El tratamiento de la ley que reconoce el matrimonio entre homosexuales y abre la posibilidad de la adopción desató una intensa polémica en el país. Expresiones como Ley de Dios, antinatural, desviación o aberración chocaron directamente en un interesante duelo lingüístico con otras como tolerancia, igualdad, justicia o libre albedrío.
En este contexto, el diario La Nación (ese que alguna vez se jactó de ser el más serio de todos) publicó una carta de lectores en la que una mujer cambia de opinión sobre el matrimonio gay y la adopción cuando enfrentó un doloroso conflicto personal. La inteligente movida marketinera, cuyo único fin era precisamente el de azuzar la polémica, cumplió con su objetivo porque desató un vendaval de opiniones en la página de Internet del diario.
Los insultos y las defensas al matrimonio entre personas del mismo sexo y a la existencia de parejas homosexuales con hijos adoptados derivó en un debate interesante y colorido, en donde no estuvieron exentos los intolerantes o aquellos que insultan al homosexual y luego intentan demostrar su amplitud con la vieja frase “yo tengo amigos putos”.
Uno de los lectores, seguramente envalentonado por el carácter anónimo del comentario, dejó en claro su postura: el casamiento homosexual es “una aberración antinatural y contraria a la ley de Dios. Nos guste o no, lo veamos o no, lo aceptemos o no, las cosas son como son. Si Dios creó al hombre y lo hizo varón y mujer, y dispuso su unión para la formación de la familia y de la sociedad, eso es lo que debemos cuidar y promover si queremos alcanzar el fin último por el cual Dios nos ha creado”. El hombre, o la mujer, porque no lo sabemos, profundiza su pensamiento filosófico/existencial y termina por dejarnos una hermosa metáfora de la libertad en la Argentina: “Ya sé (al acento lo puse yo), muchos no creen en Dios, muchos que son argentinos desean vivir en libertad, incluso en libertad de las leyes divinas. Pero el Estado debe velar por el verdadero Bien Común, y no por lo antinatural y dañino. Dios nos proteja”. Al citar a su Dios, el pobre hombre quedó a expensas de sus rivales, quienes le reprocharon por universalizar su propia idea de Dios.
Precavido, otro ávido lector obvió a Dios y fue a por las “leyes naturales”, escritas por, ¿adivinen quién?, sí, Dios. Igualmente, mediante la expresión leyes naturales, el hombre intentó darle un toque más científico, más moderno a su opinión. “Cuando se habla de la ley Natural, no hay que hacer una relación directa con la idea de Dios, cualquiera sea, Ley Natural es la que dice que la especie humana está compuesta por dos géneros, hombre y mujer, es la forma que encontró la naturaleza para asegurar la especie”. Bajo este fundamento, entonces el hombre afirma que toda unión entre personas del mismo sexo no es natural porque no es posible la concepción. Imagino, humildemente, que el comentario debería alcanzar también a los estériles. Por eso, desde aquí, propongo: ¡Anulación a los matrimonios cuyo uno de sus integrantes sea estéril o impotente!”.
Volviendo a lo nuestro, un lector abrió su comentario con una distinción utilizando el pronombre “ellos” o “ustedes”. Y, sabemos, no se refería a alienígenas, sino a los putos (habría que decir gays u homosexuales, porque suena más tolerante, pero en este blog no se tolera, se trata a todos por igual... mal). Hecha la distinción, el hombre le habla directamente a la comunidad gay: “Si a los derechos ya los tienen, ¿qué quieren inventar, un Dios para ustedes?” -Nota: el redactor se tomó la libertad de corregir el comentario porque el usuario era bastante malo escribiendo, peor que el redactor-.
Más adelante, uno fue corto, conciso y un verdadero animal: “Sea la historia que fuese; el casamiento de dos personas del mismo sexo es una aberracion y un pesimo ejemplo moral para las criaturas que estan expuestos a esta situacion” (se olvidó de los acentos). Nosotros adherimos a nuestro amigo, y completamos la idea: para dar un buen ejemplo moral, a esos putos habría que colgarlos de una plaza y desmembrarlos, pedazo por pedazo.
