miércoles, 27 de junio de 2007

La maldición del semáforo



Los misterios de una ciudad no sólo despertaron curiosidades entre los especialistas y científicos, sino que en muchas ocasiones generaron tal obsesión entre los investigadores, que arruinaron la vida de muchos de ellos.
Este fue el caso de Jaime Albarracín, un reconocido físico del FAMAF que perdió trabajo, familia y amigos en pos de descubrir el funcionamiento de los semáforos de calle General Paz, a media cuadra de Avenida Colón, en la ciudad de Córdoba, Argentina.
La curiosidad de Albarracín se despertó a partir de su propia observación, ya que todos los días para ir y volver del trabajo cruzaba la arteria por esos extraños aparatos ubicados en mitad de cuadra y siempre tenía que detenerse porque el paso era de los automóviles. En muchas ocasiones, veía el semáforo en rojo y aceleraba su marcha para cruzar la calle, pero cuando se acercaba al cordón de la vereda el semáforo súbitamente cambiaba su color y lo obligaba a detenerse abruptamente.
A medida que pasaban los días, la extraña frecuencia de los semáforos iba despertando en Albarracín la curiosidad típica de los científicos que pretenden encontrarle una explicación a todas las cosas, como si el universo entero tuviese una. Así fue como, poco a poco, comenzó a realizar cálculos y a formular distintas hipótesis para hallar una solución al problema que se había planteado.
La primera de ellas era sencilla, pues se relacionaba con un simple cálculo matemático. Es decir, por esa calle cruzaban unas 10.000 personas por día y los semáforos permitían el paso sólo por 20 segundos y lo negaban por 45; un lapso diferente al resto de la ciudad dado que se trata de un paso exclusivamente peatonal. En consecuencia, era lógico que la mayoría de las personas que pasaban por ese sector debieran esperar para llegar a la otra vereda, pues 20 segundos apenas alcanzaban para cruzar una avenida que contaba con cinco carriles. Sin embargo, esta explicación no convenció a Albarracín cuando inició un trabajo de campo en forma de encuesta. En efecto, el científico se hacía pasar por un encuestador y en plena calle preguntaba por el funcionamiento de los semáforos. Y nadie, absolutamente nadie, le dijo que la frecuencia de esos semáforos en particular era cuanto menos extraña.
Años más tarde, el científico ya se había transformado en un erudito en múltiples ciencias, pues había intentado de todas las formas posibles hallarle una explicación al funcionamiento de esos malditos semáforos. Incluso apeló a las ciencias oscuras para averiguar si esos aparatos estaban dominados por algún espíritu malévolo. Pero todos sus esfuerzos fueron infructuosos. La única certeza que tenía, era que él nunca podría cruzar esa calle sin esperar el cambio de verde a rojo. Todos los días de su vida debería detenerse en el borde de la acera para atravesar el asfalto de la avenida General Paz.
La obsesión de Albarracín por esa cuestión le costó además todo lo que había construido en su vida. Porque, sabemos, hay distintos tipos de obsesiones, acaso algunas más respetadas que otras. Y la obsesión por unos semáforos no es para nada respetable. Al contrario, genera risas, burlas y descrédito. No es lo mismo estar obsesionado por la cura del cáncer que por el funcionamiento de los semáforos de la General Paz. Eso está claro.
Entonces, nuestro héroe comenzó a sufrir por su propia locura. Primero fueron sus colegas quienes se burlaban de él y luego hasta sus propios amigos. Todos empezaron a catalogarlo como un loco que no medía la realidad. Hasta su familia en algún momento empezó a desconfiar de él.
Con el paso del tiempo, se transformó en uno de los típicos personajes pintorescos de cualquier ciudad. Pues ya sin trabajo, sin familia, sin amigos y sin respeto pasó los últimos días de su vida viviendo como un desamparado, en harapos, todo el día parado sobre esa cuadra maldita que le había costado la vida. Y cada vez que intentaba cruzar la calle, los semáforos que habían arruinado su existencia le hacían un guiño, del rojo al verde, para impedir que cumpla de una vez por todas con su empresa.

