso produjo un aumento repentino de
la oferta y, en consecuencia, la baja abrupta del precio.
La especulación en torno al petróleo se repite permanentemente
en un sistema mundial dominado por la especulación financiera (por
eso la formación de burbujas). Se los llama inversores, pero les
quedaría mejor “especuladores hijos de puta que quieren ganar
mucha plata en poco tiempo y les importa un carajo las consecuencias
de sus actos”.
Lo que hacen es simple de explicar, pero complicado de imitar o al
menos de anticipar. Vuelcan enormes sumas de capitales a una rama
productiva, comprando acciones o producción a futuro en los mercados
bursátiles o de materias primas. Con su acción, generan una ola de
imitación: los inversores ven que el precio de una actividad
determinada está subiendo porque mucha gente está comprando (sube
la demanda) y empiezan a comprar. El precio sube y sube hasta
superar el límite de lo real (es lo que pasó, por ejemplo, con las
empresas de Internet a principios del milenio: aumentaron su valor
debido a la demanda de acciones en el mercado bursátil, pero en la
realidad no valían tanto). Cuando los principales especuladores ven
que el precio ya está lo suficientemente alto, y el interés todavía
no ha decaído, entonces empiezan a vender, de golpe, y la cotización
se desploma. En el medio, ellos compraron barato, y vendieron
carísimo: la hicieron toda sin esforzarse en lo más mínimo, sólo
compraron, esperaron, y vendieron.
En el medio de todo ese ejercicio especulativo, el aumento es
real. Si la especulación se volcó sobre, por ejemplo, la producción
de arroz, el arroz en las góndolas va a aumentar. Si lo hizo sobre
el petróleo, aumentará la nafta y el transporte y el costo de
fabricar.
Toda acción en ese mundo tan abstracto llamado mercado financiero
tiene repercusiones en la vida real, en la calle, digamos. Entonces,
a aquellos que compran acciones para ganar buena guita, ojo, piensen
en las consecuencias.
En la próxima entrega, la variable que domina a los
especuladores: la variable codicia.
1 comentario:
La verdad que no comprendo bien los mercados financieros. Siempre me hubiera gustado, pero por ahora sigo con la ropa de mujer por mayor que es mi rubro. Y más adelante por ahí, si algún día llego a entender cómo funciona esto, puedo dedicarme a otro tipo de inversiones.
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