El domingo, Evo Morales ganará las
elecciones para acceder a un tercer mandato presidencial en el mejor
momento de su gestión.
Lejos de la resistencia golpista y los
preconceptos racistas, el proceso liderado por Evo convenció a todos
los bolivianos, aupados a la bienaventuranza económica.
Hoy,
políticos opositores, empresarios y dirigentes que andaban con palos
por las plazas de Santa Cruz están sentados en los estrados del
Movimiento al Socialismo (MAS), pujando por un asiento cercano al
presidente. Analistas internacionales amigos de ideologizar el mal,
detractores públicos que demonizaron por oposición ideológica y
medios hegemónicos con discursos beligerantes cedieron ante lo
evidente: Bolivia es próspera. Con problemas, errores y todavía una
enorme cuenta pendiente, es la economía más saludable de
Sudamérica. La Bolivia del “indio bruto”, la Bolivia de los
“indígenas revanchistas”, está ganando.
Pero analizar el triunfo de Morales
bajo la lupa económica es reduccionista. El verdadero cambio en
Bolivia fue cultural: hoy, Bolivia es un país completo, un país de
todos. Con sus bemoles, es cierto, pero la inclusión social lograda
por el líder cocalero es indiscutible.
Si en la Argentina fue simbólica la
manifestación de los “cabecitas negras”
en la Plaza de Mayo, si durante el peronismo las masas tomaron la
casa de los personajes de Cortázar, el cambio en un país con un 60%
de población originaria es cien veces más grande, mil veces más
significativo.
Por eso el MAS renovó sus objetivos,
porque la parte más cruenta de la lucha ha terminado con una
saludable victoria: Bolivia es de todos.
Sin embargo, el triunfo no es perpetuo,
ni los desafíos se han acabado. Basta con que se acabe el dulce para
que los ojos azules sentados en la mesa de Evo peguen el portazo y
vuelvan a pregonar el odio irracional y a planear golpes de Estado,
ante la imposibilidad de imponerse mediante las urnas. Y tampoco es
que el trabajo esté terminado. A la Bolivia de todos le falta mucha
prosperidad para alcanzar niveles mínimos de desarrollo.
En cuestiones económicas, el
crecimiento boliviano se está acercando a una trampa peligrosa. Para
seguir creciendo, para alcanzar un mayor grado de desarrollo, debe
industrializarse. El modelo de exportación de materias primas generó
un notable crecimiento y le permitió al gobierno implementar su
política de redistribución del ingreso con gran éxito. Pero sin
industrialización, sin valor agregado, el techo es bajo.
Evo parece haber tomado nota de la
situación, pues una de sus premisas es “transformar a Bolivia en
un exportador de conocimiento, valor agregado y tecnología”.
Incluso hay un plan de dos etapas, una para 2020 y otra para 2025,
que plantea metas relacionadas a la industrialización y la
producción del conocimiento (íntimamente relacionada a la
tecnificación y la industrialización) y a cuestiones sociales
importantísimas como avances en materia sanitaria (una de las
grandes falencias del gobierno), seguridad alimentaria, acceso a
servicios básicos y eliminación de la extrema pobreza.
En el orden institucional, como en
cualquier país latinoamericano, la permanencia de un mismo grupo de
poder por mucho tiempo no suele ser saludable. Morales y el MAS
tienen que controlar el funcionamiento institucional del país y
evitar los excesos. La justicia, cuya reforma no fue de lo más
feliz, todavía es un tema pendiente.
Y, por último, en el plano político
el MAS debería definir si busca una nueva reforma constitucional
para reelegir a Morales o si se inclinará por una alternativa. Para
reformar la Constitución, las parlamentarias del domingo serán
vitales para mantener los dos tercios del Congreso. Y si elige
segunda opción, es hora de que el MAS se ponga a trabajar rápido
para encontrar nuevos cuadros, capaces de reemplazar al presidente
más importante de la historia del país.
Evo va a ganar las elecciones. El
proyecto de país que desarrolló junto al MAS desde 2005 se está
haciendo realidad, pero aún están a medio camino. Las resistencias
persistirán, aunque ahora estén ocupadas contando billetes, y la
Bolivia de todos tiene que consolidarse. Morales, mientras tanto,
deberá decidir qué hace con su propio futuro, después de 2019.
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