jueves, 31 de enero de 2008

La cuerdita del bien y del mal

Una de las habituales frases de la Venganza será terrible, el programa radial de Alejandro Dolina, es “¡corran las mesas y echen a las gordas!”. Mediante este artilugio, el genio deja de tocar los tangos que le pide la gente para comenzar con la música más jocosa. Bailable, si lo decimos en el peor sentido de la palabra.
Pues bien, he llegado a la conclusión de que los estúpidos que cuidan las puertas de los boliches top de Córdoba, que no son otra cosas que asnos –con el perdón de esos pobres animalitos que tienen que cargar con el prejuicio de ser estúpidos, valga la redundancia- que sólo cumplen órdenes, escuchan esa frase absolutamente dolinesca. Ahora resulta que si sos mina, y por casualidad te comiste un par de postres de más, no tenés derecho a divertirte. El concepto de “súper top”, no se adecúa a tus rollos, nena. Lo siento. Seguí participando. Pero, primero, hacé dieta, ¡por favor!
Pero, claro, estos retrasados mentales no solamente discriminan a las pobres, simpáticas y en muchos casos amables gorditas. Nada de eso. Con el poco poder que le da sostener una cuerdita de porquería que divide la felicidad de una discoteca (¡sí, lo digo a la antigua!) al ostracismo de la calle se sienten San Pedro en el mismísimo purgatorio. ¿Sos linda?, ¿te hiciste las tetas?, ¿tu trasero es un durazno en esos pantalones bien ajustados?, ¿tus piernas asoman sensuales por debajo de tu pequeña pollera?, ¿harías cualquier cosa por entrar? Está bien, entonces entrá.
Para ellos, ¿sos famoso en el ambiente?, ¿por alguna puta casualidad te hiciste amigo de los guardias de la puerta?, ¿pasás setentaycincomilcuatroscientascuatro horas delante del espejo antes de salir?, ¿te ponés cremita para levantar la cola, maquillaje para tapar los granitos y te arreglas el pelo con mucho gel y tintura, si es necesario?, ¿tu bronceado caribeño en pleno julio demuestra que te la pasaste encerrado dentro de una píldora futurista con muchas lucecitas que te queman la piel?, ¿pasaste los treinta hace rato pero lucís como menos de veinte? Vos también tenés el honor de pasar.
Pero si no cumplen esas condiciones, queridos míos, están literalmente en el horno. Si la naturaleza no te ayudó. Si tuviste la enorme desgracia de nacer feo, gordo, petiso o si no tenés el don del buen gusto, buena suerte y hasta luego, como diría Andrés, el mejor antihéroe de la ciudad. Te quedarás del lado de los perdedores, en donde no hay música, ni chicas lindas, sólo una jauría tratando de entrar a la máquina de la felicidad.
Además, no sé si se han fijado, pero ¿se dieron cuenta que los boliches son el único lugar en el cual no se hace cola para ingresar? Digo, uno asoma por esos comercios y ve cómo la muchedumbre se agolpa, obediente, eso sí, sobre las cuerditas sin ningún tipo de orden.
¿Imaginen si uno hace eso en el banco? ¿O en la parada del colectivo? Imposible, porque seguro que alguno te va a agarrar de los pelos y te va a poner en tu lugar. Donde te merecés, ahí al fondo.
No quiero pecar de antiguo, pero en mis épocas, allá por comienzos de los 90 iba a Molino Rojo. Y muchas veces debíamos esperar hasta una hora para entrar. Pero porque la fila era larga. Uno se paraba en la cola, ocupaba un lugar como Dios manda, y al cabo de un rato entraba. Así de fácil. Pagabas tu entrada y sencillamente entrabas. Si había mucha gente delante tuyo, esperabas mucho. Sino, era cuestión de minutos. Pero acá no te dan ni siquiera un premio a la puntualidad, porque si vas temprano, el estúpido de turno te dice “a esta hora sólo entran con free”, mientras dos rubias despampanantes, con las que ni siquiera soñarías, pasan a tu lado sin más que lo puesto, le dan un beso al estúpido que te impide el ingreso y pasan como pancho por su casa.
Y lo peor de todo es que tenés plata. No estás tratando de mendigar nada. Es de los pocos lugares en los cuales vos querés pagar la entrada y no te dejan. ¡Antes de las dos sólo pasás gratis! Digo, ¡estamos ante una de las contradicciones más grandes del mundo capitalista!
En resumen, como diría el genial y siempre vigente Tato Bores, “parece un chiste, si no fuera una joda grande como una casa”.
Pero, quédense tranquilos y tengan paciencia, que después de cada reclamo siempre aparece una idea novedosa. Sólo esperen unos días y verán.

