
"La necesidad tiene cara de hereje", fue el lema de Estados Unidos en las negociaciones sobre Irak realizadas el lunes con Irán. Porque, para la Casa Blanca, negociar con su declarado enemigo no es otra cosa que una herejía, o una concesión que demuestra lo grave de la situación en Irak y la imposibilidad de Estados Unidos para paliar la crisis iraquí. Desde un principio, Washington miró con recelo la posición iraní, que estaba esperando la caída de Saddam Hussein para promover un gobierno chiita bajo los preceptos del Islam. El peligro de que eso ocurriera tomó forma luego de las elecciones iraquíes, ya que ganó precisamente el partido chiita proiraní. En ese entonces, en Estados Unidos se encendieron todas las alarmas ante la posibilidad de un crecimiento del poderío iraní. Durante tres años, la Casa Blanca se rehusó a aceptar la participación de Irán; por el contrario, acusó a Teherán en varias ocasiones de entrenar guerrilleros chiitas iraquíes para favorecer la desestabilización del país árabe. Si a eso le agregamos que hasta el propio George W. Bush admitió alguna vez que Irán era el próximo objetivo armado norteamericano, esta solicitud de ayuda asoma como descabellada. Pero no lo es tanto, si tenemos en cuenta el caos absoluto en el que está sumido Irak y que efectivamente la República Islámica puede hacer más al respecto que Estados Unidos. Porque el 60 por ciento de la población iraquí es chiita, la misma confesión que reina en Teherán, y de todos esos chiitas la gran mayoría ve con buenos ojos la instauración de un gobierno similar al iraní. Entonces, atendiendo lo socavada que está la imagen norteamericana en Irak, y la insistencia de Irán para participar en la reconstrucción del país árabe, un encuentro de este tipo estaba al caer, aunque en sí mismo represente una traición para el gobierno neoconservador norteamericano. Porque, en efecto, la reunión de más alto nivel llevada a cabo entre los dos países desde la revolución llevada a cabo por el Ayatollah Khomeini significó un desesperado pedido de ayuda norteamericano, vaya a saber a cambio de qué, claro, porque es difícil pensar que Irán hará algo gratuitamente. Por el contrario, seguramente exigirá la posibilidad de una mayor influencia en la región, como el entrenamiento de las fuerzas de seguridad iraquíes, uno de los ofrecimientos concretos de la República Islámica. De todos modos, Washington advirtió en varias ocasiones que el hecho de haber cedido en Irak no significa que las relaciones entre los dos países cambiarán en un futuro inmediato, y mucho menos que suspenderá su ofensiva, por ahora, diplomática por el programa nuclear iraní.Las cartas ya están echadas. Ante lo evidente de los resultados, Estados Unidos debió hacer una nueva concesión ante un enemigo declarado, circunstancia que demuestra una vez más que la Guerra Global contra el Terrorismo lanzada por Bush está en un coma terminal.