
Pues bien, he llegado a la conclusión de que los estúpidos que cuidan las puertas de los boliches top de Córdoba, que no son otra cosas que asnos –con el perdón de esos pobres animalitos que tienen que cargar con el prejuicio de ser estúpidos, valga la redundancia- que sólo cumplen órdenes, escuchan esa frase absolutamente dolinesca. Ahora resulta que si sos mina, y por casualidad te comiste un par de postres de más, no tenés derecho a divertirte. El concepto de “súper top”, no se adecúa a tus rollos, nena. Lo siento. Seguí participando. Pero, primero, hacé dieta, ¡por favor!
Pero, claro, estos retrasados mentales no solamente discriminan a las pobres, simpáticas y en muchos casos amables gorditas. Nada de eso. Con el poco poder que le da sostener una cuerdita de porquería que divide la felicidad de una discoteca (¡sí, lo digo a la antigua!) al ostracismo de la calle se sienten San Pedro en el mismísimo purgatorio. ¿Sos linda?, ¿te hiciste las tetas?, ¿tu trasero es un durazno en esos pantalones bien ajustados?, ¿tus piernas asoman sensuales por debajo de tu pequeña pollera?, ¿harías cualquier cosa por entrar? Está bien, entonces entrá.
Para ellos, ¿sos famoso en el ambiente?, ¿por alguna puta casualidad te hiciste amigo de los guardias de la puerta?, ¿pasás setentaycincomilcuatroscientascuatro horas delante del espejo antes de salir?, ¿te ponés cremita para levantar la cola, maquillaje para tapar los granitos y te arreglas el pelo con mucho gel y tintura, si es necesario?, ¿tu bronceado caribeño en pleno julio demuestra que te la pasaste encerrado dentro de una píldora futurista con muchas lucecitas que te queman la piel?, ¿pasaste los treinta hace rato pero lucís como menos de veinte? Vos también tenés el honor de pasar.
Pero si no cumplen esas condiciones, queridos míos, están literalmente en el horno. Si la naturaleza no te ayudó. Si tuviste la enorme desgracia de nacer feo, gordo, petiso o si no tenés el don del buen gusto, buena suerte y hasta luego, como diría Andrés, el mejor antihéroe de la ciudad. Te quedarás del lado de los perdedores, en donde no hay música, ni chicas lindas, sólo una jauría tratando de entrar a la máquina de la felicidad.
Además, no sé si se han fijado, pero ¿se dieron cuenta que los boliches son el único lugar en el cual no se hace cola para ingresar? Digo, uno asoma por esos comercios y ve cómo la muchedumbre se agolpa, obediente, eso sí, sobre las cuerditas sin ningún tipo de orden.
¿Imaginen si uno hace eso en el banco? ¿O en la parada del colectivo? Imposible, porque seguro que alguno te va a agarrar de los pelos y te va a poner en tu lugar. Donde te merecés, ahí al fondo.
No quiero pecar de antiguo, pero en mis épocas, allá por comienzos de los 90 iba a Molino Rojo. Y muchas veces debíamos esperar hasta una hora para entrar. Pero porque la fila era larga. Uno se paraba en la cola, ocupaba un lugar como Dios manda, y al cabo de un rato entraba. Así de fácil. Pagabas tu entrada y sencillamente entrabas. Si había mucha gente delante tuyo, esperabas mucho. Sino, era cuestión de minutos. Pero acá no te dan ni siquiera un premio a la puntualidad, porque si vas temprano, el estúpido de turno te dice “a esta hora sólo entran con free”, mientras dos rubias despampanantes, con las que ni siquiera soñarías, pasan a tu lado sin más que lo puesto, le dan un beso al estúpido que te impide el ingreso y pasan como pancho por su casa.
Y lo peor de todo es que tenés plata. No estás tratando de mendigar nada. Es de los pocos lugares en los cuales vos querés pagar la entrada y no te dejan. ¡Antes de las dos sólo pasás gratis! Digo, ¡estamos ante una de las contradicciones más grandes del mundo capitalista!
En resumen, como diría el genial y siempre vigente Tato Bores, “parece un chiste, si no fuera una joda grande como una casa”.
Pero, quédense tranquilos y tengan paciencia, que después de cada reclamo siempre aparece una idea novedosa. Sólo esperen unos días y verán.