
La vida en las ciudades presenta situaciones que si bien forman parte de la cotidianeidad no por ello dejan de ser misterios sin resolver. Hechos que parecen simples, pero que en realidad no se ajustan a ninguna lógica y huyen de cualquier estudio que un especialista pueda realizar sobre ellos. Un modesto intento para explicarlos fueron las ya célebres leyes de Murphy, pero el error en este caso es que parte del concepto “el mundo gira alrededor de uno mismo”, y todos sabemos que no es así, sino que en realidad intervienen fuerzas mucho más poderosas que uno mismo.
Durante muchos años la ciudad de Córdoba fue la cuna de investigaciones sobre la vida cotidiana y sus misterios. Cuna de una gran cantidad de científicos debido a su importante población universitaria, en muchos casos los estudios iniciados en Córdoba atrajeron incluso a ilustres nombres de otros lares, generalmente de Europa.
Uno de los más llamativos surgió gracias a una ley que prohibía fumar en lugares cerrados. La nueva ola antifumadores fue sorprendentemente respetada en la ciudad, pero cambió la escenografía de la urbe, pues si uno caminaba apenas unos metros podía observar a muchas personas salir rápidamente de un lugar cerrado para prender un cigarrillo. De hecho, poco tiempo después la mayoría de la gente que caminaba estaba fumando, como para calmar el vicio antes de ingresar a cualquier lugar.
La ley en realidad desnudó un misterio que se produjo por años en todas partes del mundo pero que nunca quedó tan en evidencia como en Córdoba. Un misterio que resulta casi imposible de explicar: el cigarrillo y los colectivos.
Como la restricción impedía fumar en lugares cerrados, en los trabajos no se podía prender un cigarrillo. Por tal motivo, los fumadores esperaban a que terminase su jornada laboral para saciar su vicio, situación que generalmente se daba en las paradas de los colectivos. Miles de personas fumaban mientras esperaban su transporte, pero se encontraban con el desencanto de no poder terminar sus respectivos cigarrillos porque, como por arte de magia, enseguida aparecía un autobús.
La noticia comenzó a regarse a toda velocidad en Córdoba y no faltaban personas que alentaban a los transeúntes que esperaban un colectivo a que prendiesen un cigarrillo. “No tiene ganas de fumar señor, es que estoy esperando hace media hora el N4 y tengo mucho apuro”, susurraban algunas mujeres a aquellos con pinta de fumadores (bigotes manchados, dientes amarillos, tos recurrente).
Por supuesto, y como era de esperarse, poco tiempo después especialistas de todos los colores comenzaron a investigar el fenómeno. Urbanistas, médicos, arquitectos, adivinos, alquimistas y charlatanes medían, observaban y repetían los recorridos una y otra vez para darle una explicación más o menos coherente al fenómeno. Pero no lo lograban.
Quienes se subían a un colectivo no percibían ningún cambio en el recorrido, y tampoco observaban modo alguno de detectar si había alguien fumando en una parada. Los que esperaban, tampoco podían determinar movimientos extraños en el tránsito generados por el aroma del cigarrillo. Incluso, varios científicos trabajaban en equipo; uno viajaba en el autobús y otros se apostaban en las paradas para encender un cigarrillo, pero no pudieron averiguar nada. La única certeza era que nadie podía fumar un cigarrillo completo sin que apareciese un colectivo. Ni siquiera en horarios nocturnos, en los que supuestamente no había servicio.
Así fue que aparecieron explicaciones de todo tipo. Los astrólogos sostenían que el humo afectaba la undécima luna de Júpiter y ésta variaba de modo imperceptible el tiempo. Los religiosos afirmaban que Dios cuidaba a sus corderos y modificaba el tiempo y el espacio para que la gente fume menos. Los médicos señalaban que los fumadores perdían capacidad pulmonar y, por lo tanto, cada vez tardaban más para terminar un cigarrillo. Incluso, algunos de ellos se animaron a aseverar que después de 20 años, una persona podía tardar un año y medio para fumar un cigarrillo. Los matemáticos, simplemente explicaban que una persona promedio tardaba entre cinco y siete minutos para terminar un cilindro de tabaco, tiempo suficiente como para que aparezca un colectivo. Esta hipótesis fue rápidamente desechada atendiendo al desastroso servicio del servicio de transporte urbano cordobés.
Uno de estos expertos, el filósofo húngaro Ferenc Takátsy, señaló que en realidad el misterio se develaba a partir de la energía. En efecto, Takátsy explicó que el aroma del tabaco generaba un frente de energía que atraía a los colectivos como un trozo jugoso de carne a un perro. Claro que esta atracción era absolutamente imperceptible para el ser humano, que continuaba si vida, fumando o no, sin darse cuenta del fenómeno.
Otra teoría desarrollada por la médium Mathilda afirmaba que todos los espectros que habían muerto de un cáncer al pulmón provocado por el cigarrillo empujaban al mismo tiempo a los colectivos para que éstos aceleraran y no permitieran a los fumadores aspirar tanto humo nocivo. Para sostener su afirmación, Mathilda mostró imágenes del Concejo Deliberante cordobés, en las cuales se observaban misteriosos brazos levantados cuando se votó la ley de “Córdoba libre de humo”.
Así pasaron cientos de especialistas que, cada uno desde su área, intentaba dar una explicación sobre el fenómeno. Pero, ante la imposibilidad de hallar una respuesta satisfactoria, la población fue perdiendo interés en el tema y los científicos, uno a uno, abandonaron la ciudad o bien regresaron a sus habituales tareas, como hallar una cura para el cáncer y todas esas cursilerías.
Lo cierto es que los fumadores continuaron sin poder saciar sus ansias mientras esperan el colectivo, en un hecho que hoy y por siempre será un misterio de la vida en la ciudad.
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