Lejos de las leyes naturales o religiosas, un lector fue a por los dichos populares. “Al pan, pan, y al vino, vino”. La frase le permitió asegurar que las cosas son como son, al igual que los matrimonios, que son entre hombres y mujeres. Sin embargo, si se me permite la interrupción, habría que cambiar el dicho referido, porque empata iguales. Para estos casos, debería aceptarse la siguiente modificación: “Al pan, vino, y al vino, pan”.
Siguiendo con el razonamiento deductivo científicista, un comentarista se pregunta ¿qué es un niño?, y sin esperar repuestas, él mismo devela el misterio: “alguien que nació de la unión entre un varón y una mujer”. Asimismo, ¿qué es un hogar?, y otra vez sin esperar a sus interlocutores, nos devela la verdad al señalar que un hogar es “el lugar donde conviven el padre, la madre y sus hijos. No existe hogar sin familia, ni existe familia sin padre, sin madre y sin hijos. Ese es el modo en que existe y subsiste la especie humana”. Entonces, si un niño viene de la unión entre un hombre y una mujer, ese niño debe criarse con un papá y una mamá. Casi como una ley universal de herencia. Y estoy de acuerdo, tanto que propongo ir más allá con la ley: si un niño se crea en un hogar que es hincha de Boca y sale hincha de River, habría que pegarle patadones en las bolas hasta que respete su herencia, qué tanto. Ni hablar si sus padres son morochos y sale rubio... ¡una traición imperdonable!
Un lector, el último entre los detractores de la ley de casamiento y la posibilidad de adopción, pide que se debatan temas importantes y no estas paparruchadas. Con una sabiduría envidiable, se hace eco del “reclamo popular”, porque seguramente habló con los 40 millones de argentinos. Y, gracias a ese entendimiento supremo, pidió lo que todos pedimos: “una reforma urgente del código penal”. Bravo. Grandioso.
La discusión fue larga, de hecho continúa en los apartados para los comentarios, pero lamentablemente no podemos transcribirla por completo. En parte porque no hay espacio, en parte porque no tengo ganas, y en parte porque las boludeces que se dicen son aún más graves.
Ante estos hechos, el cierre está en manos de aquellos que apoyan la ley. Un injusto resumen destaca algunos pensamientos interesantes y refutadores, con algunos agregados de quién les escribe. Por ejemplo, si la crianza sólo se entiende en un hogar con papá y mamá, entonces todos aquellos niños que no cuentan con uno de sus progenitores deberían ser entregados al Estado, que a su vez no tiene papás y mamás para andar cuidándolos en sus instituciones, con lo cual continuaría la aberración. Por otro lado, si padres son aquellos que procrean, entonces los estériles no tienen derecho a adoptar. La apelación a Dios es obtusa, pues algunas religiones, incluso cristianas (como la Iglesia Anglicana) aceptan el matrimonio gay, lo dijo un comentarista, no lo sabía. Pero el mayor miedo, oculto en la mayoría de los críticos al proyecto, no responde tanto a Dios ni a las supuestas dificultades en la crianza que puede tener un niño en un hogar habitado por una pareja homosexual. El verdadero miedo es que se niño también salga puto, dado el ejemplo que tiene en casa. Y que, a la larga, el mundo se llene tanto de putos que dejen de ser minoría y, de repente, puedan ser tratados como iguales. Ante esto, no pocos lectores respondieron con tino lo siguiente: los homosexuales que hoy reclaman por su derecho al matrimonio y a la adopción fueron criados en hogares heterosexuales. Por lo tanto, antiputos míos, quédense tranquilos, pues la regla no es matemática: un niño surgido de un hogar heterosexual no necesariamente será heterosexual, y de un hogar homosexual un niño no saldrá necesariamente homosexual.
Afortunadamente, la vida y las sociedades son mucho más complejas como para caer en un pensamiento tan reducido. Aunque si, así fuese, tampoco habría problemas, ya que me considero una persona muy open mind que tiene no uno, sino varios amigos putos de mierda.
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