La realidad ofrece hilos conductores imposibles de soslayar. Y uno de los principios esenciales del periodismo consiste, precisamente, en descubrir y difundir esos hilos que pueden explicar la relación entre un hecho y otro.
En Italia, una reforma universitaria generó un enorme movimiento de protesta liderado por los estudiantes. Cientos de miles de personas salieron a las calles para repudiar la iniciativa surgida del gobierno, que establece reducciones en el presupuesto y que impactará, por ejemplo, en la investigación y en la educación pública. Pero el fenómeno no se circunscribe sólo a los ámbitos estudiantiles, sino que trasciende a toda la población.
El gobierno de Silvio Berlusconi, como sus pares europeos, decidió enfrentar la crisis económica mediante la aplicación de medidas neoliberales que apuntan directamente al Estado de bienestar. Y dentro de esa mecánica de reducción de inversión en materia social, la educación se ha llevado la peor parte en Italia. En dos años de gobierno, Berlusconi lanzó leyes cuyo efecto fue suprimir unos 9.000 millones de euros y 130.000 puestos de trabajo en la educación nacional, entre 2009 y 2013.
La ola de protestas, entonces, tomó un cariz incluso por encima del proyecto que se va a votar y plantea el fin de la ortodoxia para enfrentar a la crisis. Ideológicamente, es cierto, aún no hay un movimiento que pueda sacar provecho del descontento incipiente, en especial por la impresentable izquierda europea, en general, y la italiana, en particular. Pero ese movimiento de base está en franco crecimiento y asusta a las autoridades.
Ante este escenario, ¿cuál podría ser la reacción de un gobierno como el de Berlusconi? Sencillo imaginarlo: demonizar cualquier tipo de manifestación pública.
La última movilización estudiantil incluyó serios incidentes con la policía, bastante predispuesta a reprimir por cierto. Desde el gobierno y la prensa amiga (entre ellos los medios del propio Berlusconi), se hizo hincapié en el grado de violencia de los manifestantes. Se habló, incluso, de “tácticas de guerrilla” en las protestas.
Después, cuando las autoridades observaron que el movimiento estudiantil crecía irremediablemente, otra vez acudieron a su manual para hacer lo que mejor les sale: infundir miedo. El lunes, dos días antes de la votación, el portavoz del partido gubernamental Pueblo de la Libertad (PDL) en el Senado, Maurizio Gasparri, hizo un llamamiento a los padres para que convenzan a sus hijos a permanecer en casa estos días ya que, dijo, "estas manifestaciones son frecuentadas por asesinos potenciales y hay que evitarlas". Poco antes, el mismo Gasparri había pedido “arrestos preventivos” para evitar movilizaciones.
Al mismo tiempo, el gobierno ordenó para mañana miércoles un despliegue insólito de agentes del orden por todo el país, en especial en la capital, para impedir las marchas. Los estudiantes, por el contrario, reiteraron sus llamados a realizar manifestaciones pacíficas y a no acercarse a la zona en donde está el Senado, para evitar choques con la policía.
El clima imperante en Italia, y la actuación del gobierno, generó dudas en torno al hallazgo de una bomba en el metro de Roma. El artefacto encontrado por un empleado no tenía detonador, con lo cual no podía estallar, pero causó pánico en la población. El pánico esperado.
Pero su hallazgo reveló algo peor: la manipulación que hacen las autoridades de este tipo de eventos y las dudas que provocan estos descubrimientos tan oportunos. Si normalmente cualquier artefacto sospechoso genera una cadena de opiniones e informaciones sobre el peligro que representa el terrorismo musulmán allí en donde los musulmanes son el demonio (Europa o Estados Unidos), esta vez las publicaciones mediáticas y las investigaciones corrieron en otra dirección: la sospecha de que los estudiantes podrían planear atentados durante las marchas de mañana miércoles.
He aquí un hilo conductor. La protesta crece – se infunde el miedo por la posibilidad de hechos violentos – aparece misteriosamente una bomba – aumenta el despliegue policial. El resultado esperado: que la población tenga miedo para protestar contra la ley que aprobará el Senado.
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