La contradicción es humana, dijo Alejandro Lerner en su obra cumbre. Y tiene razón. Pero su carácter humano no explica el motivo por el cual la contradicción es tan mal vista por todos. Los programas televisivos de archivos explotan el carácter contradictorio del humano hasta sus límites y lanzan severos juicios sobre este aspecto tan demonizado como irremediable, que explica la máxima televisiva: nadie resiste al archivo. Pero los programas televisivos tampoco terminan de aclararnos cuál es la razón esencial de la polémica que rodea a la contradicción.
El verdadero problema de la contradicción es el motivo que la lleva a presentarse ante el público. Es decir, uno puede contradecirse por falsedad, por oportunidad, por ignorancia, o bien por aprendizaje. Al fin y al cabo, aprender puede causar modificaciones en las creencias que influyen en las concepciones del mundo y terminan por expresarse a viva voz. Es posible que aceptemos como bueno algún aspecto de la vida que antes condenábamos, o viceversa.
Sin ánimos de ahondar en el aspecto semiótico y sociológico y hasta filosófico de la contradicción, más por ignorancia que por falta de deseos, es cierto que el análisis del comportamiento contradictorio genera sorpresa o indignación, pero poco se indaga sobre el leiv motiv de esa conducta.
Interesante debe haber sido la cara de los parlamentarios republicanos cuando uno sus correligionarios, el presidente de la FED Ben Bernanke, les advertía que una reducción del gasto público perjudicaría a la economía. Curiosamente, el Fondo Monetario Internacional (FMI), dominado por ya sabemos qué país, trascendió los tiempos con una propuesta diferente para salvar las crisis: grandes sumas de préstamos a cambio de reducción de gastos estatales. Esa reducción de gastos implicaba el empequeñecimiento del Estado y, en consecuencia, la liberación de la economía.
Así se combaten las crisis desde el punto de vista liberal, y los republicanos fueron coherentes con su propuesta de recortar los gastos del Estado (algunos les decimos inversión, no gasto). Pero no Ben, quien cambió repentinamente. Se contradijo, y generó indignación entre sus compañeros de partido, y aplausos entre los demócratas.
Concretamente, Bernanke dijo que reducir el gasto público frenará el crecimiento de la economía y provocará la pérdida de miles de empleos. Avaló de algún modo las políticas aplicadas en América latina para salir de la crisis terminal de los noventa.
La contradicción es evidente, pero surgen dudas en cuanto al motivo que produjo su aparición. ¿Habrá sido producto del aprendizaje o de la hipocresía? La duda será resuelta sí explota una crisis en algún otro país y Bernanke habla ante los medios pidiendo que ese país aumente su gasto público para reimpulsar la economía. ¿Lo dirá?
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