jueves, 23 de junio de 2011

El hincha, en su versión boluda

Ejercicio de imaginación: nace un chico en Capital Federal. En la década del 80. Por influencia paterna, materna, familiar, de sus amistades, o por gozar con aquellos maravillosos equipos de Francescoli, en sus dos etapas, se hace hincha de River.

En su vida personal, anda más o menos. Tuvo algunos problemitas de conducta en su adolescencia, nada serio, no es un delincuente. Le cuesta un poco concentrarse, no está hecho para el estudio, y no es un fanático del trabajo. Pasando los veinte consigue un laburito más o menos, nada del otro mundo, que le paga para lo que necesita y punto. No se queja, no llora, pero no es un gil. Tiene también una novia, pero no le presta mucha atención, salvo para saciar sus placeres inmediatos y carnales. No cree en el matrimonio, ni en la convivencia, y afortunadamente es cuidadoso en el amor. Nunca cayó en accidentes.
Dentro de todo, es un tipo común y corriente.
Pero en la cancha, lo contrario. Está escandalizado por la situación del equipo de sus amores; ahí, peleando el descenso, donde nunca se encontró. Insulta a los jugadores, a los dirigentes, a los técnicos, ninguno de ellos merece vestir esos colores y levantarlos como estandartes. River es demasiado grande para ellos. No poseen el espíritu, no hacen honor a la historia, no se han empapado de la gloria riverplatense y no tienen la calidad necesaria.
Mientras putea, el chico que ya es grande consigue un nuevo trabajo, por unos pesitos más. Deja su trabajo anterior, casi sin avisar, luego de diez años, y se va a buscar un mejor horizonte. Poco tiempo antes, insultó hasta perder la voz a un jugador porque se fue al exterior. Lo acusó de prostituta deportiva, de descorazonado, de amnésico, porque no recuerda sus raíces, y por último de desagradecido.
Volviendo al presente, el chico que ahora es un boludón grande consiguió una entrada para ver el partido en Córdoba. No es de la barrabrava, pero está bien conectado porque sigue a su equipo a todas partes. Viajó a la ciudad mediterránea, saludó al equipo frente al hotel Sheraton, fue al entrenamiento malogrado por la lluvia y, finalmente, entró a la cancha.
Apenas comenzado el segundo tiempo, cuando su glorioso equipo sufre una dura, cruel e injusta derrota, ve que unos barras abren un resquicio en el alambrado. ¡Justo al lado suyo!
Contagiado por sus vecinos, invadido por aquellos indignos que dicen defender los colores del alma, vio la posibilidad y la aprovechó. Se acomodó la bufanda alrededor de su rostro, para ocultar las facciones, y entró al campo corriendo. Se acercó a los players, dos en particular, los empujó, los insultó, se robó un pedacito de pasto y volvió gritando su victoria. Atravesó por el mismo agujero y regresó a la tribuna. Sacó su teléfono celular, llamó a su hermana y le pidió que consiga la grabación, porque había salido en la tele. Después, volvió a cantar, a insultar a los indignos jugadores y a llorar porque nadie quiere a su equipo como él.
Termina el partido con una derrota. Falta la mitad, la vuelta en el Monumental, pero ya basta. El chico que ahora es un pelotudo con los huevos hasta la pantorrilla, vuelve a Buenos Aires a descansar, porque tiene que trabajar a la tarde; pidió la mañana libre, para reponer fuerzas, y de paso para faltar al laburo. Puede ser un mediocre en el estudio, el conocimiento, el trabajo y en el amor, pero no hay un hincha como él.
Fin del ejercicio de imaginación.
Duda existencial: si una persona puede elegir cualquier club para transformarlo en el club de sus amores. Si el universo es infinito, pues no hay equipo que exija algún tipo de examen de conciencia o saber. Si, entonces, cualquiera puede alentar a cualquier equipo, siempre y cuando lo desee y, a lo sumo, porque tampoco es condición indispensable, pague una entrada o una cuota social. Si el hincha, no como entidad abstracta o simbólica sino como persona física, es decir un solo hincha, no determina la grandeza o pequeñez de un club. Si el amor es incondicional, y en los momentos más difíciles de la vida es en donde el amor se pone a prueba.
¿Quién se cree el gil este para exigirle a otros grandezas que él mismo no tiene la virtud de poseer?

1 comentario:

J. Rodrigo dijo...

muyyyyy buenoooo el final MATAAAAA!!