martes, 26 de junio de 2007

Mártires, no. Estafados, sí



Primero, una aclaración: Hamas no es un mártir. A partir de allí podremos desarrollar esta columna sin caer en malos entendidos pero con la intención de explicar que el movimiento islámico fue víctima de un golpe de Estado, promovido por su acérrimo rival en Palestina, Al Fatah; Israel y las potencias occidentales.
Corría enero de 2006 y el mundo se sorprendía al ver que Hamas, en ese entonces lanzado al terreno político, ganaba con claridad las elecciones y se apoderaba de la Autoridad Nacional Palestina (ANP). El descrédito de la vieja dirigencia otrora fiel al difunto Yasser Arafat y la intensa labor en las bases desarrollada por los hombres de verde habían propiciado el triunfo de Hamas, que, obviamente, prometía intensos cambios en la región. Pero tanto Israel como los liderados por Mahmmoud Abbas no se quedarían con los brazos cruzados y desde ese momento comenzaron con un plan de desestabilización. Desde Tel Aviv, con la cooperación norteamericana y europea, cerraron las vías económicas a la ANP, mientras Al Fatah llevaba a cabo una violenta disputa armada por el control del gobierno, que democráticamente le pertenecía al movimiento islámico. El desgaste llegó a tal punto que Hamas tuvo que ceder y pactó con Abbas para crear un gobierno de coalición. Pero no fue suficiente, pues el ingreso de dinero brillaba por su ausencia y los enfrentamientos armados eran moneda corriente.
Para ahorrar líneas, diremos que finalmente la alianza quedó hecha añicos y en el seno de Hamas volvió a predominar el brazo armado; el cual cayó en la trampa muy ingenuamente. Ya era extraño que Al Fatah y el resto de los actores involucrados en el conflicto permitiesen que en tan sólo cinco días el movimiento islámico tomara la Franja de Gaza.
Pero esa acción fue el mejor argumento de Abbas, para ordenar la disolución del gobierno y nombrar uno fiel a sus intereses, asegurarse el control de Cisjordania, donde inició una caza de brujas sobre los seguidores de Hamas, y dejar el campo abierto para que Israel atacara por aire la Franja de Gaza.
Así, con los territorios ocupados divididos en dos, sería más fácil emprender una ofensiva armada y política contra el movimiento islámico, ahora encerrado como gato enjaulado en Gaza.
A la ofensiva se sumaron la Unión Europea (UE) y Estados Unidos, representando a las potencias, y Egipto y Jordania, como los países árabes prooccidentales de ocasión. El primer ministro israelí, Ehud Olmert, anunció el regreso del dinero, pero bajo la condición de que Hamas no tocara ni un centavo. La misma senda recorrieron Washington y la UE, que en ningún momento se detuvieron a explicar por qué apoyaban una movida antidemocrática.
Porque aquí es donde aparece la punta del ovillo, de las palabras del propio Abbas, quien acusó a Hamas de efectuar un golpe de Estado por tomar la Franja de Gaza, cuando fue Al Fatah el que azuzó el enfrentamiento y desestabilizó previamente a un gobierno que había llegado legítimamente al poder. Pero no, como no se trataba de un gobierno amistoso ni leal, no importó que se lo volteara de una manera aberrante y, por sobre todo, ilegal.
Por eso volvemos a la primera frase de esta columna: Hamas no es un mártir. No analizamos si su programa de gobierno o los conceptos esenciales de su doctrina son compartidos o inclusive correctos. Eso tal vez sería caer en el terreno de la subjetividad y la ideología. Pero sí estamos en condiciones de ratificar que el movimiento islámico tenía todo el derecho de desarrollar su programa de gobierno y después, si éste no era el adecuado para los palestinos, serían ellos mismos los encargados de expresarlos a través del voto.
No, no estamos haciendo una defensa de un grupo que realizó innumerables atentados, sino defendemos la democracia, ese concepto ultrajado y utilizado como bandera para derrocar gobiernos e invadir países.

jueves, 7 de junio de 2007

Esperando al Mesías




En 1980 Ronald Reagan ganaba las elecciones en Estados Unidos sobre Jimmy Carter y confirmaba que a los norteamericanos les encantan los héroes. A este antiguo miembro del Partido Demócrata, que se cambió de filas por su férreo anticomunismo, sólo le faltaba una cartuchera, el cinturón lleno de balas y el sombrero ladeado. Porque así lo veían quienes lo votaron. Un héroe del cine que era capaz de cuidarlos del, siempre volvemos a lo mismo, enemigo externo. De hecho, consiguió su cometido, porque para muchos analistas Reagan fue uno de los principales artífices de la caída de la Unión Soviética. Pero su gestión no se valió solamente de la estirpe de héroe, pues también tuvo un sólido éxito económico. De allí que luego de ocho años en el poder se retirase con mejores índices de popularidad que cuando arribó por primera vez a la Casa Blanca.El paso de Reagan por la presidencia no sólo fue uno de los más exitosos en la historia republicana, sino que dejó una enseñanza que el hoy partido gobernante se apresta a repetir: el pueblo ama a los héroes. En efecto, casi 20 años después de la salida de Reagan, el Partido Republicano vive una de sus peores crisis. Con un presidente con la aprobación por el suelo, diversas corrientes internas que amenazan su unidad y la posibilidad concreta de sufrir una paliza histórica en las elecciones del año que viene, el oficialismo se plantea cada vez con más fuerza volver a las fuentes. Es decir, apelar a una figura pública fuerte para recuperar el terreno perdido. Y esa figura es Fred Thompson, un actor históricamente secundario pero muy reconocido en Estados Unidos. Inclusive, los jefes de campaña demócratas ya se están preparando para enfrentar a Thompson, quien fuera senador por Tennessee entre 1994 y 2003, pero fundamentalmente es conocido por su trabajo como actor, hoy en la popular serie La ley y el orden. Además, su rol como actor es asociado al poder, a tal punto que The New York Times escribió que "cuando los directores de Hollywood necesitan a alguien que pueda personificar al poder del gobierno, suelen llamarlo a él". Aunque falta mucho para definir a los candidatos, la campaña presidencial ya se ha lanzado. Desde el Partido Demócrata sobresalen Hillary Clinton y Barack Obama como las figuras más fuertes, pero desde el Republicano no hay nadie en concreto que pueda presentarse en las elecciones, salvo el senador John McCain, quien sin embargo representa al ala más progresista del oficialismo. Thompson, por su parte, intentará presentarse como la reencarnación de Ronald "The Gipper" Reagan. Si es necesario, con cartucheras, cinturón lleno de balas, sombrero ladeado y todo.