La crisis de 2008 fue devastadora y
perdurable, pues todavía no la hemos superado. Fue, sin dudas, la
crisis más grave de la historia del capitalismo, y sus consecuencias
resultaron nefastas para cientos de miles de personas, pero fue una oportunidad para una minoría, la minoría de siempre.
Reducción de ahorros, desaparición de
fondos de pensiones, aumento de los alimentos, más desempleo,
incremento de alquileres, ejecuciones de miles de hipotecas,
dificultades para acceder al crédito, los efectos de la crisis
sumieron al mundo en hambrunas, revueltas, miseria y desesperanza.
Sin embargo, no todos la han pasado tan mal. Igual que en muchos
otros casos, la crisis más grave de la historia del capitalismo, la
crisis causada por la voracidad del sector financiero, la crisis
provocada por unos jugosos bonos a grandes ejecutivos, cayó en las
espaldas de los de siempre, y no fue tan mala para los de siempre.
Un informe de Oxfam confirmó las sospechas: los sectores más altos de las sociedades
fueron favorecidos por la crisis. Sólo entre 2013 y 2014, las 85
personas más ricas del planeta aumentaron su patrimonio en 668
millones de dólares por día. Su riqueza es comparable a la que reúne la mitad
más pobre de la población mundial, y buena parte de ella está
escondida lejos de los tentáculos del fisco.
Según Oxfam, la evasión y la elusión
fiscal son uno de los factores de desigualdad más influyentes, pues
se trata de dinero que evita el pago de impuestos, perjudicando a los
Estados, que podrían usar esos recursos para su redistribución.
El paraíso exclusivo
En los últimos
días, la OCDE y el G20 firmaron un acuerdo para aumentar el cruce dedatos y así luchar contra la evasión de empresas e individuos, que
optan por esconder sus rentas en paraísos fiscales.
El pacto,
calificado con excesivo entusiasmo como un hito, contó con la firma
de 51 países, que se comprometieron a mejorar el intercambio de
información para combatir la evasión. Además, paraísos fiscales
como Islas Caimán, Bermudas, Aruba, Suiza, Lichtenstein y Luxemburgo
mostraron interés en sumarse a la iniciativa.
Sin embargo, no
todo lo que reluce es oro. El acuerdo entraría en vigencia en 2017 y
depende de que cada uno de los países comprometidos incluyan nuevas
normativas en sus legislaciones para que el proceso tenga éxito.
Desde las
organizaciones supranacionales se puede fomentar la aceptación del
acuerdo, e incluso forzarla. Los entes mundiales tienen sobrados
mecanismos de presión y de sanción para persuadir a los países que
los integran. Sin embargo, la fuerza de la persuasión mundial nunca
fue utilizada contra los países reconocidos como paraísos fiscales.
Jamás se avanzó
sobre la imposición de sanciones contra Islas Vírgenes, Bermudas,
Suiza o cualquier otro país que permita la creación de empresas
fantasmas y oculte los datos bancarios.
Esto demuestra el
poder de los paraísos, por cuanto guardan la basura de los más
poderosos del mundo. Desde impuestos impagos, hasta el dinero por
tráfico de armas, personas o drogas, la red de poderosos que tienen
intereses en paraísos es interminable.
Para
notarlo, basta sólo con observar cuántas empresas tienen
accionistas en países como Islas Vírgenes, Panamá, Bermudas, entre
otros muchos (ver lista de paraísos fiscales y lista de centros financieros off shore).
En estos países, donde no suele pagarse impuestos a la renta, una
empresa o persona puede fundar una firma fantasma (en algunos de
ellos hay más empresas que habitantes) que atraiga las ganancias de
otros lugares con legislaciones impositivas más duras.
El resultado es
que la empresa paga menos impuestos en el país de origen (en donde
genera la ganancia, porque allí vende sus productos) y envía el
dinero a los paraísos, más laxos en controles y formas.
Para entender el
volumen de los movimientos, Oxfan aseguró que sólo los
latinoamericanos tendrían unos dos billones de dólares en paraísos
fiscales, casi igual al PBI de Brasil.
Latinoamérica, el peor alumno
Pese a que en los
últimos años nuestra región tuvo un crecimiento económico
fabuloso, y que mucha gente pudo superar la línea de pobreza, lo
cierto es que la lógica distributiva heredada del neoliberalismo no
se modificó demasiado. “Mientras los más ricos captan en promedio
casi 50% de los ingresos totales de la región, los más pobres
reciben solo el 5%”, afirmó la organización.
En Perú, por
ejemplo, Oxfam advirtió que dos millones de personas podrían volver
a ser pobres, demostrando así la relatividad del crecimiento
económico.
Perú, la nueva
vedette del paradigma neoliberal, ha crecido a tasas chinas en los
últimos diez años. Sin embargo, esa mejora macroeconómica no se
tradujo en desarrollo microeconómico. Es decir, la vida de los
ciudadanos no mejoró en proporción al crecimiento del PBI.
Lo de la línea de
pobreza también es relativo, puesto que se trata de un índice
altamente manipulado por los gobiernos. Mientras la Argentina
falsificó impunemente las tasas inflacionarias, y con ello
tergiversó todos los indicadores monetarios, el Perú estableció
750 soles como línea de pobreza (poco más de 250 dólares), una
cifra irrisoria teniendo en cuenta el costo de vida en el país
andino.
La verdad de estos
dos países (y la gran mayoría, Estados Unidos, por ejemplo, no
incluye el costo de la vivienda) sobre la pobreza es un verdadero
misterio.
Oda a la hipocresía
Las respuestas
ante la crisis de la mayoría de los gobiernos y de los think thanks
más importantes fue paupérrima, por cuanto obedecieron el principio
del shock tan bien desarrollado por Naomi Klein (principio que
establece que las crisis son utilizadas para imponer reformas
impopulares).
Europa avanzó
hacia la destrucción del Estado de bienestar, se volcaron cantidades
desconocidas de dinero al sistema bancario y las propuestas de
reducir la presión impositiva sobre los grandes capitales pulularon
por todos los medios del mundo, desempolvando la receta
neoconservadora, cuyo fracaso es evidente y documentado.
Aquellos
gobiernos que propusieron salir de la ortodoxia para superar la
crisis o fueron vilmente desprestigiados (creando un nuevo eje del
mal) o bien pasaron desapercibidos (¿cuánta gente sabe lo que hizo
Islandia?).
Y los pomposos acuerdos para luchar contra la evasión acumulan
flashes, pero el éxito dependerá del compromiso duradero de los
firmantes, toda una prueba de valor.
Mientras tanto, el
mundo se dirige hacia una realidad preocupante, con tasas de
desigualdad similares a las del Siglo XIX, la primera y la más
salvaje fase de la historia del capitalismo.
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