martes, 15 de enero de 2008

Al oscuro

Avanzaba en medio de la nada hasta llegar a su primer destino. La oscuridad era absoluta y, por momentos, parecía que quería tragárselo, hacerlo parte de ella durante toda la eternidad.
Entre el miedo que genera la nada y la valentía que provoca el propio instinto de supervivencia, él permanecía allí, estoico, desafiando al peligro pero al mismo tiempo con profundos deseos de que todo eso terminase. Atrapado en las poderosas garras de la cotidianeidad, esperaba paciente para terminar con su pesar y pasar a una instancia superior, reveladora, tranquilizadora.
De pronto, vio que la mole amorfa se acercaba violentamente hacia él. Era el momento, pensaba. El ensordecedor ruido proveniente de la bestia de acero encendió su adrenalina. Por fin acabaría todo el dolor de la cotidianeidad. Por fin cumpliría con el pesado objetivo de todos los días.
Comenzó a agitar los brazos como un loco. Sin miedo, sino con mucha decisión. Con la valentía que lo caracterizaba. No le importaban la oscuridad ni el peligro. Mucho menos el hecho de que la mole era ciega. Sólo quería cumplir con su cometido.
Extasiado, se repetía a sí mismo: “¡Es el N4; es el N4!”
Pero con desazón vio que la mole pasaba de largo, sin detenerse siquiera a mirarlo. Ciega, sorda y muda. En fin, indiferente. Tan indiferente que por poco acaba con su vida. Pasó apenas a unos centímetros de su cuerpo dolido, de su alma en pena. El tormento no había acabado, recién empezaba.
En medio de la pesadumbre, con las venas a punto de explotar por la ira, él gritaba a los cuatro vientos: -¿Por qué los malditos autobuses no tienen sus números iluminados?”, mientras le daba de patadas a la parada del colectivo, maldecía por el largo día de trabajo, la consecuente tardanza para llegar a su casa y el alumbrado público que no funcionaba en esa cuadra del demonio.

martes, 1 de enero de 2008

Tire-pull

Ya estaba a pocos metros. Increíblemente, las 30 cuadras que separaban al Patio Olmos de mi casa se habían hecho eternas. Tanto que temía la pérdida del amor de mi vida, quien me esperaba del otro lado de las pesadas puertas de vidrio que separaban a la vieja escuela del mundo exterior.
A medida que avanzaba, mi corazón latía hasta salirse de mi pecho y volar hacia ella. La emoción me abrazaba y me hacía sentir en el paraíso, en un paraíso terrenal con el que siempre había soñado. Me pidió que nos juntásemos a hablar, para decirme que sí, que aceptaba mi amor de una vez por todas. Al menos eso esperaba.
Avanzaba por Vélez Sarsfield, crucé el Teatro del Libertador y observé la primera puerta del Patio Olmos, imponente, que me invitaba al amor. Sin embargo, ella me esperaba en el bar que daba exactamente a la esquina de Vélez Sarsfield y bulevar San Juan, razón por la cual preferí entrar por el acceso más cercano.
Por fin llegué a la intersección, subí por las escaleras que bordean el ingreso al centro comercial y encaré la puerta casi corriendo. No podía perder ni un segundo antes de verla. –Vení al Patio Olmos urgente que quiero hablar con vos. Es sobre aquello que me preguntaste hace unos días, amor-. “Amor” me había dicho. No podía haber errores, ¡me había dicho “amor”! Definitivamente me citaba para entregarse a mí, para siempre.
Casi corriendo, encaré de frente una de las puertas laterales, para no tener que perder tiempo en el pequeño hall que antecede al bar cuando uno ingresa por el centro. Entre los pesados vidrios observé su cara angelical, sonriente, y su palma agitándose ante mi encuentro.
Aceleré mi marcha y enfrenté el “tire-pull” de la puerta con mi mayor decisión, como si allí se simbolizara el ingreso a una vida mejor, el cumplimiento de todos mis sueños, la entrada a su corazón. Y así lo tomé.
Puse una mano sobre la manija y la empujé con todas mis fuerzas mientras prácticamente corría hacia ella. De pronto, todo se apagó, y poco después volvió a prenderse. La gente me rodeaba curiosa, asustada. El hilo caliente rojo fuerte que salía de mi nariz ya me llegaba al pecho y había arruinado toda mi ropa. Sentía que la cara me latía con fuerzas y que los ojos en cualquier momento saldrían de su órbita. “Si se van, no podré verla más”, le pedía a mis propios órganos.
La emoción, el amor, el temor a llegar tarde a mi última llamada, mi última oportunidad, impidieron que me detuviese a pensar en el significado de la palabra tire-pull. Fueron 80 kilos lanzados con toda furia hacia una puerta del vidrio más grueso, y en medio un débil tabique nasal que sufrió las consecuencias del grave impacto.
Ella finalmente terminó conmigo poco después de aceptarme. Pero, ese día, comprendí que hasta las palabras más sencillas tienen significados incomprensibles.