
La mesa se hace eterna ante mis ojos. El café posa tranquilo en la inmensidad blanca y su vapor envuelve mis sentidos con placer. Un placer minúsculo en el doloroso vacío que me invade. El cigarrillo se consume ante pitadas inconstantes pero profusas. La gente habla, grita y gesticula en silencio a mí alrededor. Mis pensamientos son como espinas que lastiman cada nervio de mi cuerpo. No puedo borrar de mi mente su espalda y su andar lejano. No logro evitar esta especie de suicidio del alma en medio de la multitud. El mundo sigue, la gente continúa con sus vidas como si nada hubiese pasado. Como si mi dolor se perdiera entre los gritos mudos de la gran ciudad. Un hombre acompaña a sus hijos; una mujer camina apurada; un anciano se sienta a descansar en la plaza y las palomas comen del pan que les tira una viejita con ojos dulces.
Y yo, ni siquiera puedo llorar.
Y ella, la turra, la causante del dolor que destrozará al mundo, se fue con el sodero. ¡Con el sodero!
2 comentarios:
jaja muy bueno, como siempre lo tuyo. Los soderos son asi, te chorean la mujer o te descargan el sifon en tu propia casa jaja cualquiera!!! pd: nunca me paso.
saludos desde berlin
JAJAJA. Muy bueno Colo! hacia mucho que no pasaba por aca.
Lindo te quedo el rancho...
abrazote.
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