martes, 15 de enero de 2008

Al oscuro

Avanzaba en medio de la nada hasta llegar a su primer destino. La oscuridad era absoluta y, por momentos, parecía que quería tragárselo, hacerlo parte de ella durante toda la eternidad.
Entre el miedo que genera la nada y la valentía que provoca el propio instinto de supervivencia, él permanecía allí, estoico, desafiando al peligro pero al mismo tiempo con profundos deseos de que todo eso terminase. Atrapado en las poderosas garras de la cotidianeidad, esperaba paciente para terminar con su pesar y pasar a una instancia superior, reveladora, tranquilizadora.
De pronto, vio que la mole amorfa se acercaba violentamente hacia él. Era el momento, pensaba. El ensordecedor ruido proveniente de la bestia de acero encendió su adrenalina. Por fin acabaría todo el dolor de la cotidianeidad. Por fin cumpliría con el pesado objetivo de todos los días.
Comenzó a agitar los brazos como un loco. Sin miedo, sino con mucha decisión. Con la valentía que lo caracterizaba. No le importaban la oscuridad ni el peligro. Mucho menos el hecho de que la mole era ciega. Sólo quería cumplir con su cometido.
Extasiado, se repetía a sí mismo: “¡Es el N4; es el N4!”
Pero con desazón vio que la mole pasaba de largo, sin detenerse siquiera a mirarlo. Ciega, sorda y muda. En fin, indiferente. Tan indiferente que por poco acaba con su vida. Pasó apenas a unos centímetros de su cuerpo dolido, de su alma en pena. El tormento no había acabado, recién empezaba.
En medio de la pesadumbre, con las venas a punto de explotar por la ira, él gritaba a los cuatro vientos: -¿Por qué los malditos autobuses no tienen sus números iluminados?”, mientras le daba de patadas a la parada del colectivo, maldecía por el largo día de trabajo, la consecuente tardanza para llegar a su casa y el alumbrado público que no funcionaba en esa cuadra del demonio.

1 comentario:

totina dijo...

En fin, la descripcion perfecta de alguien cualquiera, un dia cualquiera, en cualquier lugar de nuestra querida ciudad...