lunes, 14 de noviembre de 2011

Indignados y menospreciados

Un cincuentón, disfrazado del Tío Sam, muestra un cartel pidiendo el final de las exportaciones chinas. Otro, con una máscara antigas que le cubre el rostro, se tomó el trabajo de bordar sobre su larga túnica negra una arenga para luchar por la conservación del medioambiente. Un joven está sentado sobre una verja con los ojos cerrados, meditando. Varios sostienen pancartas que piden el final de las incursiones bélicas estadounidenses, mientras pequeñas leyendas advierten sobre el poder invasivo de la CIA y otros rezan por el final de la crisis, en una especie de misa pagana, colorida y llamativa.

Todos ellos, y muchos más, invadieron el corazón de Nueva York, justo al frente de los restos del World Trade Center, en una plaza cercada por la policía y miles de turistas que observan con curiosidad esa variopinta manifestación que ganó adeptos a lo largo de Estados Unidos y que no es más que la correlación del movimiento europeo.

Tanto los estadounidenses como los del Viejo Continente, fueron criticados en repetidas oportunidades por la ausencia de propuestas. Saben lo que no quieren, pero no son claros para explicar qué es lo que quieren.
Este aspecto sirvió para que muchos analistas desprecien el movimiento de protesta, calificándolo, casi con sorna, como una zoológica forma de manifestación; sin ideas ni un programa de acción definido. Y, por lo tanto, sin el valor necesario para tomarlo en serio. Mucho menos si piden el final del capitalismo financiero, tal como lo conocemos. La solución, por el contrario, está en el problema: los mercados deben salvar a los mercados.

Pero, aquí está el pecado, la falta de cohesión ideológica y de claridad conceptual para presentar una propuesta concreta no invalida el corazón del mensaje: algo anda mal, muy mal. Y las soluciones presentadas no son soluciones, sino parches para evitar que el sistema económico y político se modifique sustancialmente.
Los indignados, por pintorescos que sean, son la representación de la crisis occidental, que llegó hasta la médula de los países desarrollados. Porque pensar que el problema es sólo económico es un error enorme y peligroso.
Las protestas explotaron y se masificaron debido a la crisis económica, que no fue más que un disparador de una crisis aún más profunda, que implica a la democracia capitalista y al Estado moderno. La primera porque no representa al colectivo, sino a las elites, y el segundo porque no es soberano, sino que depende de las corporaciones, y no reduce las inequidades; las profundiza.

Por otra parte, la situación actual de los indignados no difiere de otros influyentes movimientos de protesta del pasado. Las protestas son síntoma de un estado de crisis, de la cual surgirá, con tiempo y desarrollo, una idea definida y, posiblemente, transformadora y revolucionaria.
Pero esta es sólo una posibilidad. También puede suceder que apenas con un par de cambios superficiales las masas de calmen, al menos por un tiempo prudencial.
Lo importante no es adivinar qué sucederá en el futuro, sino reconocer que el sistema social, político y económico actual presenta falencias demasiado graves como para pasarlas por alto. Y demasiado profundas como para menospreciar a aquellos que toman las calles para expresar su disconformidad. Aunque no sepan qué es exactamente lo que quieren.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente Pato el articulo. Mucha claridad y lucidez en los conceptos. Te mando un abrazo fuerte.

Gabriel