viernes, 8 de julio de 2011

¿Cómo hacíamos antes?

El hombre encuentra un resquicio en el trabajo para enviarle un mensaje de texto a su amigo: “che, ¿te parece si mañana vamos al cine?”.
Su amigo, casi inmediatamente, le contesta: “¿Hay algo para ver?”
“Sí, dan underworld 17, la transformación de los perros. ¡Es una película de hombres, no seas maricón!”.

NOTA: los mensajes están escritos en un código indescifrable para un lector desprevenido. A modo de servicio, este redactor optó por traducirlos al castellano. Ahora sí, volvemos al relato.
“Bueno, dame un rato que te contesto”.
Pasan un par de horas, y el amigo por fin contesta afirmativamente. Es un lunes a la mañana, acaso el momento y el día más horribles de la semana, y la cita es para el martes por la noche, cuando el cine es más barato.
Los amigos, entre los treintaitantos y los cuarentaitantos, como la mayoría de los hombres, encuentran en el fútbol o las películas sangrientas la excusa perfecta para recordar viejos tiempos; cuando eran más jóvenes, con más pelo, menos panza y menos obligaciones.
Sería un rato nomás, un par de horas para la película, y otro par de horas para una cerveza y una pizza. Luego, volverían a la normalidad, presuntamente porque la normalidad es lo que desean. Sólo pretenden escaparse de vez en cuando.
Por la tarde, el precursor de la cita vuelve a escribirle a su amigo, esta vez en Facebook, porque tiene el teléfono demasiado lejos: “Le aviso a los demás, ¿te parece?”. A lo que el otro responde: “Dale, mandate un mensaje para todos”.
Y, obediente, lo hace.
Las horas que siguen son una sucesión de mensajes que aluden a la mencionada cita y que poco a poco van mutando hacia otros lugares impensados. Dos que se pelean, otros que se chicanean, otros que opinan de la Selección, etcétera.
Llega el martes, y tras una larga cadena de mensajes privados en Facebook (escribir en el muro puede tener como consecuencia que algún indeseable se sume a la fiesta), terminan por acordar: verán underworld 17, la transformación de los perros, en el cine Rex, en la función de las nueve y media. Se juntarán a las nueve y cuarto en la puerta de la galería.
Llega el primero, el que envió el primer mensaje de texto, y se para a esperar entre los que venden baratijas importadas con una manta sobre la vereda y el vendedor de flores. Mira los taxis, las chicas, los trolebuses, los colectivos, y como a los tres o cuatro minutos saca el teléfono celular y escribe un mensaje de texto colectivo: “¿Les falta mucho? ¡Me estoy cagando de frío, apuren!”.
Uno contesta que está en camino. El otro que se demoró en el trabajo, pero está a punto de llegar. Y el último llegó demasiado temprano y está tomando un café en el bar del cine.
Llega uno de los demorados, el que iba en camino.
Ansiosos, vuelven a escribirle al último: “¡Apurate la puta madre que llegamos tarde!”.
El mensaje está recorriendo el ciberespacio para descender al teléfono designado cuando llega el que faltaba, corriendo, con los cachetes colorados y la respiración entrecortada. Saluda a sus amigos y saca su teléfono porque le está sonando; es el mensaje aludido.
Ríen, todos ríen. Y mientras tanto, le escriben al otro que espere en el bar porque están sacando la entrada.
Miran la película, escriben a sus esposas que fue divertida y que se van a tomar una cerveza con una pizza. Después, cada uno regresa a su vida.
Y en el camino, piensan: ¿cómo hacíamos antes para ir al cine?

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