jueves, 17 de junio de 2010

Democracia versus Estado

Los periodistas tienen la posibilidad (y la responsabilidad) de introducir percepciones en el imaginario colectivo. Para lograrlo, necesitan construir una carrera que les brinde credibilidad o bien ampararse en el prestigio de los medios de comunicación. Si un periodista consigue alguno de esos objetivos, entonces estamos ante un formador de opinión.

Como tal, el periodista tiene entonces una responsabilidad sobre sus afirmaciones. Responsabilidad que muchas veces se ve soslayada por incapacidad intelectual  o, lo que es peor, malicia discursiva. Lamentablemente, cuando un profesional de la opinión comete algún traspié, tiene en muchos casos una doble protección: la memoria endeble de la sociedad y una importante cobertura del medio para el que trabaja, que lo protege siempre y cuando sea útil a sus intereses.
Ayer, el diario la Nación levantó una nota del periodista David Brooks sobre el conflicto desatado por la petrolera británica BP tras el derrame de petróleo cerca de las costas estadounidenses. Sin sonrojarse, este buen periodista del diario The New York Times (junto a La Nación, vaya respaldo) menciona una “disputa ideológica” para explicar las tensiones entre BP y el gobierno de Barack Obama.
En rigor de verdad, Brooks inventa una nota para tratar de explicar que en ese laberinto ideológico Estados Unidos y BP se encuentran “del mismo lado”, quizá con la intención de enviar un mensaje conciliador hacia la empresa que causó , por negligencia, un severo desastre natural.
Pero lo más grave no es esa defensa desesperada de BP, sino un detalle lingüístico preocupante y absolutamente equivocado. Para explicar las nuevas tensiones intelectuales que rigen al mundo, Brooks afirma que tras el final de la Guerra Fría la discusión ya no es comunismo versus capitalismo, sino “capitalismo democrático versus capitalismo estatal”. En el primero, “la gente estima que las empresas existen para crear riqueza y elevar el estándar de vida”. Por supuesto, la expresión más pura de esta máxima se produce en Estados Unidos.  El capitalismo estatal, por su parte, se observa en países como China, Rusia, Venezuela e Irán, entre otros.
Mediante esa división caprichosa, Brooks se permite el lujo de unir dos términos que etimológicamente no tienen ninguna relación: democracia y propiedad privada. Es decir, para el diccionario de este buen hombre un país será democrático si “las empresas privadas generan riqueza para elevar el estándar de vida”. Por el contrario, un país con un Estado participativo en la economía caerá en la categoría de “capitalismo estatal”.
La diferencia, según Brooks, es enorme, especialmente en el sector energético. “En el mundo capitalista democrático tenemos petroleras (Exxon, BP y Shell) que ganan dinero para sus accionistas. En el mundo capitalista estatal hay empresas gubernamentales (Gazprom, Petrobras, Saudi Aramco, Petronas, Pdvsa, China Petroleum y la Iranian Oil Company) que crean riqueza para las camarillas políticas”. La frase permite al periodista definir una distinción entre “los accionistas” que ganan dinero generando riquezas y “las camarillas políticas” que explotan al Estado para su propio provecho. Si generalizamos esta máxima, pues Brooks señala claramente que las diferencias entre capitalismo estatal y democrático se expresan de forma “más evidente en el sector energético”, pero se trasladan a todos los órdenes de la economía, cualquier actividad regida por el Estado será inevitablemente destinada a “las camarillas políticas”, y cualquier actividad desarrollada por “los accionistas” aportará inevitablemente a la democracia.
El escrito de Brooks, por último, insiste sobre un concepto largamente explotado por los periodistas del poder: la insistencia de que ninguna crisis, por más cruenta que sea, debe modificar el status quo. El Dios mercado y su esposa, la diosa sociedad anónima, serán entonces los indicados para regir el mundo, cueste lo que cueste, y cueste a quién le cueste.  Y cualquier participación del Estado tendrá un efecto nocivo para la democracia; salvo cuando sea la hora de rescatar a los “accionistas” que tan bien hacen en generar riqueza “para elevar el estándar de vida”. 

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