Baltasar Garzón se hizo famoso en España por sus acciones contra el narcotráfico, en Galicia especialmente, y la organización vasca ETA, y saltó a la consideración mundial cuando inició una cruzada por detener al dictador Augusto Pinochet, cuando éste viajó a Inglaterra.
El conflicto desatado por la orden de detención del chileno transformó al juez en un héroe trágico. Héroe, porque lucharía contra las injusticias; y trágico, porque estaría solo en esa cruzada con un destino aparentemente inevitable: la derrota. La corona inglesa protegió a uno de sus vasallos, lo envió a casa y lo dejó morir en paz. Pero el hombre llamado como un rey mago pasaría a la posteridad. Y en España, lo aplaudían. Incluso aquellos que desconfiaban de él por su simpatía con el socialismo (que de socialismo tiene sólo el nombre), lo aplaudían.
Terminado el affaire Pinochet, Garzón infló sus pulmones y fue a por más. A por ellos, como dicen en España. Se sentó en la mesa de la cocina de su casa, miró el mapa, buscó algunas enciclopedias y estudió un poco para observar en dónde podría haber alguna injusticia que pidiese sus servicios.
El lugar escogido fue la Argentina, que enterró víctimas españolas durante la represión setentista. Pero en esta oportunidad pudo cantar victoria: la justicia española condenó al represor Adolfo Silingo (¡Adolfo, qué nombre premonitorio mamita querida!) por las aberraciones cometidas cuando la tortura, la muerte y la desaparición eran el desayuno de los represores argentinos.
Y en España, lo seguían aplaudiendo.
Sin dejar el traje de héroe en el armario, se internó en el sistema represivo sudamericano y entendió, rápidamente, porque es un tipo inteligente, la complicidad estadounidense. Y decir Estados Unidos en los setenta era decir Henry Kissinger, el monje negro de la potencia. Entonces, no era difícil comprender que la siguiente hazaña debía apuntar a la Casa Blanca. La cruzada comprendió varios capítulos, porque primero pidió la cabeza de Kissinger por la Operación Cóndor y poco después exigió al Pentágono el cierre del campo de concentración ubicado en Guantánamo, en plena guerra contra el terrorismo.
Sin embargo, su intención tampoco era confrontar contra todo y todos, sino realizar pedidos y críticas justas pero atendibles sin andar volteando sistemas. Así fue como pidió la cárcel de
Osama ben Laden, para equilibrar un poco.
En España, ya todo era locura. Porque pedir la captura de Ben Laden y exigir el cierre de Guantánamo demostraron que el tipo era independiente en serio. No tomaba partido y no se casaba con nadie. Este héroe tenía el traje bien puesto, decían. Baltasar es el nombre de la lucha contra la injusticia, gritaban otros.
Para volver a las fuentes, o por aburrimiento, el bueno de Garzón volvió contra ETA con todas sus fuerzas. Ya no sólo para desmantelar una organización armada, sino para erradicar cualquier sentimiento independentista en el País Vasco. La decisión causó emoción entre las filas conservadoras y centristas de Madrid. Garzón ya no tenía límites. Para colmo, la prensa revelaba los presuntos planes de asesinato de los separatistas vascos contra el juez, una condición indispensable para reforzar el mito de combatiente de las injusticias. Si un injusto no intenta matarte, entonces no luchás contra los injustos.
Y España aplaudía, pero a rabiar aplaudía.
Sin embargo, el justiciero dio un paso en falso: se metió con el Partido Popular y con la dictadura franquista. Primero reveló una gigantesca red de corrupción que implicaba seriamente a dirigentes del PP de alta gama. Y después, pretendió ajusticiar a los represores.
Craso error mi amigo Baltasar. La mitad de España dejó de aplaudir para tomar las cacerolas y salir a las calles a denostar al héroe; los jueces de los más oscuros ministerios buscaron con pavor la Constitución y todos los libros de leyes para terminar con él; y los Falangistas vieron la luz para resucitar de la nada.
El resultado, por ahora, podría resultar devastador: Garzón podría perder su magistratura por un vericueto legal hallado por los conservadores españoles. Pero, como los héroes no dan puntada sin hilos, recibió un potente apoyo internacional al tiempo que desmembró la hipocresía de la sociedad española.
Baltasar, te aplaudiremos mientras no te metas con nosotros. Sigue persiguiendo a terroristas barbudos, separatistas excéntricos o dictadores sudacas, pero no te metas con el generalísimo. ¿Captaste el mensaje?
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